Ana Pardo de Vera Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
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Estos días de shock democrático por la condena al fiscal general de Estado, sin que aún sepamos los motivos, leo y escucho con inquietud que todos los asesinatos políticos pasan por ir contra los intereses (familiares, maritales, partidistas, económicos o ideológicos) de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Ella misma lo quiso solemnizar con una rueda de prensa al día siguiente de que el Supremo diera a conocer la injusticia contra Álvaro García Ortiz, de la que esta plumilla -que por suerte para todos/as, no es nadie- no tiene ninguna duda.
Pocas horas después de conocerse el fallo sin sentencia del Supremo (¿?), la presidenta madrileña compareció compungida, sobria y exultante al mismo tiempo, dentro de la incoherencia misma que habita desde que ostenta ese alto cargo: una denuncia de un ciudadano particular, vino a decir, ha tumbado una operación de Estado-dictadura (¿?) contra ella, que aunque no representa la oposición natural al líder del poder Ejecutivo de ese Estado, ni mucho menos (ay, Feijóo... ), se lo cree porque solo hay que verla y escucharla. Curiosa dictadura donde ella puede decir estas barbaridades y otras anteriores cuando su pareja (y su hermano) se hizo millonario mientras morían miles de españoles, trató de estafar a Hacienda para rascar hasta el último euro impregnado en covid y confeccionó bulos desde el Ejecutivo madrileño para condenar por primera vez a un fiscal general del Estado, nombrado por un presidente al que Ayuso llama "dictador" y al que ella misma arreó la sentencia en toda la cara gracias a la inestimable colaboración de un Alto Tribunal frustrado y rencoroso por una ley del dictador aprobada por unas Cortes soberanas y más plurales que nunca. O sea, con tu voto (o no) y el mío (o tampoco): hablamos de la ley de amnistía aprobada en el Parlamento, naturalmente.
Es verdad que el costumbrismo es un movimiento arraigado en España, no solo en literatura y pintura (todos hombres en los libros referenciales, por cierto, con la excepción, como en casi todo en la época, de la gallega Emilia Pardo-Bazán), y que las cosas que pasan en palacio son siempre mucho más básicas de lo que parecen, por lo que no merecerían ensayo, novela o crónica siquiera, aunque se hagan porque la historia hay que contarla y, como daño colateral, se eleve a tanto cantamañanas por figurar en esas páginas. Porque, créanme, ni suele haber cerebros tocados de una inteligencia sobrenatural en cada victorioso golpe partidista o institucional ni hay neuronas suficientes para tanto Talleyrand como dicen que existe en la política de esta España nuestra.
Ayuso es lo que ven, sin quitarle mérito o no con su liderazgo indiscutible en función de las aspiraciones democráticas de cada uno/a. Hace años, como tertuliana y política de base de la derecha madrileña -no confundir con el resto de España-, donde se bregaba y caía estupendamente a todo el abanico ideológico, era una especie de Gallardón en su etapa de alcalde de Madrid: liberal, española-madrileña, feminista sin mojarse en debates profundos, a favor del aborto con 16 años, proderechos LGTBIQ+, amable y cercana (lo sigue siendo en la distancia muy corta, me dicen, pese al aura de presunta poderosa que ahora le rodea y que le hace elevar la mirada por encima de la cocorota del otro). Pero, sobre todo, Ayuso es una política criada a los pechos del PP de Madrid, esto es, del PP menos tolerante -incluso, con su propio partido-, una política que ha mamado desde la cuna -su familia- los privilegios de estar en ese PP que manda ("O yo o ninguno"), el que ha penetrado en el subsuelo madrileño convirtiéndose en sus venas, unas venas-alcantarilla alimentadas por intereses ajenos a lo colectivo, a la cosa pública, y volcados en satisfacer a una minoría que vaporiza hormonas del deseo sobre la mayoría para hacerles creer que, si la siguen votando, serán como ella, como Ayuso, con su dúplex-ático medrando desde su apartamentito diminuto de Chamberí.
Un destacado dirigente-gurú del PP nacional, confundida yo también por el éxito de Ayuso que no me encajaba con nada, me dijo que, cuando la candidata designada a dedo y por descarte del resto del PP para presidenta de la Comunidad de Madrid bajo liderazgo nacional de Pablo Casado -amigo personal de Ayuso y ahí (no) lo tienen-, aceptó el reto, "vimos un diamante en bruto" para ese mandato, esto es, un mineral que recién extraído no vale nada, pero que tallado y pulido, ya saben, es una joya de mucho valor... para quien la luce. Et voilà!
No es Isabel Díaz Ayuso per se la intocable, pues, no le demos una categoría que deja fuera de foco al verdadero poder oscuro, que está en Madrid porque el poder de España toda, mayoritariamente, sigue estando en Madrid, aunque su presidenta esté encantada y plenamente consciente de su papel perfectamente ejecutado, tampoco vamos a quitarle mérito porque lo borda. Y esa es la tragedia, que por empuje de unos y por desidia-cobardía-agotamiento de otros tantos, hemos construido el centro neurálgico de un poder antidemocrático que lo mismo expulsa a inmigrantes por no tener donde caerse muertos que acoge con loas a otros por comprar a saco y con dinero del crimen organizado viviendas de lujo. No es Ayuso, no, ojalá todo se redujera a ella, así que sería bueno empezar por no insultar la inteligencia del ciudadanito o ciudadanita de a pie diciéndonos que nuestra democracia solo depende de ella. Por favor...
