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octubre 26, 2017

Del Imperio Que Nunca Existió, de Pelayo Martín

Pelayo Martín ·  26/9/2017 - DEL IMPERIO QUE NUNCA EXISTIÓ
"Pasa el tiempo (porque no tiene más remedio)... pero la borrachera continúa"
Los golpes están siendo duros y sonoros... las duchas frías e incontables... pero nosotros, nuestra idea de lo que creemos ser, eso en lo que han llegado a convertirnos, perdura... a veces podría decirse que incluso, se afianza sobre sus patas traseras.
Aquí seguimos, donde estábamos, donde nos han dejado los adorados y viejos profetas tras su penúltima espantada... ¿por pereza? no lo creo... ¿aterrados? pues bien podría ser... cuando se acumula tanto miedo, tanto pavor al miedo mismo, se pierde la sensación de permanecer absolutamente quieto. Decidme cómo si no, bajo esta piel de toro maldita, subyace todavía eso que a los más viejos les empuja a comprar garrafas de aceite ante la menor incidencia bursátil... lo que obliga a los más jóvenes a comprar su nuevo smart phone con la paga íntegra de eso otro que la última reforma laboral convino en denominar "sueldo por un trabajo". (Sí, creedme, esto último también es miedo)
Seguimos, insisto, patidifusos ante la caída del imperio, del imperio de las verdades que se revelaron en patrañas (de la peor calidad). Sabemos que, a pesar de lo escrito, Cervantes era un mangante de tres al cuarto, un chorizo de lo público que quedó manco tras el puntazo infectado de una víctima indignada, sabemos que nunca estuvo en batalla ni fue preso del moro, sino entrullado por sus manos largas mientras ejercía como recaudador de la Armada Real.
Seguimos, reinsisto, aturullados ante la noticia de que un señor honorable llamado Jordi Pujol (y familia) ha trincado un tres por ciento de todo lo que se movía en su pequeña patria (y en la otra), pudiendo almacenar hoy en día la bonita cifra de 60.000 millones de euros en diversas pequeñas y paradisíacas patrias fiscales... cosa de importancia menor si la comparamos con la ya innegable connivencia y complicidad de todo un sistema policial, judicial, mediático, y político que sujetara contra el suelo los picos de todas las alfombras... que congelara a tiempo toda investigación y toda denuncia.
Y desde Cervantes a Pujol, pasando por todo lo demás (que roza lo infinito), llegamos a la inquietante conclusión de que todo es y fue siempre mentira, incluso para ellos, incluso mientras nos las gritaban desde los balcones... que los pilares de este imperio de cartón piedra ya no se soportan ni a sí mismos.
Demostrado queda, para los que quieran ver... España no existe, sus hazañas no existen; Cataluña no existe, sus héroes no existen, las banderas no existen, la patria no existe, la historia (según contada) no existe, la iglesia no existe, eso que entendíamos por política no existe, la economía menos aún... ni siquiera nosotros existimos (al menos en la forma en que creemos existir)... todo es producto de una inacabable estafa, un timo trágico y descomunal en el que hoy somos el cateto que un tren ha traído hasta la estación de Atocha... el infeliz cayendo en la cuenta de que en algún momento le han robado la cartera, sospechando que ese soñado lugar de progreso y modernidad no es más que este pestífero Madrid plagado de truhanes, sembrado de alcantarillas atascadas y aceras rotas... y nos palpamos los bolsillos, y movemos la cabeza de un lado a otro sorprendidos, sin poder decir palabra, sin querer creer que a nosotros, a los más listos del pueblo, se nos ha desplumado sin compasión.
Pero algo de calderilla nos queda en el bolsillo del pantalón, unas pocas perras que gastar mientras pensamos en cómo dejar de pensar (que una vez perdido todo no hay que perder las viejas costumbres).
Y nos acercamos a un bar a tomar una caña bien fresca para pasar el sofoco, eso sí, sin que nadie nos amargue el respiro al contarnos que Demetrio Carceller, gran patriarca de la familia propietaria de las cervezas Damm ha sido imputado por un fraude de 72 millones de euros... que tan santo varón fue (según el historiador Josep Fontana) el gran arquitecto del entramado de corrupción y clientelismo patriotero en que se sostuvo el franquismo.
A la cervecita la acompañamos con un periódico, uno de eso de gran tirada, uno de esos que nunca osará hacer reseña de las tropelías del mangante magnate cervecero y su familia... ya que podrían molestarse... ya que podrían verse obligados a retirar la publicidad de esas páginas y llevar su patrocinio a otros lares más comprensivos y desmemoriados.
Con lo poco que nos queda, y ya consolado el cuerpo, alimentaremos el espíritu... y para ello nada mejor que una visita a un museo, que no se diga. Nada mejor ni más moderno que un vistazo a lo último de la Fundación Juan March, la misma que lleva el nombre del gran hacedor de holocaustos, ese que financió el millón de muertos de una guerra civil, el que prestó al fascismo los barcos que transportaron al ejército de Marruecos hasta la península, el que apadrinó al mismísimo Demetrio Carceller (padre) en el arte de corromper incluso lo ya corrompido.
No escucho a nadie decir que ya vale, o más exactamente, que ya nada vale, que ya nada queda porque nunca existió. Son tan pocos los dispuestos a asumir que la realidad de la pared ya se mezcla con la sangre que brota de nuestras narices... Son absoluta mayoría los que confían en la benevolencia de los reptiles que recortan nuestras vidas y las de nuestros hijos... forman legión los que con el fango al cuello esperan poder seguir viviendo tras el último rótulo y el fundido en negro.
Si al menos fuéramos capaces de reconocer que podemos aceptarlo todo, por doloroso y/o humillante que sea... que estamos dispuestos a soportar lo insoportable y renunciar a la justicia antes que abolir una sola de las normas y leyes que se nos imponen por costumbre.
Si aún arrastrándonos estas piedras sirvieran al menos para pasar entre ellas y librarnos por fin de nuestra vieja piel...
Si tuviéramos los redaños suficientes como para asumir que somos un vacío por llenar, que todo lo anterior sólo ha sido un mal sueño... algo ocurriría de repente, algo maravilloso e insospechado... puedo jurarlo.
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OTRO ASUNTO, en Perroflautas del Mundo: El pueblo español de los 47 niños Einstein, de Álvaro Celorio

 

 

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