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abril 20, 2011

Ecocentro, El Silencio y Fraude

Hasta ahora nos había ido bien en los alojamientos reservados por Jose para nuestro "retiro" anual. Todos habían dispuesto de unas buenas habitaciones y una comida estimable.
De Aluenda (Zaragoza) escribí en tres ocasiones, estupenda, qué más puedo decir.
Del Corralón, en CasaVieja (Ávila), el año pasado, no dije nada; pese a que el alojamiento estuvo fantástico, al menos para mí. Nos correspondió la vivienda semienterrada. De su comida nada que objetar, no recuerdo nada en particular, así que tuvo que ser normal.
Quizá tampoco lo hubiera mencionado éste si el del año en curso, disfrutado del 18 al 20 de marzo, no hubiera resultado tan avaro.


1.- Foto de Reme. Alojamientos
Robledillo de la Vera

Estoy hablando de La Hospedería del Silencio. Ecocentro. Eso pone en el cartel de entrada y en todos los folletos en que aparece. Situación: Robledillo de La Vera (Cáceres)
El día de entrada nos recibe una muchacha que nos solicita los DNI (para rellenar las fichas obligadas), que después nos devolverá y de la que no volveremos a saber nada en toda nuestra estancia.
Los alojamientos no están mal. Mi queja, la de los demás, va referida a la comida incluída en el régimen contratado para los dos días. Siempre la solicitada fue vegetariana, más bien ovolactovegetariana; lo que supone que salvo, carne y pescado, la comida debe estar compuesta por los restantes componentes alimenticios: queso, huevos, legumbre, frutos secos, además de la consabida verdura. Los tres primeros ni verlos.


2.- La mejor comida. Obra de Reme (la foto)

La comida en el establecimiento que nos ocupa está tasada, hay lo que te ponen en el plato. Platos que van sacando, despaciosamente, entre los dos caballeros que veremos salir de la cocina al comedor. Las cenas y comidas fueron, prácticamente, la misma cosa, con muy poca variación: una especie de ensalada, adornada con brécol y coliflor. Para cambiar, la última de las comidas, la correspondiente al domingo, fue anunciada como pisto, la expectación era grande, tanta como la frustración al recibo de la misma. El pisto, ni castellano ni extremeño, estaba compuesto por: tres rodajas de patata de algo más de un centímetro sin cocción alguna, casi, que cubrían la mitad del plato. El resto estaba formado por media docena de trozos de pimiento rojo, salteado, y 4 o 5 cuadraditos de lo que llaman tofu -que no estaba mal-.
Atrevida yo, me dirijo al caballero que en este momento tengo delante, un hindú, creo, y le requiero tomate. El componente que consideraba, hasta ahora, indispensable en cualquier pisto. Ketchup, me pregunta, tomate, contesto, del de los guisos ¡no! no, aquí se hace una lista por la mañana y no hay más. Eso me dijo. El otro caballero entiendo que es sudamericano. No hay nadie más a quien dirigirse.
Y... yo me pregunto, a la vista del servicio de restauración recibido. Con la huerta de que dispone Cáceres, que provee de tomates a la industria conservera de media España, qué menos que recibir verduras del terreno, comida de la tierra, de la tierra extremeña y no combinaciones ajenas y escasas, fruto de... ¿de qué son fruto?
Termino hablando de dinero, el que nos ha costado la cuestión.
Hasta ahora, tanto en Aluenda, Casa Toya, y Casavieja, El Corralón, el importe por dos días de estancia nos había supuesto 90 euros.
Éste, en La Hospedería del Silencio, lo satisfecho han sido 120 euros, un tercio más, siendo el coste por mí estimado, de las viandas recibidas, muy inferior a los anteriores. Abusivo, mucho. Tomamos nota: No Ir Nunca Más.

PAQUITA

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