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noviembre 21, 2006

Relato de la Postguerra: Pura

Carta desde Praga, 25 de Junio de 1969
Querida mía:
Soy yo. Después de 30 años puedo comunicarme contigo, no sin miedo, pero con alguna garantía de que las cosas van cambiando, espero.
Estarás ansiosa por saber cómo estoy y dónde me encuentro. Estoy bien. En cuanto al lugar donde me encuentro sólo puedo decirte que estoy a salvo en un país de la Europa del Este. Paso a relatarte mis andanzas desde el día en que dejamos de vernos. Recordarás aquella noche en que estando cenando con nuestra familia tuve que huir y dejarlo todo atrás sin saber que íbamos a estar tantos años sin vernos. Salvé la vida gracias al acto reflejo de enganchar los cables de la luz, y aprovechando la oscuridad salir corriendo monte arriba. Durante un tiempo, andaba por la noche y dormía de día. Donde podía: en la copa de los árboles, en un pajar, en una casa derruida. Anduve en círculos sin querer alejarme con la esperanza de que las cosas se aplacarían y podría volver a casa. Una noche oí voces, caballos, perros y cuando oí los disparos y los gritos de alto, supe que no podría volver, que tendría que huir lo más lejos posible.
En la clandestinidad, nos prepararon por si llegaban esos tiempos. Aprendimos de memoria nombres de contactos y lugares adonde ir. Seguí esas indicaciones y después de 3 meses en que no voy a contarte las penurias que pasé, pude cruzar a Francia ¡Qué pena! ¡Qué decepción! Aquéllos que decían ser nuestros amigos nos trataron tan mal que a más de uno se le pasó por la imaginación volver a España. Nos instalaron en campos de refugiados que parecían campos de exterminio. Al lado del mar, sin un techo donde cobijarnos, sufriendo la humedad y el hambre. Gracias a unos acuerdos con gobiernos democráticos europeos y a mi buena estrella, fui seleccionado y partí en uno de los primeros convoyes que enviaron al país donde ahora me encuentro. A partir de ahí mi suerte empezó a cambiar. Compañeros, buenos camaradas, nos acogieron y nos dieron un calor que no habíamos sentido en mucho tiempo. Me ayudaron a establecerme y a trabajar y desde entonces gozo de una situación tan buena como nunca habría soñado.
Pero basta de hablar de mí. Quiero saber cómo has pasado tú estos años. Saber de mis hijos que probablemente me hayan hecho ya abuelo. Quiero saber si tuviste que pagar un alto precio por mi fuga, si sufriste represión.
Quisiera saber tantas cosas, que no pararé hasta encontrarme con vosotros y contaros, abrazaros y hablaros. ¡Que tenemos que hablar de tantas cosas… compañera del alma, compañera!

(Historia verídica, proporcionada por un vecino del protagonista de esta historia. La autora de este relato tuvo ocasión de presenciar el reencuentro de esta familia en Garrovillas (Cáceres) un verano de 1976. Venía el exiliado de la República Checa y acompañaba a éste su nueva familia, mujer e hijos)

NOTA: El presente relato ha sido confeccionado por una amiga -de cuyo nombre sí quiero acordarme, pero ella prefiere el anonimato- que lo quiso compartir conmigo y yo, a mi vez, con todos vosotros. Me lo envío ayer, 20-N, y quiso que fuera un homenaje a los que se lo merecen.

Paquita

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