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marzo 18, 2013

Carlota O'Neill, la primera crónica de la Guerra Civil, de Daalla

18 de marzo 2012 http://fusiladosdetorrellas.blogspot.com.es/2012/03/carlota-oneill-la-primera-cronica-de-la.html
Aquella tarde, se rebelaron en Melilla y en otras ciudades del Protectorado Español en el Norte de África, la mayoría de las unidades militares acantonadas en la zona, entre las que se encontraban las Fuerzas de Regulares Indígenas, tropa conformada por soldados de origen marroquí. Uno de sus primeros objetivos militares era el asalto y la toma de la base de hidroaviones de El Atalayón, cuyos oficiales y personal eran conocidos por su lealtad al gobierno del Frente Popular, recién elegido el 14 de Abril de 1936.


Carlota O'Neill. Nodo50


El capitán de la base, Virgilio Leret Ruiz, su esposa, la escritora Carlota O’ Neill, y sus dos pequeñas hijas se encontraban de visita en un cementerio moro cuando divisaron en la carretera a un tabor de infantería y a un escuadrón de caballería, los cuales se dirigían en dirección a la base.
Carlota y las niñas regresaron a una draga anclada en la bahía, donde se hospedaban aquel verano hasta entonces idílico. Virgilio y sus dos alféreces, Armando González y Luis Calvo, con un puñado de hombres, organizaron la defensa.
Ante el nutrido tiroteo se unió al asalto otro contingente militar de las Fuerzas de Regulares, comandado por el temible Sid Mohammed Mizzián (*). Sin municiones, sin aviones —sus motores se encontraban en reparación por orden de Madrid— ante la superioridad del enemigo, los aviadores se rindieron. Sin embargo, la defensa de la base de hidros, la única instalación militar en el Protectorado de Marruecos que supo organizar resistencia armada, les causó dos bajas a las tropas golpistas, las primeras de la Guerra Civil española.
Virgilio Leret y sus dos suboficiales fueron pasados por las armas, en una fecha que, se cree, fue al amanecer del 18 de julio.
Carlota y sus hijas quedaron aisladas en manos del sustituto de su marido, el rebelde capitán Soler. Desesperada, sin apenas noticias de lo que ocurría, Carlota O'Neill se puso a escribir la primera crónica sobre la Guerra Civil: unos cuantos folios en los que la periodista escribió con letra apresurada la cruenta batalla que se libró en la base de Hidros de El Atalayón en Melilla el 17 de julio de 1936. Y de la que ella fue testigo desde una draga anclada a escasos 200 metros de la base.
Lo que ignoraba es que ella también estaba bajo sospecha.
Cinco días después la separaron de sus hijas y junto a su criada fue encarcelada en el fuerte de Victoria Grande. En medio del desamparo de su injusta prisión, empezó a gestar la singular obra Una mujer en la guerra de España, uno de los testimonios personales más valiosos sobre la sublevación del 36, un relato sobre la represión y la malvada necedad de los insurgentes, en el que nos sumerge en el tenebroso mundo carcelario femenino del franquismo.
Confinada en la prisión fue testigo de cómo se torturaba a los hombres, se violaba a las mujeres y se asesinaba a todos impunemente en las cunetas de las carreteras.
O'Neill salió libre en 1941. Su criada, un poco antes. La batalla para recuperar a sus hijas fue ardua. Su suegro las encomendó al Tribunal Tutelar de Menores para arrebatárselas. El padre de Virgilio Leret, militar adherido a los insurgentes, siempre achacó las ideas republicanas y progresistas de su hijo a la influencia de su compañera Carlota, y todos los males posteriores de ella fueron debidos a esa persecución familiar.
Cuando logró que le devolvieran a sus hijas, residieron juntas en Barcelona. O'Neill trató de sobrevivir publicando cuentos, novelas rosa y críticas musicales en diferentes publicaciones con varios seudónimos. No escogió cambiar su nombre por capricho, los “vencidos” eran discriminados y humillados. La delación y el miedo los perseguía.
En 1949, la madre y las hijas consiguieron embarcarse en el Bailén, buque petrolero que arribaría a Venezuela. Un viaje temerario, puesto que escapaban del Tribunal Titular de Menores a quien pertenecía la patria potestad. En Venezuela O’Neill trabajó en la prensa y en la radio. Allí vio la luz la primera edición de Una mujer en la guerra de España.
Más tarde se trasladaría a México, país vinculado a la familia de Carlota y optó por la nacionalidad mexicana. Afincada en México hasta el final, allí publicó varias obras de teatro: Circe y los cerdos, Cómo fue España encadenada y Cinco maneras de morir.
También los libros Romanza de las rejas y Los muertos también hablan; en éste último O’ Neill cuenta los episodios relativos a los planos y memorias de un invento de su esposo, el “mototurbocompresor de reacción continua”, un motor diseñado en 1933 por el capitán, piloto e ingeniero mecánico electricista Virgilio Leret Ruiz.
La invención revolucionaba el empuje, la velocidad y la fuerza de los motores vigentes para la fecha. En plena Segunda Guerra Mundial, Carlota había entregado al gobierno de Inglaterra, a través de su embajada, el invento de Virgilio, con el propósito de ayudar a los aliados, creyendo honradamente que liberarían a España del fascismo.
Las nietas de O’Neill recuerdan que nunca en su vida su abuela habló de sus penurias, de sus años de prisión, ni de la cruel posguerra. Para vivir, cerró como pudo las heridas. Su legado, las publicaciones de una maravillosa escritora y periodista, da fe de ello.
Carlota O’Neill fue testigo del levantamiento de las tropas rebeldes en África contra el gobierno de la República y desde la prisión de Victoria Grande, fortaleza construida en 1736, describe la persecución sanguinaria contra civiles, políticos y militares, pero, sobre todo, nos introduce en la vida de las mujeres presas por el franquismo.
Fue una mujer libre, intelectual y republicana.
Fue la primera cronista de la Guerra Civil.

COMENTARIO de PAQUITA:
He venida a da con este texto tuyo a fecha 18 de julio, no está mal, se me había pasado, parece, lo copio y republica-ré en un tiempo. Ahora lo tengo cubierto.
Un abrazo desde Getafe:

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