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mayo 25, 2024

CTXT. Carta a la comunidad 355 | Adriana T.

 27 abr 2024


 Sánchez se fue al planeta Dagobaha



ADRIANA T



Querida comunidad contextataria:

 

Tenía una carta preparada para este sábado, ¿saben? Ahora parece todo tan lejano. Querría haberles hablado de otros asuntos, asuntos que también eran importantes, urgentes incluso. Sobre Gaza, belicismo rampante y políticas de natalidad, un popurrí curioso. Todo eso tendrá que esperar. Cuando prácticamente tenía el texto listo, salió Pedro Sánchez a las siete de la tarde del miércoles anunciando que se tomaba unos días para decidir si dimitía o se quedaba. Tuve que tirar la pieza a la papelera, claro. Eso me pasa por creerme más lista que la actualidad.

 

        De todos modos, va a ser muy difícil escribir algo sobre el monotema que no esté dichísimo ya. La persecución política en España no es un fenómeno novedoso. Como si no tuviéramos todos fresco en la memoria lo que pasó con los integrantes de Podemos, o con Mónica Oltra –“Nos están fulminando uno a uno con denuncias falsas y el día que ustedes quieran reaccionar, les habrán fulminado también a ustedes”, decía ella cuando se vió obligada a presentar su dimisión en junio de 2022 por una denuncia que ahora ha sido archivada–. Y, por supuesto, los que tenemos contacto directo con la realidad que se vive en Euskadi y Navarra, y ahora también en Cataluña, sabemos lo que es convivir con acusaciones de ser un filoterrorista día sí día también simplemente por no bailarle el agua a determinados partidos políticos.

 

        Esto es una mera especulación mía, pero creo que durante todos estos años habíamos asumido que la persecución y los insultos eran el precio a pagar por sostener planteamientos percibidos como rupturistas, transformadores o más o menos radicales. Al fin y al cabo, el feminismo de Irene Montero nos pareció una cosita de sentido común a muchas, pero es innegable que para millones de españoles que viven todavía en las cavernas tuvo que ser un mazazo inesperado. Algo parecido sucede con los independentismos periféricos: el soberanismo es complicado de entender para el votante centralista, sobre todo si vive en Madrid y su única fuente de información es Antena 3. Pero, aquí viene lo inédito y sorprendente del asunto: el PSOE, con Sánchez a la cabeza, es algo así como los macarrones con tomatico del progresismo, si me permiten usar una expresión habitual en las redes sociales. Hablamos, al fin y al cabo, de un presidente que mantiene a Marlaska, el carnicerito de Melilla, como ministro de Interior. De un hombre que empatizaba con los amigos que se habían sentido incomodados por las propuestas feministas de Montero. De un tipo que desautorizó a su ministro de Consumo y dejó bien claro que comerse un chuletón al punto de vez en cuando era un derecho inalienable de todo ser humano. O algo así. Así que yo diría que su pecado, para la fachosfera política y mediática, no han sido sus planteamientos transformadores o su ideología izquierdista. El delito imperdonable que ha cometido Sánchez ha sido simplemente el de gobernar al margen de la derecha. De demostrar que puede apañárselas sin ellos, que no los necesita. Es eso lo que parece haber desatado la furia golpista.

 

        Por supuesto, no hay nadie estos días que no tenga una apasionada opinión –o incluso varias simultáneas– sobre lo que está pasando. ¿Estamos ante la jugada estratégica más arriesgada y brillante del todavía presidente? Dada su despampanante trayectoria, no es descartable del todo. ¿Es una cortina de humo para ocultar algo todavía peor? ¿Un truco para rearmarse y recomponerse, como cuando Luke Skywalker se marchó una temporada al planeta Dagobah? ¿O, tal vez, por el contrario, ha dejado fuera cualquier cálculo político y electoral y nos está hablando desde la más absoluta honestidad y transparencia, ya no como presidente, sino como un atormentado esposo y padre de familia? En Sánchez conviven, y a menudo se confunden, el hombre –un tipo normalísimo, que hace catorce años tuiteaba pidiendo consejo porque el taxista lo estaba llevando por el trayecto más largo– y la leyenda, el héroe que una y otra vez ha resurgido de sus cenizas mientras iba repartiendo mandobles a diestro y siniestro y liquidando a todo el que se interponía en su camino. No sabemos ante cuál de los dos estamos ahora. Quizá lo descubramos el lunes.

 

        Ha querido la casualidad que estos días haya circulado por la red social de Elon Musk un breve clip extraído del programa Masterchef, que se emite, como ya sabrán, en la televisión pública. Una de las concursantes anuncia a los jueces del programa que ha decidido abandonar porque está pasando por un mal momento. “Muy bien, chao. Ahí está la puerta”, le espeta lacónicamente y sin compasión uno de los tipejos. Pero lo que pretendía ser una severa lección sobre la ética del trabajo, tanto para la concursante indisciplinada como para la audiencia del programa, ha dado la vuelta. La gente comparte el video, indignada por la falta de escrúpulos de un programa –y de un sistema– que pretende anteponer el funcionamiento imperturbable de la maquinaria al bienestar de las personas. Quizá, después de todo, aún quede esperanza.

 

Suceda lo que suceda durante este fin de semana y el próximo lunes, nosotros se lo seguiremos contando. Gracias por hacerlo posible con su apoyo incondicional.

 

        Un abrazo, Adriana T.

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Ilustración del día: Fake news Por Pedripol




mayo 24, 2024

Destruir un bosque mediterráneo para construir un “barrio sostenible” de lujo en Madrid, de Andrés Actis

 Andrés Actis   10 de mayo de 2024

Las imágenes 3D muestran una moderna urbanización construida en un amplio entorno verde. Árboles, flores, jardines. Parejas que hacen ejercicio, madres que pasean a sus bebés, jóvenes que montan en bici, amigos que juegan al voleibol playa. “Un lugar para todos”, resumen los promotores del proyecto urbanístico Montengancedo Pozuelo en la web que promociona los futuros pisos, 900 viviendas en altura y 150 chalets.

La urbanización, se explica en los textos que acompañan al render –como se conoce en arquitectura a estas imágenes digitales– formará un “barrio sostenible” en una “zona natural actualmente en desuso”.

Lo que la publicidad omite, lo que no se cuenta ni siquiera en letra pequeña, es que la nueva “urbanización verde” de Pozuelo de Alarcón, uno de los municipios más ricos de España (80.244 euros de renta bruta media, según datos de la Agencia Tributaria), se construirá sobre un bosque mediterráneo poblado con abundantes encinas –muchas centenarias–, con alcornoques, coscojas, quejigos, pinos piñoneros y sabinas, un ecosistema que, en palabras del biólogo botánico Emilio Blanco, es “valioso y único” por donde se lo mire.

“Estamos hablando de una zona silvestre que ha conservado su vegetación original, de un entorno natural que, en plena aceleración de la crisis climática, es imperdonable destruir”, advierte el experto, doctor en biología por la Universidad Autónoma y el Real Jardín Botánico de Madrid. Este encinar madrileño, explica el científico, representa “un punto intermedio de conservación para la flora y la fauna”, un nexo que los biólogos llaman “conectividad”. “En este contexto, este lugar vale muchísimo”.

Esta posible destrucción mantiene en vilo a muchos vecinos de esta ciudad madrileña y divide a la política local. El proyecto no es nuevo. Está sobre la mesa desde abril de 2020, cuando, en plena pandemia, el ayuntamiento, con mayoría absoluta del Partido Popular –mayoría que conserva en la actual legislatura–, tramitó la aprobación inicial de la reparcelación de la zona, con una inversión superior a los 300 millones de euros.

Por entonces, Aedas Home y Pryconsa, dos gigantes de la construcción que se reparten gran parte de la obra privada de la Comunidad de Madrid, presentaron un proyecto de “urbanización verde” para cerrar la “brecha urbana” existente entre el campus universitario de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y el barrio de La Cabaña, pegado a la M-40.

Tras la judicialización del expediente –la agrupación Ecologistas en Acción presentó en 2022 un recurso contencioso administrativo ante el Tribunal Superior de Justicia de Madrid– y tras cuatro años sin ningún otro movimiento político, la Junta de Gobierno local aprobó el 17 de abril el proyecto de urbanización de manera definitiva.

Esta aprobación permite a los desarrolladores empezar, por ejemplo, a hacer las calles de la urbanización mientras, en paralelo, solicitan el permiso de construcción, trámite que, por el momento, no han iniciado. Esto significa que las empresas ya tienen la autorización política para talar 890 árboles –cifra que figura en el plan autorizado– y rellenar esta dehesa de hormigón (...)   

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CTXT, El origen de nuestro descontento, de Diego E. Barros


CTXT . Ayuso y las “exageraciones”, de Gerardo Tecé

 Gerardo Tecé 24/04/2024

Quizá la mayor “exageración” sea llamar libertad a regar con dinero público a un ejército de medios que repetirán todas tus mentiras. Un serio problema para la democracia, dicen algunos. Animar las tertulias, dice MAR

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Miguel Ángel Rodríguez posa junto a Isabel Díaz Ayuso durante la investidura de esta en 2019. / PP Madrid
 

En la Barcelona preprocés, Jordi Évole caminaba por la calle junto a Miguel Ángel Rodríguez grabando un capítulo de Salvados. El exportavoz del Gobierno de España en la época de Aznar era por aquel entonces un fijo en las más prestigiosas tertulias de ultraderecha, como El Cascabel al Gato o El Gato al Agua. De haberse emitido un programa llamado Vamos a Apedrear al Gato, también hubiesen llamado a Miguel Ángel porque el tipo siempre daba juego. Aquel Salvados iba sobre la cada vez más deteriorada relación España-Catalunya, así que Évole se acercó junto a MAR a la valla de un colegio catalán en hora de recreo para comprobar si era cierta una de las denuncias lanzadas por el tertuliano de manera habitual: los niños catalanes eran castigados si hablaban castellano en el patio del colegio. Cuando los micrófonos del programa captaron voces de niños que intercalaban con normalidad el uso del catalán y castellano en el patio, Évole le puso a Miguel Ángel Rodríguez sus imágenes denunciando con vehemencia y alarmismo la persecución inexistente. El exportavoz del Gobierno de España sonrió y dijo: “Ya sabes que en la tele hay que exagerar un poco para animar las tertulias”. Ni se despeinó.

MAR pasó de las tertulias a la política madrileña, donde, visto lo visto, también es necesario animar el cotarro con “un poco de exageración”. Ser un mentiroso compulsivo se llamaba antiguamente a este género. Las “exageraciones” se acumulan en el currículum del tándem Miguel Ángel Rodríguez-Isabel Díaz Ayuso. La última, esa en la que la presidenta madrileña aseguraba ante los medios de comunicación que lo de su pareja era una simple inspección de Hacienda, lo mismo que les pasa a miles de españoles. Sólo que, en su caso, esa inspección estaba siendo salvaje por ser novio de quien era. La realidad es que todo lo que salía de la boca de Ayuso era falso. O una exageración, como le gusta llamarlo a MAR. Lo cierto es que no se trataba de una inspección, sino de la investigación de dos delitos cometidos y reconocidos por su novio cuarenta días antes de esa rueda de prensa en la que Ayuso mintió. Hacía más de un mes que su pareja andaba ofreciéndole a la desesperada un pacto a la Fiscalía que lo librase del juicio por delito fiscal y falsedad documental. La única cosa cierta en esta historia es que un poco de “exageración” siempre viene bien, como quedó demostrado cuando los medios subvencionados por la Comunidad de Madrid empezaron a repetir lo de la “inspección salvaje” como si no hubiera un mañana en el que seguir “exagerando”.

El tándem acumula “exageraciones” a un ritmo vibrante. Según los expertos que analizaron la gestión de la covid, fue toda una “exageración” decir que los 7.291 fallecidos en residencias madrileñas a los que se les negó atención médica hubiesen muerto de todas formas. Para nada. Muchos se hubieran salvado. Y los que no, hubieran tenido una muerte digna con cuidados paliativos muy diferente a la que tuvieron. Era una “exageración” decir, en pleno escándalo de los contratos con Quirón que acababan desembocando en el bolsillo de la pareja de la presidenta, que la sanidad madrileña había recibido un premio a la mejor gestión sanitaria. El titular ampliamente difundido por Ayuso y sus medios subvencionados era “exagerado” porque ese premio se otorgaba bajo criterios de autoevaluación. Para entendernos, es como si MAR se pusiese un 10 en conocimiento de infancia catalana. Era otra “exageración” asegurar que había periodistas acosando la vivienda de Ayuso ocultos bajo pasamontañas con el logo de sus medios. La realidad era que varios periodistas estaban preguntando en el vecindario para confirmar que Ayuso también “exageró” al decir que en el lujoso piso donde vive todo era legal. No era uno, sino dos pisos de lujo y una reforma ilegal en el ático a nombre de un testaferro que había inundado un restaurante que tuvo que acabar cerrando. Se acabó tomar cañas en ese garito. Fue una “exageración” decir que su hermano era un simple comercial como tantos otros en este país. Lo es porque no hay constancia de que otros comerciales de este país hayan ganado 230.000 euros en comisiones contratando con el Gobierno autonómico presidido por tu hermana. Quizá la mayor “exageración” de todas sea llamar libertad a regar con dinero público a un ejército de medios que repetirán cada una de tus mentiras hasta que ocupen más espacio que la verdad. Un serio problema para la democracia, dicen algunos. Animar las tertulias, dice MAR.

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mayo 23, 2024

CTXT. Carta a la comunidad 357 | Nuria Alabao

 11 may 2024

 Las okupaciones universitarias


como momentos de posibilidad


NURIA ALABAO 


Queridas suscriptoras y suscriptores:

 

Los estudiantes acampan en universidades de medio mundo contra el genocidio en Gaza. En EEUU pero también en Europa —en España, Alemania, Bélgica, Suiza, Francia o Países Bajos— se plantan tiendas o se duerme en las aulas okupadas. Se planean protestas, se escriben manifiestos y consignas, se habla en asambleas, se pide el cese de la colaboración de las instituciones universitarias con las universidades o el capital israelí. En algunas se va más allá, y se exige también que los gobiernos corten relaciones diplomáticas con Israel, o dejen de enviar armas y de colaborar activamente con el asesinato masivo de palestinos y el intento de apropiación de sus territorios. 

        En las acampadas, los estudiantes probablemente aprendan más que en los días de clases ordinarias, con sus saberes compartimentados y sus horarios compartimentados y la vida cuadrada y regulada que te enseña a obedecer mejor. Ahí, fuera de los muros universitarios y después de las clases, les espera ese mundo donde el orden y los compartimentos y la obediencia regulan todas las posibilidades de existencia. En las acampadas, por unas semanas, unos meses, se comparten comida, ideas, lecturas, se convive, se canta, se habla, se ama quizás; se experimenta un momento lleno de posibilidades donde los compartimentos se desordenan. Aunque sea un fogonazo, por un rato se vive de otra manera, tal vez no imaginada con anterioridad —como diría Guillem Martínez—. No es solo una convivencia o un campamento donde todo eso podría darse también, sino un espacio donde se existe como si la manera en la que vivimos contase, como si nuestras acciones fuesen, en verdad, determinantes. Eso lo cambia todo.

        Esas imágenes me traen recuerdos de otras acampadas, de otras okupaciones, donde la vida también se rebelaba, paréntesis de la producción, huelga del orden. Zonas temporalmente autónomas, las llamaba Hakim Bei: esos espacios provisionales que se apartan de lo establecido, donde explorar nuevas formas de ser y organizarse socialmente que escapan de las normas establecidas. En ocasiones, cuando perduran, les llamamos «instituciones populares» —centros sociales, sindicatos sociales, pueblos tomados o comprados…— que consiguen organizar la producción y la reproducción de otro modo. No son la alternativa a este sistema, no tienen por qué cambiar todo, pero a veces transforman a las personas, consiguen conectar con oleadas de protestas más amplias y quizás constituirse en lugares donde acumular poder para hacer más fuertes nuestras luchas.

        Recuerdo, por ejemplo, lo que en el 2003 en Barcelona llamábamos Espacios liberados contra la guerra —en ese caso la de Irak, en tiempos de Aznar y sus delirios de grandeza—. Las manifestaciones eran masivas, pero nos sabían a poco, así que nos dedicamos a okupar varios edificios en el centro. Esta centralidad hacía que duraran muy poco, a veces unos días, otras, incluso, solo unas horas. En palabras de Marina Garcés, con quien compartí experiencia: «Frente a la impotencia que causaba desfilar en masa contra la guerra global, los espacios liberados devolvieron las prácticas asamblearias y organizativas al corazón de la ciudad y de nuestras vidas». Partiendo del rechazo a la guerra, subvertir por unos momentos nuestra cotidianidad sirvió para entender qué vida rechazábamos, qué nos producía malestar, cómo se conectaba la guerra con nuestra vida cotidiana. «Contra la Guerra de Irak y contra nuestras guerras cotidianas, las que empezaban a sentirse con fuerza, también, en la Barcelona capital del mundo: guerra laboral, a través de la precarización, guerra inmobiliaria, con la burbuja que no paraba de hincharse temerariamente desde 1999, guerra humanitaria, con la segregación creciente de la inmigración ilegalizada…», continua Garcés en Ciudad Princesa. Después de aquello, muchas seguimos okupando, esta vez como modo de vida.

 


Recuerdos del porvenir

La herramienta de la okupación ha atravesado la historia desde hace mucho. Hay numerosos rastros en todas las luchas sociales importantes. De sus experiencias en las okupaciones universitarias en el 68 mexicano, escribió Paco Ignacio Taibo II en su crónica 68: «Lo más apasionante: las guardias nocturnas, los famosos rondines. Las horas de la suprema locura. Una de las primeras noches decidimos aprovechar los tiempos muertos y decorar la facultad. La envolvimos en un enorme lazo de 400 metros hecho con cinta de máquina de escribir, por eso de que era rojinegra, los colores de la huelga. Otra noche de insomnio, Manuel el Chiquito, Trobamala y yo, nos pusimos a pintar la torre de Ciencias de rojinegro. Recuerdo que el tercer día de huelga decidimos ir a llevarles una serenata solidaria a los de Odontología. Pensábamos que eran los recién llegados a esta locura de la revolución y que se merecían algo así de los veteranos de Ciencias Políticas. Los días eran más racionales».


        Como es conocido, estos fragmentos —que nos evocan la intensidad de estas experiencias de subversión acompañada, la creatividad y alegría de la revuelta— fueron seguidos de la masacre de Tlatelolco, de la que existen también numerosos testimonios. Evidentemente, hoy no estamos en un 68 —aunque ciertamente la represión en las okupaciones estadounidenses nos han retrotraído a ese episodio por un instante—. En ese momento se conjugaron rupturas con los modos de vida establecidos —la contracultura juvenil—con los movimientos obreros en revuelta en muchos lugares, con las luchas de liberación nacional en el sur dando lugar a un movimiento que sacudió todo el globo y transformó de alguna manera las relaciones sociales. Hoy, como interpreta Franco Berardi, Bifo, «los estudiantes se están identificando con la desesperación. La desesperación es el rasgo psicológico y también cultural que explica la amplia identificación de los jóvenes con los palestinos. Creo que la mayoría de los estudiantes esperan, consciente o inconscientemente, un empeoramiento irreversible de las condiciones de vida, un cambio climático irreversible, un largo período de guerra y el peligro inminente de una precipitación nuclear de los conflictos que están en curso en muchos puntos del mapa geopolítico. Ésta, en mi opinión, es la principal diferencia en comparación con el movimiento de 1968: no se vislumbra ninguna reversión de la relación de fuerzas».

 


Una revuelta más que irrumpe en un vacío de esperanza

Los estudiantes, sigue Bifo, «no esperan ningún futuro brillante, ningún futuro socialista, ninguna emancipación social de la resistencia palestina». Las propias expectativas de esos estudiantes de hoy son ya muy diferentes a las de los 68 o incluso a las de mi generación, cuando la tonalidad del fin del mundo todavía no había descendido sobre nuestras cabezas ni habíamos atravesado varias crisis seguidas. Pero en un mundo que parece colapsar resulta más urgente que nunca seguir afirmando que las cosas podrían ser de otra manera, que la vida podría ser otra vida. Quizás las acampadas, aunque sea de una manera frágil, y breve, un instante nada más, puedan unir la producción de un mundo nuevo y un firme rechazo contra este, que es capaz de producir asesinatos en masa y las vergonzosas legitimaciones que los justifican. 

        Gracias, lectores, lectoras, por vuestro compromiso.

Nuria Alabao

mayo 22, 2024

La universidad como zona de otro interés, de Ruth Toledano

 12 de mayo de 2024 Ruth Toledano

Las protestas estudiantiles en todo el mundo son un cierto bálsamo para una moral social deprimida por el horror del genocidio que Israel está cometiendo en Gaza. Si el sentido común global quería creer que la especie humana no volvería a crear un infierno como el que estamos viendo, llegó de nuevo la maldad. En España, estudiantes y profesorado demuestran que, al menos, las universidades siguen siendo, o pueden volver a ser, instituciones de las que emana un espíritu, el del estudio y el conocimiento, que, por definición, se opone al ejercicio del mal y combate, de manera pacífica, a quienes lo ejecutan. Al menos, resurge en la universidad, cuna teórica de muchas revoluciones, el espíritu rebelde que ha de ir aparejado a todo pensamiento crítico. Debe de ser la razón por la que en Estados Unidos estudiantes y profesorado que han participado en protestas de apoyo a Gaza han recibido palos por parte de la policía y muchos han sido arrestados.

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Viñeta. Anatomía universal de la derecha española Por La boca del logo


Los universitarios protestan. Y tienen razón, de Raquel Marcos Oliva

 11 de mayo de 2024  Raquel Marcos Oliva

No hace falta vivir en EE UU para saber que una buena parte de los conservadores americanos consideran que las universidades son un nido de rojos, culpables en primer grado de que exista un discurso woke que impide la libertad de expresión. El desconocimiento general hace que olvidemos que muchas de las protestas contra la guerra de Gaza tienen lugar en universidades privadas pobladas de alumnos modélicos que creen a pie juntillas el relato americano del esfuerzo y la meritocracia. También que los mismos que han defendido que se pueda decir “cualquier cosa” abogan ahora por no permitir decir absolutamente nada en contra de la campaña de Israel en Gaza ni de los ya cerca de 35.000 palestinos (civiles) muertos. El 18 de abril, la policía desalojó el campamento que habían montado estudiantes de la Universidad de Columbia y arrestaron a más de cien manifestantes, en una irónica vuelta de tuerca al discurso republicano de que hay que proteger la libertad de expresión, aunque parezca delito de odio. Esa libertad de expresión que es sagrada si se critica al colectivo trans pero no tanto si se cuestiona a Netahyahu. La intervención policial provocó un levantamiento nacional de estudiantes americanos para poner fin a la guerra en Gaza y (aquí entramos en un asunto doloroso para el país que ha hecho del capitalismo una bandera) poner fin a los vínculos financieros de las instituciones universitarias con Israel. Desde entonces, más de dos mil personas han sido arrestadas en al menos cuarenta y seis campus universitarios de Estados Unidos. El curso está a punto de finalizar aunque se adivina que la convención demócrata, que se celebrará en agosto en Chicago, reactivará las protestas. Illinois y Michigan, los estados alrededor del lago Michigan, cuentan con comunidades árabes numerosas e integradas. Es lo que el actor Ramy Youssef, popular por su papel en 'Poor things' y cómico musulmán de larga trayectoria, llama la América árabe, “un lugar lleno de jóvenes americanos musulmanes que no se diferencian en nada de los jóvenes americanos no musulmanes que pasan la mayor parte de su tiempo masturbándose”.