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septiembre 03, 2020

La tristeza del docente, de Santiago Sánchez-Migallón

 
Pelayo Martín    11 de junio ·   MEDIDA IMPRESCINDIBLE:
Imprima este documento, pero no lo lea. Doble la hoja y guárdela en el bolsillo... y cuando vuelva a ese día en que muy cabreado se pregunte otra vez cómo es posible que la derechita cobarde y la ultraderecha valiente consigan millones de votos, no ya de viejos recalcitrados, sino de jóvenes españoles... entonces, y solo entonces... saque el papel del bolsillo y lea con atención este artículo... pero, eso sí, hágalo en privado... que en España las lágrimas calladas, sean de tristeza o de rabia, se toman como muestra de locura o debilidad, y no están bien vistas en según qué circunstancias.

hyperbole.es   1 junio 2020 - Santiago Sánchez-Migallón


Es muy triste, pero desde que empecé el trabajo de profesor de secundaria, siempre he tenido la sensación de que los políticos encargados de gestionar la administración educativa trabajan contra mí. Cada vez que un consejero de educación habla por la tele, cada vez que a mi centro llega una circular o una nueva normativa, tengo la dolorosa sensación de que me van a crear nuevos problemas, nuevas trabas para que no pueda realizar correctamente mi trabajo. Es como si en un videojuego de carreras de bólidos, el político siempre fuera en el coche de delante y lanzara continuamente aceite o clavos a la carretera para que yo tuviera que esquivarlos con suma habilidad. Además, me resulta especialmente triste porque cada vez que hacen un comunicado, casi siempre empiezan agradeciendo la gran labor de los docentes, recalcando lo imprescindibles que somos. Dicen algo así como en la película de José Luis Cuerda: “Solo vosotros sois necesarios, nosotros somos contingentes” (será por eso por lo que sus sueldos doblan, triplican y cuadruplican los nuestros). Pero luego… ¡puñalada!: el coche del político comienza a lanzarnos aceite y clavos.
(…)
Siguiendo esta dolorosa tónica, las instrucciones que nos han dado para estos tiempos extraordinarios de confinamiento y educación on-line son de traca: la tercera evaluación solo ha de servir para que los alumnos suban la nota de las dos evaluaciones anteriores, pero nunca para que bajen. La ministra Celaá dijo, literalmente, en rueda de prensa que las notas de la tercera evaluación nunca deberían perjudicar al alumno. Y aquí está la clave: la ministra de educación, máximo cargo de mi triste gremio, piensa que poner una nota baja a un alumno es perjudicarlo. Esto es de un error de una gravedad inusitada. No, poner una baja nota no es perjudicar al alumno, es solo informarle de que hay una serie de aprendizajes que no ha llegado a alcanzar, para que pueda alcanzarlos ulteriormente mediante procesos de recuperación. Lo que sí sería perjudicar a un alumno es ponerle una calificación alta sin que hubiese alcanzado tales aprendizajes. Sería engañarle a él, a sus padres, y mandar el mensaje a los demás alumnos de que se puede sacar buena nota sin ningún esfuerzo, sin haber aprendido nada. Aprobar al que no sabe, exactamente igual que suspender al que sabe, debería ser la falta más vergonzosa y punible que un profesor pudiese cometer, pero no, es algo que las máximas autoridades educativas del país nos piden que hagamos.
(…)
Por supuesto, no volví a verle en todo el curso. Ya lo entendí todo. El modus operandi es el siguiente: vienen, hacen el teatro, intentan asustarte para que no vuelvas a ser malo, y no aparecen más. Lo que un inspector de educación no quiere es tener preocupaciones. Quiere ser feliz y ponerse moreno esquiando como cualquier hijo de vecino. Si un padre va a delegación a hablar con él, tiene que trabajar: papeleo, ordenador, venir al instituto, reunirse con gente… No, cobrando lo mismo, no. Entonces lo más eficiente es solucionar el problema de un golpe: una sola ida al instituto, una pequeña extorsión, y ya está, no hay que hacer nada más. Padres contentos y profesor chulito amedrentado. Es una técnica un tanto Gestapo pero light, tampoco matamos a nadie, no pasa nada.
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Tengo muchos alumnos que desde el segundo uno en el que se encuentran con una dificultad, tiran la toalla. No ven la dificultad como un reto a superar, sino como un imposible a priori ¿Por qué? Porque si en tu vida jamás has tenido un obstáculo, jamás habrás aprendido a superarlos. Y carecer de autoeficacia significa ser un inútil funcional. Y esto ya es de una gravedad de Estado de Alarma: estamos generando adolescentes que no es que no sepan matemáticas ni inglés, es que son incapaces de hacer nada. Tendrán problemas no solo académicos o laborales, sino personales: ¿serán capaces de tener relaciones de pareja saludables? ¿Criarán hijos con responsabilidad? ¿Tomarán buenas decisiones?  (…)
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