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abril 23, 2011

El dictador que todos llevamos dentro: + José Manuel

Publicado por José Manuel en sábado 23 de octubre de 2010 cosasdelauniversidad.blogspot.com/search/label/actitudes%20universitarias?updated-max=2008-02-12T20%3A53%3A00%2B01%3A00&max-results=20

Cuando se ostenta el poder, sobre todo si ese poder es absoluto en el ámbito que se ostenta, cuesta mucho no sacar el dictador que todos llevamos dentro. Se precisa de grandes dotes de humildad y sencillez para no dejarse arrastrar por la vía sencilla, la de imponer el propio criterio independientemente de la opinión de aquellos a los que gobernamos.
En muchas ocasiones he visto cambiar a las personas desde el mismo momento en que han llegado a ocupar un cargo. “Dale a Juanillo un carguillo y verás quien es Juanillo” dice la sabiduría popular. Esos cambios de comportamiento dicen mucho de la persona, de sus inseguridades, de sus mezquindades, de sus propias miserias.
Cuando el cargo es electo, además los cambios vienen agravados por el incumplimiento de la mayoría de cosas que se prometieron para alcanzar ese poder. Todas esas promesas que se hicieron para alcanzar la cima, ahora se vuelven una carga engorrosa. Antes de llegar al poder uno piensa que necesita de la ayuda de esas personas a las que prometemos cambios. Cuando se alcanza el poder, la falsa seguridad que nos otorga esa sensación de que podemos hacer lo que queramos, hace que aquellas personas tan importantes antes de llegar, se conviertan en odiosos deudos, parias a los que hay que tratar de acallar o engañar. Por las buenas o por las malas.
El poco orgullo, la poco soberbia que tiene una persona normal, se multiplica por cien cuando se ostenta poder, y por mil cuando el poder es absoluto. Lo que en condiciones de igualdad puede ser una discrepancia de opiniones, el poderoso considera una afrenta que se discrepe de él, y el castigo puede ser terrible. Y muchas veces es totalmente inconsciente de que está obrando mal. La soberbia se crece a tal extremo, que todo se lee bajo la óptica de la más absoluta justicia: este que discrepa, es que no merece nada. Y además siempre está por encima los intereses de la Institución que dirigen. La principal excusa para el abuso de poder es ‘lo hago por la Institución’.
Siempre se promete transparencia para llegar al poder. Pero luego la acción de gobierno es muy compleja y para hacer las cosas que el poderoso considera justas (y realmente así lo cree en su convencimiento de posesión de la verdad) y necesarias para la institución que dirige, a veces hay que hacer algún trapicheo. Entonces se opaca todo, no porque no haya vocación de transparencia, sino porque el interés general obliga a que algunas pequeñas disfunciones no se sepan, no vaya a ser que la Institución se vea dañada. Pero como el dirigente es un demócrata, creará alguna comisión externa o interna (casi siempre o a dedo o similar) para que supervise y sirva de vacuna cuando alguien pregunte. Eso sí, cuando las cosas estén cocinadas y bien cocinadas, se llevarán a aquellos órganos colegiados de decisión para que de forma democrática sean aprobados, por supuesto con todas las sartenes bien cogidas por el mango.
Siempre se promete austeridad en el gasto. Pero cuando uno está ahí arriba, ¡qué fácil es decir un día: “que me tiren ese muro”!. O “que me pinten de nuevo el despacho, que este color que acaban de poner es de un tono que no me vá”. O “que se cambie esa puerta que no hace juego con el color de los muebles”. El dirigente sabe que eso es un gasto asumible por la institución, gasto evitable, pero ¡con lo que él se sacrifica por la Institución ¿cómo esta le va negar un pequeño capricho para que pueda dirigirla con un poquito más de confort?. La famosa frase “que me traigan un MIstere” es totalmente auténtica.
Siempre se promete acabar con las arbitrariedades desde el poder. “Cuando yo gobierne, no habrá dadivas arbitrarias, y lo primero que haré será barrer debajo de las alfombras”. Y efectivamente, cuando llegan empiezan a barrer, y barren hasta que se encuentran con el chiringuito de un amigo o relativo. Y entonces llega la prueba del algodón. Si el chiringuito perdura….mal asunto. Eso si, si se le mantiene el chiringuito al amigo, no es porque sea una dádiva: es que el amigo se lo merece y eso va a redundar “en beneficio de la Institución”.
Siempre se promete diálogo. Y se dialoga con unos y otros. Se invita a mentes pensantes a que opinen. Hasta que la mente pensante emite una opinión divergente. A partir de ese momento la mente pensante no vuelve a pisar ‘la bodeguilla’ del poderoso. Y poco a poco el poderoso, solo tiene alrededor gente que le adula y le dice ‘si señor’ y llega un momento en que ese círculo intimo le impide ningún contacto con la realidad. ¡Pasa tantas veces!.
Entonces, ¿el poder siempre cambia a las personas?. Pues es posible que no, pero son pocas las veces donde esto no ocurra. Es lo que tiene el poder que nos iguala a todos, pero enrasando en el nivel más bajo de la categoría humana. Cuando la persona que ostenta el poder no tiene la suficiente categoría, entonces, entonces aflora el dictador que todos llevamos dentro.

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