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agosto 25, 2021

A mis compañeras y compañeros que se examinan en las oposiciones a profesor de educación secundaria, de Javier Nix Calderón

 Javier Nix Calderón    18/6/21

 Hace tres años escribí esto, esperando la nota de la oposición que decidiría mi futuro laboral. Hoy, tres años más tarde, miro atrás y no siento alivio ni orgullo por haber escapado de esa rueda. Me ha quedado, eso sí, un sentimiento de pertenencia a ese mundo precario de los interinos. Me reconozco en todos y cada uno de ellos. Ahora que una nueva oposición ha terminado en Madrid, recuerdo cada emoción de las vividas durante los seis años que pasé opositando: la ansiedad quemándome las pestañas, el miedo a condenarme, la esperanza de salvarme. Y no, no me salvé por mi trabajo, ni mi dedicación, ni mi capacidad. Tuve suerte, sin más. Es un proceso injusto, opaco, subjetivo. Una trituradora de carne humana. No guardo un buen recuerdo de aquellos años, pero gracias a ellos (o a pesar de ellos) soy quien soy. Y sé, además, que las oposiciones a educación necesitan un cambio urgente, para dejar a un lado la subjetividad y elegir a los mejores para la educación pública, una de las columnas vertebrales de cualquier país.

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Estas palabras van dedicadas a mis compañeras y compañeros que se examinan mañana en las oposiciones a profesor de educación secundaria. En homenaje a vuestra inmensa labor y en reconocimiento a vuestra dedicación en uno de los años más duros que se recuerdan dentro (y fuera) de las aulas:
Os he visto cruzar los pasillos, con ojeras crecientes y la espalda encorvada bajo el peso de las noches de insomnio. Hemos mantenido largas charlas en la sala de profesores, compartiendo la esperanza de encontrarnos un septiembre más, urdiendo planes sobre cómo queremos que sea la educación del futuro. Hemos combatido la incertidumbre, la precariedad de vuestra situación, hablando de lo hermoso de nuestra profesión, apuntalando con amor lo que el miedo al fracaso amenaza con derribar. Os he visto cabalgar las olas de la pandemia, luchando contra el temor a la enfermedad, soportando mascarillas, protocolos anticovid y medidas de distanciamiento social, sufriendo la semipresencialidad, las cuarentenas de nuestros alumnos y compañeros, haciendo guardias, ofreciéndoos a ayudar donde hiciera falta, achicando el agua con las manos en medio del temporal que ha azotado nuestras vidas durante el último año. Os habéis dado a los demás de la forma que se espera de nosotros, pues somos quizás el último dique de contención ante la desesperanza y el pesimismo que nos rodea. Si hemos llegado hasta aquí, es por vosotros. Vuestro ejemplo y vocación dan sentido al nombre que define nuestro trabajo. Porque somos, ante todo, servidores públicos. Hemos elegido esta profesión por vocación de servicio a los demás. Lo habéis demostrado cada día de este año tan difícil. Vosotros, además, lo habéis soportado con esa espada de Damocles pendiendo sobre vuestras cabezas. Sois los gigantes sobre cuyos hombros descansa gran parte del peso de la educación pública. Vuestra situación administrativa nada significa respecto a vuestra valía profesional.
Todos hemos estado atados a la misma rueda. La ansiedad nos ha quemado las pestañas un año de cada dos. Hemos pospuesto planes de vida por ser año de oposiciones. Nos hemos sentado en los mismos pupitres que nuestros alumnos durante esos sábados interminables de junio, demostrando que merecemos ser lo que queremos ser, pero sabiendo íntimamente que ya lo somos. Que siempre lo hemos sido. No sé si para vosotros es igual, pero para mí ese examen constituía, también, un baño de humildad. Exasperante, sí, y doloroso, pero necesario, al menos para mí, pues me hizo entender que uno se convierte en profesor cuando descubre que siempre será un estudiante. Es un proceso extraño, en ocasiones injusto y opaco, pero también encierra enseñanzas que estoy seguro sabréis extraer.
Cuando pienso en vosotros, me viene a la mente el mito de Teseo y el Minotauro. Según el mito, Teseo debía adentrarse en el laberinto para acabar con el monstruo mitad hombre y mitad toro que habitaba justo en el centro. Él solo, armado con su espada, cruzó el umbral, arriesgándose para salvar la vida de los hombres y mujeres que el Minotauro exigía como sacrificio cada año. Para no perderse en el laberinto, se ató a la pierna un ovillo de lana que le entregó su amada, Ariadna. De esta forma podría encontrar el camino de vuelta. Caminó por el laberinto durante horas, hasta que se encontró de frente con la bestia. Atravesó su corazón con la espada, rescatando a los prisioneros. Volvió recogiendo el hilo de lana, guiando hacia la salida al grupo.
Vosotros sois Teseo. Ignoro cuántas veces deberéis adentraros en el laberinto para obtener la victoria. Pero sé que todos tenéis ese hilo atado al tobillo. También sé de qué está compuesto ese hilo. Está hecho del material más fuerte que existe: el amor, a lo que hacemos y a nuestros alumnos. Sé que ese hilo os traerá siempre de vuelta a esta casa, que ya es vuestra, que hemos construido entre todos, que se mantiene en pie, que es la educación pública. Sostened firmemente ese hilo y volved siempre, porque os necesitamos todos, vuestros compañeros y vuestros alumnos.
Ánimo, compañeras y compañeros. Mi mente está a vuestro lado, enviándoos la mejor de las energías.

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