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octubre 18, 2022

¿Qué revolución necesita el ser humano para dejar de envenenar y convertirse en un animal limpio? José Saramago, por Pedro Ojeda Escudero

 19/8/22

Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino, dice José Saramago en la última línea de Viaje a Portugal, que he leído estas semanas, a pequeños sorbos, en traducción de Basilio Losada. ¿Es una guía de viaje? Apenas. 

El libro -creo que el único en prosa que tenía pendiente del autor-, es la crónica de un viaje muy personal en el que Saramago busca el patrimonio artístico más interesante de su país, pero termina reflexionando sobre las circunstancias históricas y sociales, el paisaje y su gente. Se puede usar como guía turística, pero acarreará decepciones al turista ocasional,  pero también grandes alegrías a quien viaje con ganas de sorprenderse. En realidad, es un libro con el que Saramago intenta comprender el país contándonos su experiencia viajera de norte a sur para llegar a reflexionar sobre su propia relación con el hecho de Portugal. No quiere ser un turista al uso (Viajar debería ser cosa de otro concierto, estar más y andar menos) y le interesa el trato o maltrato del patrimonio, las condiciones de vida de los lugares por los que pasa y cómo la modernidad va cambiándolo todo destruyendo una forma de vida y un concepto del mundo (el gran crimen cultural que se va cometiendo y dejando cometer), tampoco debe fijarse solo en lo superficial porque la crónica del viaje incluye, sobre todo, los recuerdos, pero no solo los recuerdos de las anécdotas.:

Es un viajero, un hombre que pasa, un hombre que, 
al pasar, miró. Y en ese rápido pasar y mirar, que 
es superficie solo, tiene que encontrar luego recuerdos de las corrientes profundas.
Hay cierta tristeza que recorre el libro, como si el viaje se emprendiera para ver por 
última vez lo que había antes de que la desidia permite que se desmorone o la 
modernización lo trasforme en algo falso, pero también hay consuelo y alegría 
y encuentro con otros seres humanos que merecen la pena y con la belleza. 
A todo ello tiene derecho el viajero solo porque es un ser humano, nada más
En el fondo, este viaje suyo, como todos los que lo son de verdad, es como la vida, 
que da y quita, que alegra y entristece, que fatiga y procura descanso.
De vez en cuando, como no puede ser de otro modo, aborda la relación con 
España, él que participó de las mejores propuestas del iberismo. Es constante la 
referencia a la batalla de Aljubarrota, que consolidó el reino de Portugal, el 
sentimiento de quebranto provocado por los Austrias españoles (tan lejos, 
aquella época histórica, del iberismo soñado desde el liberalismo decimonónico y 
el republicanismo del siglo XX). Le gusta que en Rio de Onor no se sepa bien dónde 
está la frontera y que los habitantes no la distingan en su vida cotidiana: A fin de 
cuentas: ¿Dónde está la frontera? ¿Cómo se llama este país, aquí? ¿Es aún Portugal? 
¿Ya es España? ¿O solo Rio de Onor y solo eso? Asocia los lugares por los que 
pasa con escritores, artistas, hechos históricos, pero le llaman la atención las leyendas 
populares, las palabras de la gente y su modo de vida, los pequeños detalles. De vez
 en cuando, la prosa -siempre pulcra y exacta-, llega a la poesía más alta o reflexiona 
sobre la condición del lenguaje para ser algo nuevo:
(continúa en el enlace)

El 16 de noviembre se celebrará el centenario del nacimiento de José Saramago, pero 
¿seguimos leyendo a Saramago? En estos años de cultura banal, de ligereza literaria 
y de lectores insuficientes, ¿se lee a Saramago? Yo lo he hecho. He viajado con él 
por su tierra, por ese país que amo tanto, como un viajero callado, a su lado.

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