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abril 12, 2018

Juan Soto Ivars, maestro de la mirada, pertenece a la mejor tradición de la literatura española: costumbrismo ácido

Fernando Broncano R ha compartido la publicación de Juan Soto Ivars. ·  12/2/2018
Juan Soto Ivars es un maestro de la mirada, pertenece a la mejor tradición de la literatura española que es la del costumbrismo ácido, ya desembarcada en la era de las redes. Este apunte vale por diez libros de economía crítica. Obra maestra del análisis de la universidad (y de muchas cosas más). Lo colgaré en el hall de la Facultad de Humanidades y Periodismo de la Carlos III donde habito.

   Juan Soto Ivars:  Os voy a contar una cosa que me pasó la semana pasada. Todo viene de una pequeña infidelidad que suelo cometer contra Andrea. Cuando ella no come en casa suelo escaparme subrepticiamente y ponerme morado de comida basura. Muchas veces no se lo cuento, deliberadamente, porque así es más placentero el atracón de mierda. Es la infidelidad más grande que tenemos en esta casa.
El caso. Fui al MacDonalds de al lado de casa. En la cola de pedir había muy poca gente, todo el mundo usaba la máquina y la otra cola, solo para recoger pedido, estaba expedita. Me puse en la cola corta y me fijé en la chica que servía. Me sonaba, era incapaz de recordar quién era. Le pedí mi basura y no se fijó en mí, así que deduje que no la conocía, sino que se parecía a alguien.
Detrás de mí iba una especie de yupi maqueado, hablando por el móvil a gritos, para que se le oyera. Sé que quería ser oído porque no hacía más que mencionar grandes sumas de dinero. Era un gran triunfador. Cuando le tocó el turno, sin dejar el móvil, dijo a la chica lo que quería y ella no le entendió. Ahora seré injusto, pongo voz de gilipollas y lo parafraseo:
-Joder, nena, te lo he dicho, un mimiburger con Cocacola light y patatas grandes.
Ella tomó el pedido sin decir nada y tampoco dijo nada cuando él comentó por el móvil:
-Nada, tío, que estoy en el MacDonalds, esta gente es la hostia macho, no les da ni para entender las cuatro palabras. Luego se quejan, que si precariedad, bla bla.
En ese momento, cuando ella lo miró con infinito tedio, a mí me dio la timidez, la miré como diciendo vaya pedazo de subnormal, y gracias a la timidez caí en la cuenta de quién era. Esa chica estudiaba humanidades en Madrid cuando yo hacía Periodismo, en la facultad de al lado. La encontraba leyendo en la cafetería, siempre sola, concentrada. No era guapa, pero me gustaba un montón. Nunca me atreví a decirle nada.
Cuando llegó mi pedido le pregunté si estudiaba en la Carlos. Me dijo que sí con un gesto de resignación y de apatía tremendo. Le dije muy tímidamente que vaya puta mierda y me dio la bolsa con mi comida basura. El tipo del móvil no dejaba de parlotear sobre grandes sumas de dinero, y me fui de allí insatisfecho y asqueado, pensando que un puto subnormal astuto para el dinero había dicho a una licenciada en humanidades que termina en un MacDonalds de Barcelona que no le da para entender una puta mierda. Y pensé también que el tipo tenía razón, después de todo. Yo tampoco entiendo ni las cuatro palabras. Que semejante capullo sea un triunfador y la chica que leía en la cafetería esté sirviéndole las putiburgers es incomprensible.

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