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marzo 08, 2020

¿Era Galdós español?, de Santiago Alba Rico

Paquita Caminante ·   eldiario.es   Santiago Alba Rico - 19/02/2020 -
La recuperación de Galdós se inscribe en esa nueva batalla cultural, activada a partir del 15M, que permite hoy disputar el significante "España" desde la izquierda, como un "invento" originalmente liberal y laico


Diré con la contundencia del converso que, respecto de Galdós y su obra, sólo caben dos posiciones: la de los que lo admiramos sin reservas y la de los que no lo han leído. Entre estos últimos se pueden distinguir, a su vez, dos tipos: el de los que no lo han leído porque no leen nada o porque son jóvenes y no mantienen una relación "letrada" con la literatura; y el de los que creen haberlo leído. Estos -me atrevería a decir- tienen más de 50 años y su convicción de haber leído ya a Galdós se parece mucho a la convicción de haber visto ya la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad sin haber estado nunca en París o Nueva York. Se puede discutir si en París no hay cosas más interesantes y, por así decir, más "profundas" para ver, pero no se puede decir que se ha "visto" la Torre Eiffel si sólo hemos visto las miles de imágenes fidelísimas -postales, fotografías, documentales- que la sepultan. Lo que sí ocurre es que esa catarata de imágenes previas sustituye de tal manera nuestro acercamiento al objeto que acabamos saturados de él y evitándolo o menospreciándolo. La saturación misma es ya una torre que hace prescindible la torre original.
Nuestra generación dio por supuesto a Galdós. Lo leímos en colegios tristes por obligación a una edad en que queríamos sexo o lecturas rebeldes; en un país polvoriento del que huíamos hacia los poetas y novelistas más rebuscados de Francia. Nuestra formación literaria, salvo excepciones (pienso en la fortuna adolescente de Almudena Grandes), se fraguó lejos de don Benito, con Kafka, Proust y Joyce, con los novelistas ingleses, franceses y rusos del XIX, y con la certeza muy "franquista" o, mejor dicho, muy paradójicamente castiza, de que nadie que escribiera en España podía hacerlo bien (a regañadientes aceptábamos quizás a Martín Santos, Miguel Espinosa y Sánchez Ferlosio). Cuando empezamos a leer ya habíamos dejado atrás a Galdós; ya estábamos de vuelta del autor de Fortunata y Jacinta. Lo habíamos leído de cabo a rabo; nos lo archisabíamos de memoria como nos archisabíamos el conjunto irrecuperable de la historia de España (...)

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