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julio 09, 2023

Los pequeños agricultores que desafían al desierto en España: “Tenemos que convertir el suelo en una esponja gigante” , deGuillermo Prudencio

 Guillermo Prudencio  2 de junio de 2023 

Los pequeños agricultores que desafían al desierto en España  

Rodeados por el desierto, en una de las zonas más áridas de toda Europa, un colectivo de pequeños agricultores está empeñado en demostrar que sus cultivos pueden regenerar la tierra. Su receta es tan sencilla como compleja: aliarse con la naturaleza. Años después de dar el paso, dicen que no hay marcha atrás. Su ejemplo, defienden, puede ayudar a otros a restaurar la vida y la fertilidad de sus campos, resistiendo mejor frente a las sequías y un clima cada vez más extremo. 

“Nos dimos cuenta de que teníamos que cambiar, porque estábamos convirtiendo esta zona en un desierto de almendros”, cuenta Santiaga Sánchez desde la comarca de Los Vélez, en Almería. Hija y nieta de agricultores, hace casi diez años que esta mujer rural decidió darle la vuelta al manejo de sus tierras, “unos suelos súper pobres de tanto labrarlos, de tanta maquinaria pesada y de no aportarles casi nada, nada más que sacar, sacar y sacar”. 

Sobre los suelos se sostiene la supervivencia humana, pero las prácticas de la agricultura intensiva, al tiempo que multiplicaban la producción de alimentos, han esquilmado los suelos. Según las últimas estadísticas oficiales, en España se pierden cada año 543 millones de toneladas de suelo fértil, con un tercio del territorio sufriendo una erosión “grave o muy grave”. 

Es un problema común a todo el país, y a toda Europa, pero en pocos lugares la situación es tan dramática como en el sur y sureste de la Península Ibérica, donde el desierto avanza impulsado por el cambio climático y el mal uso del suelo y del agua. Multitud de estudios han relacionado el problema con la utilización masiva de herbicidas o el modo de labrar cultivos como el olivar. Según un documento oficial de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, más de la mitad de la superficie de olivares tiene un potencial de erosión de 80 toneladas por hectárea y año (el límite considerado “tolerable” son 12). 

“En monocultivos de olivar o de almendro, tienes campos con muy poca protección, que prácticamente todo el año están sin cubierta vegetal. Al labrar continuamente, se pierde continuamente materia orgánica”, explica Joris de Vente, investigador del CEBAS-CSIC en Murcia. 

Además de sufrir más erosión y ser menos productivo, un suelo empobrecido y desnudo –sin cubierta vegetal, las beneficiosas malas hierbas que crecen de forma espontánea o que se siembran entre los olivos o los almendros– es capaz de almacenar menos agua. Lo contrario lo convertiría en un salvavidas en medio de la crisis climática, ya que el suelo absorbe mejor las lluvias, mitigando las inundaciones, y la humedad dura más tiempo durante las sequías. 

(...) Esa mentalidad explica que hable de “las plagas buenas” de su cultivo, porque “es un ecosistema, y en un ecosistema complejo tienen que estar todos los bichos, si no hay pulgones no habrá mariquitas que se coman a los pulgones”. También que haya abrazado las ‘malas hierbas’; la piedra angular de su finca es su cubierta vegetal, germinada a partir de las propias semillas del terreno. Gracias a ella no tiene que usar ni pesticidas, ni abonos, ni labrar con el tractor. La única tarea que le da la hierba es aplastarla con un rodillo a finales de la primavera, para que no compita con los árboles por el agua. Tampoco recoge la paja seca: aísla frente al calor y acabará descomponiéndose y fertilizando el suelo, que así permanece cubierto todo el año.  

Tan importante es su cubierta vegetal que este agricultor la riega. Entre los árboles ha instalado aspersores de bajo caudal para mimetizar las tormentas que deberían caer en momentos críticos para el desarrollo de las plantas –como al principio del otoño, cuando tiene que germinar la cubierta vegetal– pero que ahora o no llegan o llegan a destiempo. 

“Con el cambio climático hemos perdido la primavera y el otoño. Que no te cae la lluvia, pues tienes la opción de poder aportar ese agua”, explica el agricultor. Al imitar tormentas en cinco momentos críticos logra asegurar la producción y mantener la biodiversidad del suelo y la fauna auxiliar que lucha contra las plagas, incluso en años tan secos como este. Si hay tormenta, no riega. “Es un apoyo para casos de emergencia, no puedes andar despilfarrando el agua”, dice. Y asegura que utiliza una parte muy pequeña de la dotación que le corresponde para sus cultivos: según sus cálculos, en el caso de los almendros le daría para regar diez veces más superficie (...) 

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