cendio de la vivienda de Málaga en el que murió Conc
https://elventano.es/2016/06/se-llamaba-conchi-y-era-mi-suegra-no-pido-que-quieras-pero-si-que-respetes.html 4 de junio de 2016
(Foto en enlace) Incendio de la vivienda de Málaga en el que murió Conchi el pasado miércoles
Tal vez para ti su nombre no signifique nada, puede que nunca la
vieras o que te pasara desapercibida. Lo más seguro incluso es que estas
letras te resulten indiferentes. Pero si te digo que falleció hace dos
días en el incendio de calle Héroe Sostoa, 82 igual se te active el
interés. ¡Qué sociedad esta en la que nos movemos tanto por el morbo y
tan poco por la solidaridad!
Sí, se llamaba Conchi y era mi suegra. Y no, no era una anciana sola
que estaba descuidada como algún medio y algún vecino deseoso de un
minutito de gloria han dado a entender. Era una persona con una historia
detrás, historia que solo algunos de vosotros conocéis y que yo no voy a
contar. Porque ante un caso tan brutal como este, en el que una persona
muere atrapada en un incendio, una lee cosas que le hacen perder la fe
en la dignidad del ser humano.
Porque realmente su historia ha importado muy poco; era mucho más
importante sacar la foto, grabar el vídeo, quizás tomar el “selfie”, y
rebuscar en la suciedad de unas mentes para dejar constancia de lo
miserables que podemos llegar a ser.
Se llamaba Conchi y era mi suegra. Desde chiquita tuvo una vida dura,
muy dura, pero el destino supo compensarla con el mejor de los regalos
que nadie pudo hacerle: un hijo extraordinario.
Se llamaba Conchi, sí, aunque ninguno de sus vecinos, tras siete años
viviendo en el edificio lo supiera. Hubiera bastado con mirar el buzón,
o incluso con decirle: “Buenos días, vecina, ¿cómo se llama usted? Para
lo que necesite, aquí me tiene.” Pero mola más decir en el periódico:
“Era una mujer mayor que vivía sola y ni siquiera sabíamos su nombre”.
Conchi: C-O-N-C-H-I.
Una vida de trabajo, de amor por los suyos y de lucha por salir
adelante en un mundo que nunca se lo puso fácil. Una mujer guapa, muy
educada y con unas manos preciosas. La soledad nunca le hizo mella; al
revés, la buscaba con ahínco. Necesitaba su independencia. Pero nunca
estuvo sola; ni un solo día de su vida ha dejado de estar atendida por
su hijo, o por mí, o por otros familiares. Jamás ha tenido un momento de
necesidad que no se le atendiera. Nunca desde que su hijo y yo
compartimos la vida ella ha pasado sola unas Navidades. Jamás le ha
faltado su regalo de cumpleaños o de Reyes. Mantenía una vida social
escueta pero selecta.
A su lado, además de a su hijo y a su nuera, tenía a toda mi familia,
y tenía a sus sobrinos, a los que quería como a hijos y con los que
seguía compartiendo comidas, risas y confidencias. No pasaba una semana
sin que su sobrina fuera a visitarla para hacerle reiki, y una vez al
mes iban juntas a comer, y al traslado del Cautivo año tras año. Y tenía
a dos amigos con los que salía cada día a pasear y una amiga de la
infancia que le mandaba cartas casi cada mes. No. No vagaba sola por el
parque de Huelin; ella misma se obligaba a salir a pasear, aun con
esfuerzo, para no apoltronarse.
Llegar a la vejez con una pensión exigua, sin haber podido comprar
una vivienda propia, obligada a pagar un alquiler por encima de tus
posibilidades y que solo gracias a tu hijo puedes afrontar y tratar de
mantener para tu vida y para la de los demás la libertad por la que
siempre luchaste no es fácil.
El ritmo de vida de hoy día, que obliga a los dos miembros de una
pareja a trabajar (sin mencionar nuestros irracionales horarios), nos
hace imposible conciliar la vida laboral con la familiar. Es fácil
señalar para levantar una sospecha de posible abandono de un anciano.
Pero el hecho de que las dos únicas personas que podían atenderla al
cien por cien se pasan el día en sus respectivos trabajos nadie lo ve. Y
si has pensado que trabajamos afanosamente para gastar nuestros
“sueldazos” (ironía en modo “on”) en darnos la gran vida, me parece que
andas un poquito fuera de la realidad.
Pero, bueno, ahí están los servicios sociales para echarles una mano a
los ciudadanos que lo necesitan. La famosa Ley de Dependencia. Oh, sí.
Tras siete años con la sensación de estar mendigando una ayuda, al final
te la conceden: una “generosa” rebaja mensual de 6 euros en el servicio
de teleasistencia. Genial. Es que esta es toda la ayuda que hay para
una persona con el grado de dependencia de ella…
Mientras, está su hijo para ayudarla en su aseo diario, para mantener
su casa limpia, para controlar su medicación, para hacerle la compra y
la comida… Su hijo, que se pasa diez horas en el trabajo, o su nuera,
que más de lo mismo. Pero su hijo la quiere y la respeta, como ella le
enseñó. Y con su mejor disposición y con un amor infinito, no deja ni un
día de acudir a cumplir con la que es su responsabilidad desde que era
un niño: su madre. Una madre que le hizo convertirse en la gran persona
que hoy es y cuya principal preocupación, como ella misma me decía, era
inculcarle el respeto por las personas mayores. ¡Y bien que lo hizo!
Y entretanto, está el vecino cotilla, la vecina criticona… Gente que
no sabe ni le interesa y que aprovecha un momento como este para hacer
su aparición estelar en los medios para verter sus inmundicias, para
difundir fotos del fuego, para vender a la prensa vídeos del incendio,
para elaborar teorías estúpidas sobre el asunto. Quizás en un intento
“bienintencionado” de dejar claro a su hijo y al resto de su familia
cómo murió Conchi, mi suegra, porque tenemos que estar bien informados,
claro. Pero sin importarles un bledo el daño que causan.
Conchi era mi suegra y yo la quería. Nunca hubiese esperado para ella
un final como este. No te pido que la quieras, pero sí que la respetes.
Y que nos respetes a nosotros, que no hurgamos en tus heridas.
Conchi, el lunes próximo hubieras cumplido 74 años. Hubieses comido
con tu niño, como cada día, y acabado con un merengue de postre. Y
hubieses abierto tu regalo. Y luego hubieses invitado a café a tus
amigos Felipe y María. Pero ya no lo harás. Y tampoco volverás a
llamarme para que le recuerde a Ignacio que te tiene que comprar pan
Bimbo y kiwis o pedirme que te pinte las uñas.
Conchi, te echaremos de menos, pero sé que ahora eres libre, como
siempre quisiste ser. Yo cuidaré de tu peque, la mejor herencia que
pudiste dejarme. Nos quedó una merienda pendiente.
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Si has llegado hasta aquí leyendo, me gustaría que compartieras
públicamente esta historia. Siempre he sido muy celosa de mi vida
privada, pero hoy tengo que hablar en público para darle a mi suegra el
respeto que no se le ha dado en la prensa y en las redes sociales estos
días.
Y aprovecho para agradecer desde aquí el extraordinario trato que nos
han brindado tanto Policía, como Bomberos, como los servicios
sanitarios, funerarios y de teleasistencia. Y, por supuesto, a nuestros
familiares y amigos, que mejores no se pueden tener. Gracias por estar
ahí y por hacernos este trance mucho más llevadero.
Rosa Muñoz Bermudez
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: El PSOE avanza por la senda del suicidio asistido, de Miguel Mora