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abril 07, 2010

El Verdugo Improvisado... (+ bloguetia)

(Autor: gustavo, entrada de El Gaucho Santillán, lunes 7 de diciembre de 2009 en Bloguetia. PAQUITA) bloguetia.blogspot.com/

Yo, no lo creo.
Cuando era pequeño, en mi comarca había un verdugo.
En realidad, los había en todo el reino y todavía hoy los hay, ya que con tantos salteadores de caminos y ladrones de ganado, son un mal necesario. Nuestro verdugo venía montado en su mula y cargado con las herramientas de su profesión cuando se le llamaba; preparaba el patíbulo, pernoctaba en la posada y al día siguiente ejecutaba al condenado, cobraba por sus servicios y se marchaba.
Era un buen verdugo, que nunca necesitaba más de un tajo para decapitar a un infeliz, y hacía nudos apretados que aseguraban una muerte rápida a los condenados a la horca. Dos pataleos, y todo había terminado.
Pero la vez a la que me refiero, todo fue diferente. Para empezar, porque esa vez el condenado no era uno de nuestra clase, un pastor o un artesano, sino el mismísimo alguacil del pueblo. El Conde, cansado de recibir quejas de sus exacciones e injusticias, decidió hacer con él un escarmiento.
En realidad, eso no cambiaba nuestra situación, y significaba solo que de ahora en más en vez de explotarnos el alguacil, lo haría el Conde en persona. De todos modos, nadie quería perderse el espectáculo de ver al alguacil danzando colgado de una cuerda.
Al llegar el momento de la ejecución el condenado parecía lleno de estoica resignación. Cuando nuestro verdugo, con el rostro cubierto por su negra capucha le puso la soga al cuello, se acercó y le sususrró unas palabras al oído al reo.
En ese momento el desdichado perdió toda compostura, y empezó a proferir alaridos de terror, pero de inmediato el verdugo abrió la trampa sobre la que el infeliz estaba parado, y su cuerpo comenzó a balancearse. Pronto comprendimos todos que algo andaba mal. El nudo no era lo suficientemente ajustado, de modo que el alguacil tardó interminables minutos en morir, presa de horribles estertores y echando espumarajos por la boca.
Un par de viejas que presenciaban la ejecución a mi lado, comentaron que una muerte tan penosa era indicio seguro del castigo divino por los numerosos pecados del muerto.
Cuando todo hubo finalmente terminado, y el enterrador y sus ayudantes comenzaron a descolgar el cadaver, el burgomaestre increpó al verdugo diciéndole que no pensaba pagarle por un trabajo tan mal hecho. El verdugo le dijo que ya se daba por más que suficientemente pagado, y sin recoger sus herramientas entró al establo. Cuando salió, no montaba en su mula, sino en un caballo negro que nunca habíamos visto en el pueblo.
Antes de irse arrojó su capucha al suelo, y grande fue nuestra sorpresa al comprobar que se no se trataba de nuestro conocido ejecutor, sino de un hombre de mediana edad, con la inconfundible cicatriz de una soga rodeando su cuello. Aguijoneando su caballo, salió de la aldea al galope antes de que pudiéramos reaccionar.
Minutos después, hizo su aparición en la plaza del pueblo nuestro verdugo, quejándose de que la noche anterior mientras cenaba en la posada alguien seguramente le había echado alguna droga en su vino.
Lo más curioso vino depués. Mi padre y otros hombres mayores que también estaban en la plaza me confirmaron que el falso verdugo había vivido unos treinta años atrás en nuestra aldea, y había sido condenado injustamente a la horca por nuestro alguacil.
Dicen que el condenado juró con sus últimas palabras que algún día él colgaría al alguacil, aunque tuviera que volver del infierno para hacerlo.
Algunos sostuvieron que el sujeto había sobrevivido a la horca, y depués de muchos años regresó aprovechando la ocasión de vengarse. Tal vez eso sea lo que pasó en realidad pero yo no lo creo, aunque quisiera poder hacerlo, porque todos los aldeanos estaban de acuerdo en un punto: salvo la marca de la soga en su cuello, el hombre no había envejecido ni un solo día, pese a los treinta años transcurridos.


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