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mayo 18, 2023

CTXT. Odio San Isidro, de Irene Zugasti

 Irene Zugasti 13/05/2023

La fiesta reivindica una tradición que a muchas nos es ajena, que se inventa costumbres donde no caben las que vinieron de fuera, que pretende ser integradora en un madrileñismo que ni siquiera se conoce a sí mismo

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Amigas, compañeras, habitantes, visitantes de Madrid: ¿hay algo peor que San Isidro? Pregunto. Sí. Sí que lo hay. San Isidro en campaña electoral.

Ruego de antemano que me perdonen este desahogo centralista y aguafiestas todas las lectoras que no son de la capital, pero es que alguien tenía que decirlo. Es la segunda vez en la etapa reciente de esta villa y corte en la que convergen las fiesta patronales y las electorales, condenando a quienes no tenemos más remedio que vivir aquí a sufrir este folclorismo forzado llevado al esperpento. Días de mítines en la pradera de San Isidro, rosquillas listas haciéndose las tontas y rosquillas tontas que quieren parecer listas, vestidos horrorosos, claveles de plástico, chalecos estampados de pico de gallo, tíos con boina, Ramoncín dando un pregón, en fin, un infierno en la tierra en nombre de un santo labrador que no le importaba a nadie.

Entiendo perfectamente la necesidad de las madrileñas de tener algo que celebrar. En una región que nos maltrata continuamente, en una ciudad inhabitable que vive aún de estirar ese falso relato de la acogida, está indefensión aprendida tan nuestra hace que nos conformemos con poco: un prado, quizá una plaza, un lugar donde encontrarnos, emborracharnos, bailar un agarrao, ponernos una flor en el pelo; un día sin cole, sin trabajar, una canción, qué sé yo: una identidad colectiva que nos haga sentirnos mejor con el lugar donde vivimos. Yo misma lo intenté, y me puse el mantón de manila alguna vez, pero confieso que me sentí ridícula, forzada, disfrazada, más cerca del cosplay que del folk. No sé si Madrid es España dentro de España, o si, por el contrario, es más bien su rompeolas con plomo en las entrañas. Pionera en los peores experimentos neoliberales, a menudo abandonada y dada por perdida, otras veces disputada con más o menos éxito, pero que ahí está, sin rendirse. Madrid, qué bien resistes no es solo una copla republicana, es la certeza de que aquí no vivimos, aquí, resistimos: cuando cierran el centro de urgencias el fin de semana, cuando te echa el casero, cuando el ascensor social te arroja escaleras abajo, cuando te cierran el centro social, cuando te deja tirada el Bicimad, cuando llegas a casa derrotada de cansancio y fantaseas con otras vidas en exilio, que podrían ser más fáciles, mejores. Quizá ser de Madrid no tenga que ver con la postiza arrogancia chulapa, sino con esa firme y resignada voluntad de resistencia (...)

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