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diciembre 23, 2009

Estoy pensando seriamente... (+ Miguel Baquero)

(Copiado del Blog de Miguel Baquero que lo publicó el 24 de septiembre de 2009, de nombre A esto llevan los excesos
miguel-baquero.blogspot.com/. PAQUITA)

Estoy pensando seriamente en hacerme un tatuaje. Sí, señor. Es algo que me hubiera gustado hacer hace mucho tiempo, cuando era chaval, pero mis padres se empeñaron en quitarme esa idea de la cabeza.

—Mejor, hijo mío —me decían—, no te hagas ninguna marca personal y duradera por la que te pueda identificar la policía.

Mis padres, como se ve, nunca tuvieron mucha confianza en mi futuro.

Hoy en día, que con todo esto del ADN y la forma en que pueden extraer la identidad de una persona no digo ya de las huellas dactilares, sino de la saliva, de un cigarrillo que fumes o del aliento que eches sobre un cristal, hoy en día no es necesario preocuparse tanto por pasar inadvertido. Por eso, y aunque me pilla un poco ya mayor, estoy pensando seriamente en hacerme un tatuaje aquí, en el hombro, como si dijéramos en la paletilla.

Ahora bien: ¿qué tatuaje? Los símbolos celtas son bonitos, pero están un poco vistos, la verdad sea dicha; lo del escorpión tampoco es que sea muy original. Esos tatuajes que se estilaban en mi época, y que de no haberse interpuesto mis padres yo luciría ahora orgullosamente, aquellos del corazón atravesado por un puñal, el Cristo melenudo o el águila con las alas desplegadas, de esos creo que ya ni guardan la plantilla en la tiendas de tatuajes. La penúltima moda era grabarse el nombre de los hijos, o una consigna en caracteres chicos, aquí ocupando todos los antebrazos, tipo Beckham o Guti, pero yo, la verdad, no me acabo de ver…

¿Y algo así como una guirnalda de rosas aquí donde la espalda comienza a perder su casto nombre? En los riñones, que se dice por el pueblo. “No sé, Miguel, no sé… dudan los amigos—; en una estrella femenina del porno queda bien, pero en ti… Se te vería raro”.

Así llevaba varios meses y al fin, ayer, creo haber dado con la solución. La verdad es que lo reúne todo: sería rápido, lo más indoloro posible —que eso es algo también a tener en cuenta— y me conferiría respeto y admiración entre las gentes. Decidido está: voy a tatuarme aquí, en la molla que hay entre el índice y el pulgar de la mano derecha, en ese pequeño montecito, un “punto choro”.

¿Que no sabes lo que es, amigo bloguero, un punto choro? Pues es un punto, su propio nombre lo dice, poco más grande que un lunar. Si cierras los ojos, recordarás haberlo visto en muchos de esos que te arrinconaban contra una pared y te pedían las pelas a punta de navaja, o en el que te arrojó al suelo y te robó la moto. El “punto choro” es distintivo de los kíes, esto es, amigo bloguero, que todo hay que explicarlo, de la gente que ha estado en la cárcel y se ha hecho el amo de su galería. “Al lorito conmigo, que soy un kíe”, ¿nunca has oído decir eso, amigo bloguero?

Y ya no es sólo, ahora que caigo, que el “punto choro” me resulte barato, rápido y prestigioso, sino que puede abrirme infinidad de puertas. Puedo discutir con cualquiera seguro de que, al ver el lunar que orla mi mano, me dará la razón y reculará asustado. “Cuidado con este, que es un chungo”. Me iría sin pagar de los restaurantes y cuando me persiguiera el maitre le enseñaría mi mano desde lejos. “Nada, nada —dejaría de vociferar—, sólo quería desearle buenas tardes”. Los porteros de los locales de moda me abrirían la puerta sin más preguntas, “o monto un pifostio”, y los jurados de los premios literarios no tendrían más remedio que rectificar su fallo cuando me vieran entre el público con mi característico punto entre el índice y el pulgar.

Pues eso, que tengo casi decidido hacerme un tatuaje.


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