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diciembre 12, 2014

La desigualdad programada, de José Mª Castillo

No pretendo descubrir nada oculto. Ni permitamos que nos lo pretendan ocultar. Lo sabemos de sobra. ¿Es que se puede poner en duda la desigualdad aterradora que existe entre África y Europa? Y si nos atenemos a lo que pasa entre nosotros, ¿hay alguien en España que, a estas alturas, no se ha enterado de que la desigualdad entre los más ricos y los más pobres se hace cada día más profunda y más devastadora?
Pero, antes de seguir, debo hacer una precisión importante. No es lo mismo la “diferencia” que la “desigualdad”. La diferencia es un hecho. La igualdad es un derecho. La diferencia es un término descriptivo: quiere decir que de hecho, entre las personas hay diferencias. La igualdad es un término normativo: quiere decir que los “diferentes” deben ser tratados y respetados como iguales (L. Ferrajoli). Por eso, al hablar de la “desigualdad programada”, lo que estoy diciendo es que se ha proyectado respetar y asegurar los derechos de unos pocos (los mejor situados en esta sociedad nuestra), sobre la base de quitarles derechos a los demás. De ahí que, con todo derecho, unos pocos se están forrando, al tiempo que los demás nos sentimos cada día más inseguros. Y los últimos, ya desesperados, huyen de España, se quedan sin trabajo, sin casa, sin futuro y hasta hay quienes se quitan la vida.
Lo peor de esta situación no es lo que está pasando, sino lo que se ve venir. Y lo que se ve venir - si a esto no se le pone pronto remedio - es la quiebra interna del sistema a base de indecibles sufrimientos. Hace más de 60 años, el profesor E. R. Dodds pronuncio unas conferencias en la Universidad de Berkeley, en las que explicó la relación de la antigua Grecia con “lo irracional”. ¿Por qué se hundió aquella civilización que todavía nos alimenta y nos impresiona? La respuesta más razonable es ésta: en el hundimiento de aquella civilización, intervino un factor decisivo: no se desarrolló aquel proyecto porque no existió una tecnología seria; no existió una tecnología seria porque la mano de obra era barata; la mano de obra era barata porque abundaban los esclavos. Por eso se hundió la civilización griega. Y después se hundió también el imperio romano. Hasta que terminó por imponerse la concepción medieval del mundo. Una concepción que fue posible porque resultó devastadora la abundancia de esclavos.
Cuando el peso de la sociedad se carga sobre las espaldas de esos esclavos, es evidente que los señores triunfan y se divierten. Pero tan cierto como eso es que una sociedad así, no tiene futuro. ¿Por qué? Lo diré sirviéndome, de nuevo, del pensamiento del profesor Dodds: los elementos irracionales de la naturaleza humana, que gobiernan nuestro conocimiento, determinan una parte enorme de nuestra conducta. Y también, en gran medida, determinan igualmente lo que pensamos. Pero si esto es así, confieso que, a mí por lo menos, me da miedo. Mucho miedo.
Es verdad que ya no hay “esclavos”. Pero, ¿es que no lo son quienes se ven privados de los derechos que habíamos conquistado con sangre, sudor y lágrimas? Y me permito recordar que, en este país nuestro, cuando se nos calienta la sangre, lo irracional se impone con un furor imprevisible. Mucho me temo que por ahí puede ir nuestro futuro.

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