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septiembre 16, 2024

Un pueblo de Mallorca frena la presión humana en una cala con una barrera de piedras: “Esto era un nido de caravanas”, de Carla Rivero - Francisco Ubilla

 Carla Rivero / Francisco Ubilla   Mallorca — 

CalaCala de S'Algar, en Portocolom (Mallorca), protegida por un cinturón de piedras Francisco Ubilla


Una línea de grandes piedras bloquea el acceso de vehículos hacia la cala s’Algar, en el núcleo mallorquín de Portocolom, con el objetivo de mantener cuidado y limpio un entorno en el que las aguas cristalinas muestran el fondo marino desde la costa rocosa en la que los bañistas y pescadores se colocan para disfrutar del Mediterráneo. La medida, impulsada por el Ajuntament de Felanitx, es una reivindicación que han mantenido los grupos ecologistas y ciudadanos, que han observado a lo largo de estos últimos años cómo los quads, los jeeps o los todoterrenos iban degradando el litoral. “Esto era un nido de caravanas”, asevera Antonia Vicenç, que no puede estar más satisfecha de que se hayan colocado estas piedras en el camino para que, por una vez, más que estorbar, permitan mejorar.

La medida se puso en marcha hace una semana, después de que el Consistorio aprobara en el pleno municipal la ordenanza municipal que regulariza la circulación y estacionamiento de vehículos a motor en los caminos públicos sin asfaltar y en los espacios protegidos, lo cual afecta a esta zona virgen (ANEI). Con ello, se pretende parar el acceso de excursiones en boogies, al igual que el apelotonamiento de autocaravanas y furgonetas adaptadas que incluso pernoctaban en las inmediaciones, permitiendo solo la entrada de bicicletas, motos y, si fuera necesario, a vehículos de emergencia.

Una cuestión ante la que Vicenç da su apoyo sin dudarlo ni un segundo, sobre todo porque entiende que el Ajuntament ha escuchado una protesta que venía de hace “muchos años”. Vive cerca del Faro de Portocolom y, oriunda del lugar, ha paseado a lo largo de su vida por la ruta vía terrestre que llega a la cala de media luna, así que ha contemplado la manera en la que el paisaje ha cambiado paulatinamente. Con respecto a los visitantes, indica que “el problema es que no llevan servicio, como las caravanas grandes, sino que dejan todo hecho una mierda”, dice, harta, puesto que, si bien en las áreas destinadas a autocaravanas se disponen de servicios especiales para el vaciado de aguas grises y negras, o de suministro eléctrico, en s’Algar, justamente, no hay nada de eso. “Aquí no hay nada”, explica, a la vez que critica los desperdicios que se ha encontrado a su paso.

Cien vehículos estacionados

La carretera que lleva hasta la cala recóndita es de apenas unos 300 metros desde el núcleo urbano de Portocolom, a donde se puede acceder caminando, como hace Cati Fariñas en su ruta deportiva de cada día. Dice que ha llegado a contar hasta cien vehículos en los alrededores, desperdigados por donde hubiera un hueco, subidos a las colinas o aparcados sobre la maleza y, si tira de memoria, estima que la acumulación de personas ha sido sobre todo en el último lustro, cuando “se puso muy de moda”. Aún entendiendo el interés de los turistas, ve incomprensible que se encuentre papel de váter, rastrojos y plásticos por doquier, ya que, “por uno que se lleve su basura, diez se la dejan”. “Ahora es un lujo”, indica entusiasmada, “no te tiran arena ni te tienes que recoger a un lado porque haya coches”, declara, motivo por el que espera que se mantenga esta protección.

La cala de s’Algar, perteneciente a la finca pública de Es Tancat de Sa Torre, está registrada como área natural de especial interés y de alto nivel de protección, cuyos límites colindan con la Red Natura 2000. En su perímetro, alberga puntos destacados como el Calonet del Rei, la Cova de Ses Paisses, la Cova Foradada y el Racó des Tenassar. En definitiva, una extensión de, aproximadamente, unas 56 hectáreas que en el año 2002 fue adquirida por el Ministerio de Medio Ambiente y representa valores paisajísticos, ecológicos y etnológicos, siendo el nicho natural de especies tales como la pardela balear o el cormorán moñudo.

La barrera de piedras parece ser la medida definitiva, aunque no ha sido la primera que se ha llevado a cabo para impedir el paso de vehículos por la zona. Ya en septiembre de 2022, la plataforma Salven Portocolom colocaba una cadena a la entrada del camino de tierra en una acción reivindicativa para que se actuara contra la degradación del entorno, un gesto más entre tantos otros que a lo largo de más de dos décadas han intentado salvaguardar de la contaminación el espacio natural. Es más, a unos metros de la entrada del camino donde ahora se encuentran los elementos rocosos, hay una banda de plástico y otra serie de piedras colocadas que, en vistas de su destrozo, tuvo menor éxito de contención.

Pero no solo los locales parecen están a favor, sino también los foráneos, como la pareja formada por Sophie Giovannini y Christopher Chapron. Procedentes de Francia, visitan por segunda vez Mallorca en un intento desesperado por escapar de la algarabía de los Juegos Olímpicos celebrados este verano en el país, y están de acuerdo con que es una “buena idea” la colocación de los obstáculos físicos. Además, dieron con el paraje gracias a una búsqueda por internet y, provistos de víveres, harán un picnic entre los recovecos de las rocas para disfrutar de la noche, así que entienden que debe haber “respeto” entre todos los viandantes que se crucen por el camino.

El crecimiento de Portocolom

En el año 2014, Felanitx contaba con 17.291 personas registradas en el censo municipal, cifra que ha alcanzado las 18.592 en el año 2023, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. En concreto, en los últimos tres años se han sumado alrededor de unas 500 personas en el cuarto municipio más grande de la isla, donde el precio del metro cuadrado se situó en julio en unos 1.633 euros, lo que supone un incremento del 1,7% en comparación con el mismo mes de junio.

Lucía Marcos, Marga Rubios e Ismael Muños son parte de esa población residente que ve la transformación de la isla, donde se ha ido desvelando lugares de ensueño, como s’Algar, que, antaño, contaba con menos presión humana al estar “un poco más escondida”. Un remanso de “tranquilidad”, palabra que utilizan como sinónimo para elegirla cada vez que vuelven. Por ello, con las gafas y el tubo de buceo, las toallas echadas a los hombros y el rastro del sol en la cara, también se alegran por la regularización del acceso, sobre todo porque advierten de “lo sucio que estaba todo”.

Estos jóvenes veinteañeros han vuelto a casa para disfrutar del descanso estival antes de volver a la Universidad de Granada en septiembre y seguir con sus estudios, pero dudan sobre su proyección vital en el Archipiélago. “En invierno me gusta más el ambiente de la península”, dice Lucía acerca de lo que supone el fin de la temporada turística para el ocio o, incluso, para la falta de opciones laborales, como es el caso de su amiga, que al ser ingeniera reconoce que “deberá irse” en busca de grandes proyectos fuera de las Islas, ya que, opina, “aquí el sector no está desarrollado como tal”. Por su parte, Ismael se muestra dubitativo sobre las opciones a barajar, pues apunta que los precios de la vivienda son “un gran obstáculo para quedarse”.

Acerca de la posibilidad de vivir en Portocolom, Antonia Vicenç reflexiona teniendo en cuenta una coyuntura habitacional de la que reconoce que, por suerte, ha escapado gracias a su edad y recursos económicos. “Se quejan de que estamos en primera línea de mar, pero estamos aquí porque, en su momento, heredamos de nuestros padres o abuelos. Si no, esto se lo llevan los alemanes”, comenta en referencia a las autocaravanas que exigen disfrutar de unas vistas privilegiadas en un perímetro que alcanza en la actualidad hasta las seis cifras de venta en portales como Idealista. “Los que estamos viviendo en estas casas ahora no podríamos comprar estos solares”, lamenta, mientras asegura que, por ahora, se resistirá a las ofertas que le llegan, aunque desconoce qué decidirá su descendencia en el futuro.

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