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junio 22, 2025

CTXT. Carta a la comunidad 400 I Adriana T.: Resistir al dopaje

12/4/2025     

Querida comunidad contextataria:

 

Hay gente a la que le sale un forúnculo, a otros un herpes traicionero y a algunos, sobre todo si tienen hijos en edad escolar, les pueden aparecer piojos. A mí hace unos días me salió una IA en el WhatsApp. Tampoco es que me sorprendiera. En las semanas previas me habían estado saliendo diversas IA en el asistente del teléfono, en el correo electrónico, en la nube de documentos que usamos para trabajar en esta santa casa, en los resultados de las búsquedas de Google, en varios macrocomercios electrónicos a los que no necesitamos hacer publicidad, en la aplicación de videollamadas, en la red social de Elon Musk, y qué sé yo qué más. A menos que vivan recluidos en una cueva, a ustedes también les habrán salido. Es una plaga universal. Sin embargo, lo del WhatsApp, no sé por qué, terminó de desquiciarme del todo.

 

      No soy una tecnófoba. Siempre me alegro de poder encalomarle a una máquina tantas labores como me sea posible. Soy una firme partidaria de que todos los trabajos aburridos, cargantes, insalubres y peligrosos los hagan robots no sintientes. Sin excepción.

 

¿Cuál es entonces mi problema? Más allá de las consideraciones morales sobre el desastre medioambiental que suponen, así como el alarmante robo a artistas y escritores en el que se ha incurrido para poder entrenarlas, o incluso de si realmente se las puede considerar inteligencias artificiales (el nombre es puro marketing), lo que me está molestando de todas esas IA que se reproducen como los piojos en una clase de 2º de Primaria es que, al menos por el momento, son absurdamente inútiles. No hacen nada de lo que les pido, o lo hacen fatal. No entienden mis instrucciones, interpretan mal los datos o incluso se los inventan con todo descaro (en la jerga tech llaman «alucinar» a ese fenómeno), me hacen perder el tiempo y me vuelven loca. La entusiasta propaganda que hay a su alrededor no ayuda a calmar mi suspicacia, puesto que no paro de escuchar a auténticos charlatanes cantando las loas de esos bichos digitales.

 

      Pero, sobre todo, he empezado a experimentar una nueva preocupación que no consigo sacarme del cerebro. Creo que, pese a su manifiesta inutilidad, pronto se van a usar estas pseudoherramientas como excusa para exigir nuevos aumentos desmedidos en nuestra productividad laboral. Ya saben, «esto la IA te lo hace en un periquete, quiero ese informe en mi mesa en un cuarto de hora, y ya que estamos que saques adelante tú sola las tareas de cinco compañeros», o cualquiera de las variantes que apliquen a sus respectivos trabajos.

 

      También creo, y desearía mucho equivocarme en esto, que se avecina una nueva brecha social. La gente pobre ya no solo tendrá que convivir con la precariedad laboral, la falta de vivienda y todas las opresiones que ya conocemos. Ahora también tendrán que conformarse con ser diagnosticados por IA en lugar de médicos o psicólogos de verdad, leer literatura perpetrada por máquinas, recibir clases de profesores que no existen y hacerse retratos en los que no ha intervenido mano humana. Lejos de democratizar el acceso a la medicina, el arte, la cultura o las ciencias, todo esto no hará sino empeorar nuestras vidas y aumentar la desigualdad.

 

      En el ensayo La sociedad del cansancio (2010), Byung-Chul Han afirmaba que «la sociedad de rendimiento, como sociedad activa, está convirtiéndose paulatinamente en una sociedad de dopaje. (...) El dopaje en cierto modo hace posible un rendimiento sin rendimiento. Mientras tanto, incluso científicos serios argumentan que es prácticamente una irresponsabilidad no hacer uso de tales sustancias».

 

      Tengo la sensación de que la IA se va a convertir en el nuevo nootrópico de moda, en el dopaje de 2025. Está ocurriendo ya. Los gurús del fitness y las finanzas que antes aconsejaban suplementos, dietas y libros de desarrollo personal, ahora te espetan que desperdicias tu vida si no la pones en manos de una máquina para que la optimice.

 

      Me agota un poco pensar en cómo vamos a bregar con todo esto durante los próximos lustros. En el mismo libro antes citado, el pensador surcoreano planteaba como antídoto recuperar la vida contemplativa en la medida de lo posible. Él es particularmente fan de la jardinería. A priori no sé si suena muy realista. No hay mucho margen de acción para transformarse en una rabiosa anacoreta cuando te ves forzada a formar parte del engranaje productivo para poder subsistir.

 

      Pero sí que hay pequeñas acciones de rebeldía consciente que se pueden llevar a cabo. Siento que tenemos casi la obligación de hacerlo. Mientras le endosamos el trabajo duro y tedioso a las máquinas (permítanme que insista: ni la automatización es mala per se, ni lo digital es un invento diabólico), podemos retomar la costumbre de leer con calma, pasear sin rumbo, crear cosas y trabajar con las manos. No para buscar la excelencia en el resultado, sino disfrutando del proceso de cocinar, pintar, escribir, tocar música, hacer macramé, montar puzzles, plantar geranios, soñar despiertos o lo que demonios sea que les guste hacer. En esta época en la que las noticias llevan un ritmo cada vez más frenético y las series pasan de moda a los diez días de su estreno, tenemos que afanarnos por buscar momentos que no estén basados en el consumo: tampoco el de información o entretenimiento. Necesitamos pasar más tiempo en los parques y menos en los centros comerciales. Contarles nuestras penas y alegrías a los humanos y no a los softwares. Tejer relaciones vecinales. Yo qué sé. Seguro que se les ocurren muchas otras posibilidades de resistencia.

 

      Me temo que vamos a tener que aprender a convivir con todas esas piojosas inteligencias artificiales. Imagino que acabaremos usándolas si les encontramos alguna utilidad, o si simplemente nos obligan a hacerlo. Es inevitable. Pero frente al dopaje y la hiperproductividad, es urgente reivindicar la calma y la contemplación. Y encontrarle un sentido a lo que hacemos.

 

      Estoy segura de que todo esto ustedes ya lo sabían. Solo quería recordárselo y, de paso, recordármelo a mí misma.

 

      Gracias por el apoyo económico que nos permite seguir aquí, escribiendo y editando tranquilas, –y sin la asistencia de ninguna IAporque nos lo autoprohibimos en 2023–, sobre las cosas que ocurren a nuestro alrededor.

 

      Pasen un feliz fin de semana y unas buenas vacaciones si las tienen. Un abrazo,  

Adriana T.

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junio 21, 2025

CTXT. La escuela de los pueblos, de Gustavo Duch

 Gustavo Duch 1/05/2025

Si analizamos la vida rural y las economías campesinas podemos rescatar alternativas que tienen poco de capitalismo

Imagen de un área rural en la provincia de Pontevedra. / Gabriel González


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El profesor había puesto un examen de gramática a su alumnado y les dijo: “Los alumnos que vayáis acabando podéis entregar la prueba y salir al recreo”. Tras observar que Lucía no se levantaba, aunque claramente ya había terminado, le preguntó por qué no lo entregaba y salía a jugar. “Es que usted dijo ‘los alumnos”,  contestó Lucía. “Claro, ya sabes –le replicó el profesor– que en la categoría de alumnos se incluyen tanto los chicos como las chicas”. En la clase siguiente, después del recreo, el profesor de gimnasia hizo una petición: “Levantad la mano los chicos que queráis formar parte del equipo de fútbol”. Y Lucía, a la que le apetecía mucho practicar ese deporte, levantó la mano. Pero este segundo profesor, aún más enfadado, le dijo: “¿En qué no he sido claro? El equipo de fútbol es solo para chicos”.

No recuerdo dónde escuché este relato que me gusta repetir y que me sigue resonando con fuerza. ¿Ellas tienen que hacer siempre y continuamente un esfuerzo extra para, según el contexto, adivinar si se las incluye o no? ¿Cuántas veces habrán sido reñidas y avergonzadas?

Para Josefa Martín Luego, la que fue una gran impulsora de la educación libertaria, este lenguaje impuesto por las convenciones y defendido por la Real Academia Española en aras de la economía del lenguaje (siempre aparece la dichosa economía), lo que hace, entre otras cosas, es potenciar el androcentrismo que está en la base de la desigualdad, la discriminación y la jerarquía. “El androcentrismo –explica en un artículo titulado Educación para la Igualdad– supone la división del mundo en dos clases muy bien estructuradas: la masculina de dominio, la femenina de sumisión. Esta básica estructura mental genera sin brusquedades un mundo piramidal en donde autoridades y poderes ejercen sus acciones sobre la otra parte de las sociedades, que aceptan su sometimiento y muestran su admiración, por esas cúpulas dirigentes y superiores que imposibilitan un mundo de igualdad”. 

Es bien cierto que, incluso con toda la lucha feminista, nos encontramos en una etapa de máximo autoritarismo que se ha alcanzado, entre otras razones, por ese combinado de ‘sometimiento y admiración’ al que se refiere la pensadora anarquista. Solo así puede entenderse la pleitesía que se le rinde a los estados y las corporaciones a los que, bajo una falsa concepción de libertad, hemos delegado el control de nuestras propias vidas, tesis que defiende Aurélien Berlan en Autonomía y subsistencia. Una teoría ecosocial y materialista de la libertad. 

Aquí es, a mi entender, donde propósitos como los que plantea el proyecto de la Escuela de los Pueblos Josefa Martín Luengo en el Valle de Valdivielso (ahora en los últimos días de una campaña para captación de apoyos) emergen con tanta potencialidad. Su interés por recuperar, revalorar y difundir los saberes ancestrales de las gentes del campo es la esencia para levantar comunidades y habitar pueblos emancipados de la creencia en el capital, el libre mercado y de ‘los señores’ que lo controlan. Un planteamiento, que como dicen sus promotores, bebe precisamente de los feminismos campesinos, negros, comunitarios que, citando al Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) de Argentina, rebaten los credos mencionados: “La economía feminista dice que hay que desplazar la acumulación y la centralidad del dinero. La economía es la organización que necesitamos para llevar nuestras vidas adelante”. 

Si analizamos la vida en los pueblos y sus economías campesinas podemos rescatar alternativas que tienen poco de capitalismo, como argumenta el MNCI. “Por una parte, los sistemas de producción de alimentos campesinos son esencialmente colectivos, ya sean familiares o comunitarios y apuestan por lo común. Este ‘común’ no se refiere solo al trabajo del campo: también está ligado a estructuras comunitarias de cuidados, de ocio y de relaciones sociales. También es una producción arraigada al territorio, territorializada, que entiende los ciclos de la naturaleza y la ecodependencia. El campesinado es quien, además de producir alimentos, cuida de las fuentes de agua y de los bosques. Frente a la artificialización de la naturaleza y de los tiempos, en el campesinado encontramos todavía ejemplos de una gestión del tiempo ligada a los procesos de la vida y de la reproducción. Pero, sobre todo, la economía campesina no adhiere al capitalismo porque se resiste a su mercantilización. En la lógica campesina la alimentación se produce para saciar las necesidades de la familia y de la comunidad. Los excedentes se intercambian o se venden con el objetivo de mejorar la calidad de vida y la reproducción de la misma. El objetivo no es la acumulación”.

¿Será por esto que el capitalismo ha querido acabar con lo rural, lo campesino y lo feminista? ¿Será por esto que necesitamos escuelas para poner en valor lo rural, lo campesino y lo feminista?

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junio 20, 2025

De plaza de Castilla a criar vacas en la sierra de Guadalajara: cómo emprender en la España rural

 Pilar Virtudes   19 de abril de 2025

Sus padres, alpinistas, dejaron la montaña cuando nació Ángela y lo cambiaron por una caravana en un camping para no perder la relación con la naturaleza y, quizá, de esa relación con el medio natural le viene haberse aclimatado tan bien a su nueva vida en un pequeño pueblo al norte de Castilla-La Mancha.

Ángela García estudiaba y trabajaba en Madrid hasta que hace 15 años conoció a su marido, natural de un pueblo de Guadalajara. “Es de Galve de Sorbe y con familia ganadera. Al principio logré que viniese a Madrid porque era de las que decía ‘yo de mi barrio no me muevo’, pero al mes de estar en Madrid, tuvo un brote de soriasis, del estrés. Vivíamos en plaza de Castilla y entonces nos fuimos a vivir a Marchamalo, en Guadalajara para ver cómo lo asimilaba yo”.

Entre idas y venidas al trabajo en Madrid donde ejercía como técnico administrativo, llegó la pandemia. “Iba y venía a diario y durante la COVID nos dio por pensar. La semana cada vez se nos hacía más larga y el fin de semana más corto. Nos veníamos todos los fines de semana a cuidar de nuestros caballos, a disfrutar de nuestros perros en Galve de Sorbe, en libertad”, recuerda. Su vida dio un giro de 180 grados. Se planteó dejar la ciudad e irse a vivir a un pueblo de la Sierra Norte de Guadalajara que no llega a 100 habitantes.

Con esta decisión tomada, “empezamos a movernos un poco, primero pensamos en la hostelería pero a mi marido no le atraía, y nos dijimos: ¿por qué no probamos la ganadería? A los dos nos encantan los animales y no nos importa vivir en el pueblo”, explica al recordar aquel momento.

Relevo generacional

Empezó entonces un proceso que le llevó a contactar con un ganadero en la cercana localidad de Gascueña de Bornova. Se jubilaba y no tenía relevo, así que nos cuenta, “cerramos los ojos y nos lanzamos, porque además él no quería que se moviera de allí el ganado”.

Actualmente crían ganado bovino en extensivo dedicado a carne y sus animales pastan en libertad por el campo serrano. “Las vacas estas sueltas, no tienen vallas”, cuenta, en una de las zonas con el aire más puro y los mejores cielos de Europa.

Son 160 cabezas de vacuno en Gascueña y recientemente han apostado por ampliar el negocio con otras 120 más en Galve de Sorbe, la localidad donde residen.

La burocracia, el mayor problema

Para Ángela García el mayor problema no ha sido cambiar de aires, ni dejar la ciudad, ni lidiar con los animales. Lo peor ha sido la burocracia. “Hemos tenido mucha ayuda por parte de la administración, con puntos por titularidad compartidas para las ayudas, para iniciarse tiene muchas ventajas, pero al final el problema es la burocracia”, reconoce.

“Tardamos mucho en poder comenzar. Todo un año. Son 365 días de incertidumbre, desde que cerramos el trato con el ganadero, que fue en abril, y no pudimos hacerlo efectivo hasta mayo del año siguiente”.

Dice que las ayudas no han faltado para su incorporación al sector, pero lamenta que el problema está en los tiempos. “Al final tenemos mucha ayuda para la incorporación, pero el permiso tarda un año y el dinero tarda aún más”.

Pide más pedagogía

Ángela García cree que hay futuro en el campo, pero pide más pedagogía sobre esta cuestión. “Creo que en su día se decía que el futuro estaba en la ciudad, pero ahora el futuro está en el pueblo, aquí hay futuro para crear vivienda, en la ciudad no hay más de donde sacar”, opina.

“Aquí es donde tenemos el futuro los jóvenes. La tecnología nos ayuda mucho. Ya no llevamos la ganadería como se llevaba hace 50 años. Nosotros usamos drones, usamos avisadores de parto, cámaras de vigilancia... mucha tecnología que nos facilita la vida”.

También pide que se mejoren las telecomunicaciones porque eso animará a otras personas como ellos a irse a vivir a los pueblos. “Si mejorasen que podría venirse a trabajar, a crear tiendas online, microempresas...”.

Una ganadería piloto “en convivencia con el lobo”

La llegada de nuevos pobladores, ofrece relevo generacional en los pueblos, pero también infunde nuevos bríos e ideas. Ella ya piensa en crear un cebadero comunitario para los ganaderos de la zona. La idea se le ocurrió porque ahora ha de llevar a sus animales cada seis meses a otro cebadero cercano. No hay ninguno en la zona.

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También piensa en impulsar una Indicación Geográfica Protegida (IGP) de la Sierra Norte de la provincia de Guadalajara; hace unos días participaba en una jornada sobre ‘Mujer y emprendimiento en el medio rural’ en la localidad de Humanes ; y además la suya se ha convertido en una ganadería piloto. “Estamos trabajando por la convivencia con el lobo”. 

Esta madrileña es feliz con sus animales y ya no volvería a la ciudad. “Me he reencontrado con mis raíces, porque yo no tenía pueblo, pero esto se parece mucho a mi camping, sin médico, sin tienda, en invierno no había casi gente, estábamos solos”, resume. 

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PERROFLAUTAS DEL MUNDO:  infoLibre: entrevista con el embajador del Estado de Palestina en España, Husni Abdel Wahed


CTXT. Tu primo no era imbécil, era propagandista, de Gerardo Tecé

junio 19, 2025

CTXT. Tiene usted derecho a cruzar los dedos, de Gerardo Tecé

 Gerardo Tecé 16/04/2025

Después de tres décadas ejerciendo la autoridad sobre otros, el juez que condenó a Juana Rivas se enfrenta por primera vez al banquillo por un delito continuado de odio

El juez Manuel Piñar. / YouTube (canalsur)


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Es un hecho que en la justicia española abundan los tipos injustos. Señores con toga que nunca superaron un test psicológico antes de recibir el carné de dioses con autoridad sobre la vida de los demás. Policía, bombero, conductor de transporte público o funcionario de prisiones son algunos de los muchos oficios en los que uno debe demostrar cierta estabilidad antes de acceder al cargo. En el caso del oficio de juez, cualquier psicópata con los recursos económicos necesarios, un buen padrino y cierta capacidad para memorizar textos tiene las puertas abiertas de par en par. Ser un desequilibrado, un fundamentalista o un político frustrado que decide convertir su juzgado en un escaño del Congreso no son impedimento alguno en España para desarrollar una larga y próspera carrera judicial.

Después de 30 años ejerciendo la autoridad sobre otros, Manuel Piñar, recientemente jubilado, se enfrenta por primera vez al banquillo. Sobre él pesa una petición de 18 meses de cárcel por un delito continuado de odio. Durante varios años, Piñar fue, al mismo tiempo, juez en Granada y community manager en Facebook. Tras emitir sentencias, alimentaba una cuenta personal repleta de activismo ultraderechista, bulos, ataques racistas y machismo. “Chusma feminazi”, “moros que deben ser expulsados o ejecutados” o acusaciones sin pruebas contra políticos de izquierdas a los que llamaba “chorizos” son una pequeña muestra de cómo pasaba su tiempo libre aquel tipo con mazo y toga. El CGPJ, es decir, el Gobierno de jueces formado por otros jueces que, como Piñar, también alimentan sus cuentas personales y tampoco superaron psicotécnicos, decidió que nada de aquello merecía una sanción ni una llamada al orden. En todo caso un retuit. Ni siquiera haber hecho públicos los datos personales de un menor, hijo de la misma Juana Rivas a la que Piñar condenó por secuestro a cinco años de prisión, mereció castigo alguno. Tras huir con sus hijos de su marido, condenado en Italia por maltrato, Piñar debió pensar al mirar a los ojos a Juana Rivas que estaba ante un caso evidente de chusma feminazi. Así que emitió sentencia.

Jueces machistas. Jueces racistas. Jueces homófobos. Sobre gustos –y comportamientos inhabilitantes para los jueces– no hay nada escrito. Jueces que inventan con descaro delitos de terrorismo como parte de una agenda política. Jueces que dictan sentencias sin pruebas o ignoran pruebas evidentes para llegar a la conclusión previamente diseñada, sin que el CGPJ mueva un dedo más allá del movimiento natural que se realiza durante el aplauso. Jueces que, en lugar de aplicar las leyes aprobadas por el legislativo, se manifiestan contra ellas. Incluso si aún no han sido redactadas. Jueces que inician investigaciones en base a bulos. Jueces que prevarican mediante técnicas prospectivas. Jueces que, como malos magos, retuercen la realidad a su antojo sin importarles que el truco haya sido visto por todos. Hooligans con toga, poder absoluto e impunidad que, como Piñar, no disimulan su radicalismo en público porque no están solos, porque son muchos y porque nadie les exige que lo hagan. Jueces feudales con capacidad de decisión sobre la vida de los humildes campesinos que, llegado el momento, hemos normalizado que no queda más remedio que cruzar los dedos, a ver si hay suerte y nos toca un juez normal. No es sencillo. Que le pregunten a Juana Rivas y a tantísima otra chusma formada por feminazis, moros, izquierdistas o maricones que han sufrido sentencias firmadas por fanáticos.

Ni siquiera será sencillo que, ya jubilado y sin la protección de la toga, Manuel Piñar sea condenado. La Fiscalía, es decir, el ministerio público en manos del Gobierno más progresista de la historia, ha pedido el sobreseimiento de la causa. Probablemente lo haga porque las expresiones de odio vertidas por Piñar constituyen su derecho a ejercer la libertad de opinión. Una libertad de opinión que lleva ejerciendo desde hace más de tres décadas, ya sea en Facebook o en su juzgado.

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PERROFLAUTAS DEL MUNDO:  Aclaremos: Gaza es lo importante y los wasaps, lo accesorio, de José María Izquierdo 




junio 18, 2025

CTXT. ¿Un buen papa? de Gerardo Tecé

 Gerardo Tecé 22/04/2025

Que no hay papa bueno es algo que tienen especialmente claro las mujeres

                                 



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Cuentan que la primera gestión que hizo Jorge María Bergoglio tras ser nombrado papa en el cónclave de 2013 no fue ponerse en
contacto con dios, sino con su kioskero de Buenos Aires. Llamó por teléfono al tipo para decirle que no le guardase más el periódico
diario porque se había mudado. Si hacemos caso a la biografía de este hincha de San Lorenzo, de los helados y de dios –quizá en ese
orden– es relativamente sencillo imaginarlo justificar su decisión de darle prioridad al kioskero ante el todopoderoso: “Dios se habrá
enterado de la noticia, el kioskero vete a saber”. Una anécdota que ilustra bien cómo un cristiano que entiende de qué va esto debe
 anteponer los asuntos terrenales dejando las fantasías del cielo para sus ratos libres.

Los que se acercaron al papa Francisco lo definen como un hombre bueno, un tipo accesible, con una marcada tendencia hacia la justicia social y que huía de las extravagancias divinas. Esto ha generado en muchos una confusión entendible: acabar definiendo a Francisco como un papa bueno. Algo así como llamar bueno al tabaco rubio porque también existe el tabaco negro. Una confusión casi entendible teniendo en cuenta que el anterior papa perteneció al partido nazi. Que no hay papa bueno es algo que tienen especialmente claro las mujeres. Tras conocerse la muerte del papa Francisco y aparecer como setas obituarios y homenajes que, desde la izquierda, ensalzaban con entusiasmo su figura, una compañera de CTXT cuya identidad protegeremos por si al próximo representante de dios le da por recuperar la Santa Inquisición, echaba pie a tierra recordando algunas de las muchas perlas que el papa Francisco dejó durante su ejercicio papal. “Hoy día el peligro más feo es la ideología de género”. “Todo feminismo es un machismo con falda”. “El cambio de sexo atenta contra la dignidad de las personas”. “El aborto es un asesinato y los médicos que se prestan a esto son sicarios a sueldo”. “La eutanasia es un crimen contra la vida”. No es ningún escándalo, es simplemente un papa haciendo de papa. Es un papa recordándonos que el único ámbito donde podemos usar el adjetivo bueno sin miedo a equivocarnos es con las papas aliñás. No ni ná.

Más allá de lo retrógrado inherente al cargo, Jorge Bergolio, el papa Francisco o como cada cual quiera recordarlo, fue un tipo generalmente alineado con la justicia social, defensor de los pobres y, por tanto, puesto en la diana de la derecha más ultra. Quizá, su mejor carta de despedida es que argentinos como Milei lo llamaran imbécil satánico o que la iglesia española más pestilente rezase rodeada de referencias franquistas para que llegase cuanto antes el día de su muerte. Esa ultraderecha con sotana, que cuando lee en la Biblia que “es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja a que un rico entre en el reino de dios” interpreta que hay que expulsar a los inmigrantes, es la que ansía convertir la dirección de la religión católica en great again. Es la iglesia que quiere volver a crucificar a todo aquel buenista que, como Jesucristo, defienda causas sociales o que los pobres son una prioridad. Por algo en Semana Santa algunos no lamentan, sino celebran al crucificado.

La Iglesia católica es un gigantesco influencer cuyo peso, a falta de tener un dios de su lado, reside en su poder de comunicación. Un poder que ejerce para influir en la vida de millones de católicos en el mundo que darán like a lo que su iglesia les diga. Es esa capacidad comunicativa la que la ultraderecha sueña con conquistar en el próximo cónclave. No lo tendrá nada fácil. Durante su mandato, Bergoglio nombró al 80% de los cardenales que elegirán al nuevo jefe al frente del negocio. Lo cual nos hace pensar que, previsiblemente, el Vaticano seguirá tras Francisco con una política comunicativa –no hay otra política que realizar, desde la llegada de los móviles ya no hay milagros– similar a la impuesta por el argentino, consistente en abrir la Iglesia a la realidad de un mundo enorme y diverso. Un mundo muy alejado del que los Trumps que crucifican desfavorecidos quieren imponer. La iglesia, lo saben bien en el Vaticano, no es un negocio de nicho, sino generalista. 

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