13/7/2024
Los pesimistas también se equivocan EMILIO DE LA PEÑA Querido suscriptor:
La frase con la que encabezo esta carta no es mía. Se la escuché muchas veces a Iñaki Gabilondo. Trataba así de responder a ese principio absurdo según el cual se da más credibilidad a los que pronostican desgracias o datos negativos. Bien puede referirse a los cenizos o a los augures de calamidades. En el ámbito político abundan, pero especialmente entre los grupos de izquierda. Es normal si nos atenemos a los sentimientos: los progresistas, vinculados o comprometidos con los desfavorecidos, han comprobado que quienes más se salen con la suya son los conservadores o los reaccionarios, identificados especialmente con los ricos. Pero en realidad el pesimismo sólo vale para retroalimentar el pronóstico del perdedor.
A falta de un argumento mejor, es muy frecuente que ese “ya lo dije yo” se convierta en autocrítica. Si algo ha inventado la izquierda como respuesta a su fracaso es la autocrítica. La autocrítica es saludable para muchas cosas, para la introspección o para el trabajo científico. Sin embargo, cuando se trata de política, puede adoptar formas perversas y, peor aún, inútiles. Vale para casi todo, para asumir un fracaso y dar por cerrado cualquier propósito de volver a intentarlo: “Ahí os quedáis”. También sirve para aplicar la autocrítica a otros. Eso es lo que lleva a un análisis más proceloso y lo que suele gustar más. Finalmente, está la autocrítica que lleva a la desunión de cualquier proyecto progresista, porque una parte hace una autocrítica y otra la contraria.
¿Cómo salir de ese bucle inútil? Sacando fuerzas de la necesidad, actuando y no dejándose amedrentar. Francia acaba de ser un ejemplo de ello. Ante el pronóstico de los augures y cenizos, la izquierda ha reaccionado. Todas las fuerzas progresistas se han unido. Y lo han hecho sin complejos, han recuperado para su coalición el nombre con el que se frenó al fascismo en su nacimiento, en los años 30 del siglo pasado: el nuevo Frente Popular ha sido una forma de recordar a los franceses que el peligro de que el fascismo acceda al poder era real. Y que había una respuesta ya utilizada entonces.
El pueblo francés reaccionó. La participación fue la más alta desde hace 27 años, casi el 67 por ciento. Como respuesta ante el peligro de que la extrema derecha llegase al poder y acabase con los derechos civiles y sociales conquistados a lo largo de más de dos siglos, el Frente Popular se convirtió en la primera fuerza política con 182 diputados frente a los 143 de la extrema derecha, Agrupación Nacional, que pasó al tercer lugar.
No pretendo hacer aquí, en una carta, un análisis de los resultados. No es lo mío. Tampoco convertirme en un adivino para pronosticar qué pasará a partir de ahora, quién gobernará en Francia. Ni a codazos lograría hacerme un hueco entre los muchísimos que ejercen ese oficio. Lo que aquí escribo tiene por objeto hacer ver algo que a mí me parecía casi una fantasía: frenar al fascismo rampante. El avance hasta alcanzar el poder, que en Europa se había dado como inevitable, no es necesariamente así. Hay experiencia pasada que una mayoría quizá tiene presente y que quizá explique lo ocurrido.
El de Francia no es el único caso. En España hace un año ocurrió algo semejante. Fue algo menos rotundo, pero igual de sorpresivo. En Italia, el centro izquierda ganó en las principales ciudades donde se celebraron elecciones municipales parciales.
No había transcurrido un día de la victoria contra la extrema derecha y los mismos augures que vaticinaron el triunfo de Le Pen pronosticaban que la izquierda haría imposible la formación de gobierno, que el Frente Popular se rompería en pedazos por la falta de acuerdo. Yo no lo sé. Lo que tengo es la certeza de que la mayoría de la población francesa ha dicho no al fascismo. Y que como proclamaba la canción de Raimon en pleno franquismo:
Per unes quantes hores ens vàrem sentir lliures, i qui ha sentit la llibertat té més forces per viure.
(Por unas horas nos sentimos libres, y quien ha sentido la libertad tiene más fuerzas para vivir).
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