octubre 19, 2024

Hay culpables de ese terrible infierno de Oriente Próximo, de José María Izquierdo

 José María Izquierdo



CTXT. Los adolescentes, la soledad y el espejo negro de internet, de Miguel Ángel Ortega Lucas

 Miguel Ángel Ortega Lucas 3/10/2024

La conexión continua se revela como causa de que la ansiedad, la depresión y el suicidio se hayan disparado entre los más jóvenes en todo el mundo

Fotograma extraído de la serie Black Mirror / Netflix

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“En el caso de la mayoría de los padres con los que hablo, lo que subyace es una preocupación de que está ocurriendo algo antinatural, y que a sus hijos les está faltando algo –casi todo, en realidad– a medida que acumulan horas online. Pero a veces lo que me cuentan es más aciago. Sienten que los han perdido”.

Puede que esas líneas resulten demasiado alarmistas para algunos. Las firma el psicólogo estadounidense Jonathan Haidt en los primeros compases de su más reciente libro, La generación ansiosa. Y las nutre, amplía y sostiene a través de un análisis demoledor, tanto en números como en argumentos, para responder a esta pregunta: “¿Por qué se produjo un aumento internacional sincronizado en las tasas de ansiedad y depresión en adolescentes a principios de la década de 2010?”. 

Mediante un riguroso cruce de datos, lo que las cifras arrojan es “un repunte muy brusco y acusado de episodios depresivos fuertes a partir de 2012 más o menos”, cuando la depresión “se volvió 2,5 veces más frecuente”, sin distinción de sexo, raza ni clase social. Entre los adolescentes (13-19 años) estadounidenses, la “depresión grave” aumentó nada menos que un 145% desde 2010 en chicas y un 161% en chicos, según datos de una cuestación anual del gobierno en centros educativos. Pero la tendencia se da en todas las franjas de edad, siendo cada vez menor, aunque constante y muy alta, conforme los consultantes ganan en madurez (aumento del 92% entre los de 18 a 25 años; del 62% entre los de 26 a 34…). 

Lo mismo se observa en otros trastornos, con especial virulencia en diagnósticos de anorexia, duplicados entre 2010 y 2020 en EEUU. La tasa de autolesiones en chicas adolescentes casi se triplicó en ese mismo periodo y también aumentó en los varones. Para 2023, y según una amplia investigación realizada entre estudiantes universitarios norteamericanos (es decir, aquellos que habían vivido la pubertad a lo largo de la década anterior), el 37% afirmaron sentirse ansiosos “siempre” o “la mayor parte del tiempo”. Otro 31% aseguraba sentir ansiedad “casi la mitad del tiempo”. Es decir: casi siete de cada diez viven con los nervios de punta de manera cotidiana. 

Los datos oficiales referidos a España vienen a coincidir con lo señalado por Haidt. El informe Evolución del suicidio en España en población infanto-juvenil, del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (Universidad Complutense), refleja una caída casi constante de casos desde antes del año 2000… hasta que algo sucede, pasado el año 2010, que hace que la curva tome la dinámica opuesta, con un repunte aún mayor tras el año 2020, atribuido a las consecuencias psíquicas de la crisis del covid. Pero cabe subrayar que la tendencia ya venía al alza en los años previos. Exactamente desde el punto en que Haidt observa el quiebre, tanto en Estados Unidos como en Reino Unido, Canadá, los países nórdicos y un largo etcétera. 

En España el suicidio es la primera causa de muerte en jóvenes de entre 12 y 29 años. En 2021 se registraron 336 en esa horquilla (junto con dos casos de niños menores de 12 años). El 71,2% eran varones. Algo habitual, porque la cifra de hombres que se quitan la vida siempre es notablemente mayor que la de mujeres en todo el mundo. Sin embargo, y esto es importante, las cifras se igualan mucho al ceñirnos a la franja de entre 12 y 17 años, en la que el 55,4% de suicidios de ese año fueron de chicos y el 44,6% de chicas. Por su parte, el Observatorio del Suicidio en España señala en su último informe que en 2022 hubo un aumento más que notable de casos entre adolescentes de 15 a 19 años: “Si en 2021 hubo 53 (28 chicos y 25 chicas), en 2022 fueron 75 (44 y 31)”. [Las cifras definitivas de 2023 no se podrán fijar hasta finales de este año].

El espejo deformante de la pantalla

Hay que tener presente que no existe un ser humano igual que otro, y que, como señalan los expertos, no puede atribuirse algo tan definitivo como el suicidio a una sola causa, sobre todo porque la psique sigue siendo en su mayor parte un misterio. Sí podemos hablar de detonantes, de situaciones –crisis internas, pérdida de seres queridos, despidos, separaciones amorosas…– que pueden empujarnos a estados de desesperación sostenida, sin salida aparente. 

Más allá de esto, para Jonathan Haidt todas las cifras expuestas arriba guardan una correlación directa con el abuso de internet; lo que él denomina “la Gran Reconfiguración de la infancia”, y que él fija en el periodo entre 2010 y 2015: “Los patrones sociales, los modelos de conducta, las emociones, la actividad física e incluso los patrones de sueño de los adolescentes experimentaron una reestructuración radical en el transcurso de sólo cinco años. La vida cotidiana, la conciencia y las relaciones sociales de los niños de 13 años que tenían un iPhone en 2013 (y que nacieron en 2000) eran profundamente distintas respecto a las de los niños de 13 años con teléfonos móviles básicos en 2007 (y que nacieron en 1994)”. Es la brecha en usos y costumbres de la llamada generación Z, nacida con el nuevo siglo. La de quienes alcanzaron la adolescencia cuando la conexión a internet podía ser ya continua, inmediata e independiente, al tenerla literalmente al alcance de la mano en los teléfonos móviles de nueva generación. 

Que la dependencia hacia esas máquinas, derivada en servidumbre, puede resultar peligrosa, resulta una intuición al alcance de casi cualquiera. Pero Haidt lo respalda con datos, explicitando cómo en la década de 2001 a 2010 –cuando ya la mayoría de hogares en los países desarrollados tenían ordenador con conexión, pero los teléfonos móviles sólo permitían llamar y mandar mensajes de texto–, “la salud mental de los adolescentes no decayó”. De hecho: “Los adolescentes millennials [nacidos entre 1981 y 1995], que crecieron jugando a lo largo de la primera oleada” de la revolución informática, “eran ligeramente más felices, de media, que la generación X [los nacidos entre 1965 y 1980] cuando eran adolescentes. En la segunda oleada se produjo el rápido aumento de las tecnologías que emparejaban las redes sociales con el smartphone, y que llegaron a la mayoría de los hogares en 2012 ó 2013. Fue entonces cuando la salud mental de las adolescentes empezó a desplomarse, y cuando la salud mental de los chicos cambió de formas más difusas”. Haidt descarta que todo esto tenga que ver con la crisis financiera mundial que hizo crack a finales de 2008 y sus consecuencias en los hogares, argumentando que, de ser así, la recuperación económica habría ido de la mano de una caída de estados depresivos, cuando ha sucedido justo lo contrario.

“Se trata”, dice, “de una profunda transformación de la conciencia y las relaciones humanas. Es el nacimiento de la infancia basada en el teléfono. Y marca el fin definitivo de la infancia basada en el juego”. “Podríamos decir que el ecosistema de las redes sociales basado en el smartphone y los selfies que conocemos hoy en día surgió en 2012, con la adquisición de Instagram por parte de Facebook tras la introducción de la cámara frontal en los teléfonos. Para 2012, muchas quinceañeras tuvieron la sensación de que todo el mundo tenía un iPhone y una cuenta en Instagram, y que todo el mundo se comparaba con los demás. Mientras que la vida social de las chicas se trasladó a las redes sociales, los chicos se adentraron sobre todo en videojuegos multijugador, YouTube, Reddit y pornografía dura, todo ello disponible en cualquier momento y lugar, gratis y directamente en sus teléfonos”.

Aclarando también que no se trata de demonizar los avances tecnológicos ni las posibilidades que brindan –pero teniendo en cuenta que todo tiene su reverso oscuro–, hablamos con varios profesionales de la salud mental para contrastar las aseveraciones de Haidt. Planteando a la par algunas impresiones comunes a todos en este nuevo “ecosistema” virtual en que vivimos.

Antonio R. Cano, psicólogo clínico –expresidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés–, habla así respecto a la “comparación” continua a que incitan las redes sociales: “Los humanos somos seres muy sociales, dependemos de los demás para sobrevivir. Todo el mundo necesita reconocimiento y aprobación, y llevamos ya varias décadas dándole al me gusta: ‘me gusta’ que esta ha viajado aquí, que el otro se ha casado…”. La conclusión a la que mucha gente llega puede resumirse en que “soy un pobre desgraciado, porque, en comparación con tanto éxito de los demás, lo mío no es nada”. Un éxito falsario no sólo por ceñirse a lo material, sino porque, como dice Cano, “nadie quiere admitir que está deprimido”, o triste, o pasando una mala racha, de modo que el escaparate virtual alimenta la falacia de que “todo el mundo es feliz menos yo”. 

Si ese tipo de minifrustraciones, al contemplar las presuntas proezas ajenas, puede desalentar a los más mayores, no es difícil imaginar los efectos que pueden tener en aquellos que transitan esa época tan determinante y compleja de la adolescencia, cuando se empieza a construir la propia identidad; a tratar de descubrir quién somos, qué hemos venido a hacer aquí. 

El psicólogo Gonzalo Jiménez Cabré, más joven pero con sólida experiencia en el tratamiento de niños y jóvenes tanto en sanidad pública como en consulta privada en Madrid, nos cuenta que en la pubertad “vivimos como si el resto estuviera pendiente de lo que hacemos o no; como ante una audiencia imaginaria. Con las redes sociales esto se amplifica”, y se materializa en el exterior. “Hemos estado viendo una correlación entre el tiempo de uso de las nuevas tecnologías y el malestar con uno mismo”, provocado por esa comparación casi incesante: “En general hay un sesgo cognitivo. Los adolescentes creen que gran parte del mundo es muy feliz y que ellos son la excepción. Es como infligirse un dolor constante que se traduce en inseguridad personal, ansiedad, depresión, por no cumplir ciertas expectativas sociales”. Un espejo deformante que traslada el mensaje subliminal, y tóxico, de que tienes que ser alguien mejor de quien erestener algo mejor de lo que tienes, y que, a la postre, eres de alguna forma defectuoso o maldito al no vivir esa vida estratosférica que siempre está en otra parte. (Nunca nada es suficiente.)

Muchos de los jóvenes que Jiménez trata han crecido condicionados por una dinámica autodestructiva, muchas veces a causa de “alguna característica física” que no cuadra con el canon homogeneizante de lo que hay que aparentar. Pueden crear una imagen muy distorsionada de sí mismos, que incluso no tenga objetivamente nada que ver con la realidad.  

Círculos viciosos

Se dan muchos otros efectos en este laberinto virtual. Algo grave –y que, según los terapeutas, no se está atendiendo en absoluto como debiera–, es la hipersexualización en que vivimos inmersos, aún más a través de las pantallas. Esto exacerba la mencionada comparación física entre los adolescentes, provocando una aspiración, más o menos forzada, a ser valorados –sobre todo valoradas– por su atractivo erótico. Es algo que, como dice el terapeuta Gonzalo Jiménez, no sólo no acota, sino que fomenta y aplaude la sociedad actual, por ejemplo a través de las conductas y discursos que expone sin complejos el reguetón: “Hay tanta presencia, explícita o no, de actitudes sexuales en la música, los programas de televisión, la publicidad, internet… que acaba provocando un impacto psicoafectivo importante. Se está detectando cada vez más precocidad sexual por estas cuestiones, a veces cuando ni siquiera se están produciendo los cambios puberales”.

Los adolescentes perciben que “tienen que adaptarse a esos ejemplos de hombres muy machos y mujeres voluptuosas que son objeto sexual. Esa presión lleva a muchas a una crisis de autoestima, y a una tendencia a compensarlo por la conducta alimentaria, el ejercicio, la cosmética… Los datos globales indican un aumento de la demanda de cirugías en edades más tempranas, que siempre conllevan riesgos. Yo he tenido casos de chicas de 14 años [a veces respaldadas por sus progenitores] que han pretendido hacerse un aumento de pecho o de labios, cuando ni siquiera han tenido tiempo de desarrollarse en absoluto. Todo les lleva a mostrarse más sexuales”. Lo cual desemboca en la presión, tanto en chicos como en chicas, de ser sexualmente activos cuanto antes. Así, se dan por un lado “conductas de riesgo, siendo muy permisivos para tener relaciones”, y por otro el extremo contrario: “La inhibición. Nos encontramos con chicos más inseguros, temerosos a la hora de relacionarse”, al no verse capaces de cumplir con expectativas que en realidad nadie les está exigiendo. 

Epítome de todo esto es el “acceso tremendo” que cualquiera puede tener a la pornografía online, de la más suave a la más sórdida. “Yo me he encontrado a niños y niñas traumatizados”, dice Jiménez. “Como la psique a esas edades no está preparada para asimilar la información, genera un impacto”. Cuando se convierte en hábito, todo ese maremágnum acaba siendo la educación sexual de muchos: “Un modelo mecánico, animal, desnaturalizado” de vivir las relaciones sexuales, “donde se suele tratar a la mujer como mero instrumento para la satisfacción del hombre”, y por el cual los chicos pueden asumir como referente una virilidad burda y depredadora. Al mismo tiempo, la sobreestimulación erótica a la que los adolescentes se ven expuestos –y su satisfacción sistemática–, puede llevar a un círculo literalmente vicioso de frustraciones, vacío interior y pérdida de confianza y horizonte vital. Pueden perderse las experiencias y descubrimientos que naturalmente toca vivir a esas edades, empezando por cultivar una relación sana entre sus iguales. 

Los círculos viciosos no acaban ahí. Al buscar la validación de su tribu por el éxito virtual –seguidores, me gustas, etcétera–, la dependencia es inevitable, se consiga o no tal respaldo. Puede ser que lo consigan, haciéndoles sentir importantes, “populares” (un chute literal de dopamina), de manera que acaban dependiendo de que les aplaudan. Por la vía inversa, es fácilmente imaginable el drama (la ansiedad) si no lo consiguen. Y, si lo consiguen y un día dejan de conseguirlo, harán lo posible por recuperarlo a base de seguir conectados. La trampa –como la hidra empresarial que manipula desde las grandes plataformas– siempre gana. De ahí que sea tan necesario, y no sólo en adolescentes, seguir una “dieta virtual”. Para no tener que llegar a lo que pueden ver tantas veces los psicólogos en adolescentes: síndromes de abstinencia, en cuanto se les retira el móvil, no muy distintos a los de un adicto a cualquier sustancia. El impacto de esto puede ser fatal en el estado anímico, la energía, la salud en general y la concentración (que a veces llega hasta la incapacidad) para llevar a cabo cualquier cosa en la vida que requiera un mínimo de atención, reflexión y calma. El nivel cultural y educativo que luego se alcance depende en extremo de esto último.

Conjurar la soledad

Los estados de ansiedad (manifestada en ahogos, sudores, taquicardias…), así como, por vías más sinuosas, la depresión, tienen un mismo origen: el miedo. Son máscaras del miedo a tantas cosas que creemos no poder afrontar en la vida. Pero –escribe Jonathan Haidt– “mientras que el miedo” en su forma más cruda “activa todo el sistema de respuesta en el momento del peligro, la ansiedad activa algunas partes del mismo sistema cuando se percibe sólo una posible amenaza. Cuando nuestra alarma salta a la mínima por sucesos ordinarios, muchos de los cuales no suponen una amenaza real, nos mantiene en un perpetuo estado de ansiedad”. Se puede dar entonces un trastorno que derive en pensamientos catastrofistas como, por ejemplo, decirme que “no valgo nada” por no responder a determinado modelo. Algo que puede desembocar en sentencias como: “El mundo no me acepta, no encajo, nadie me quiere; no merece la pena vivir”. 

La relación sana y directa con el mundo, el encuentro y el diálogo, el compartir y desahogar mirando a los ojos a otro ser humano, es una clave esencial, tanto para paliar los problemas de los que hablamos como para evitarlos en primer término. Empezando por que, como refiere Antonio Cano tras décadas de experiencia, “la gente ha asumido que las pastillas son la solución”, cuando apenas son “un parche” que anestesia y sólo aplaza el problema. Tratar de eludir el dolor por una pérdida, cuando es necesario hacer el duelo, sólo multiplica el sufrimiento. Cano ha llevado a cabo ensayos clínicos en que se demostró de qué forma los diálogos seguros y sin prejuicios entre personas deprimidas dan mucho mejores resultados que los psicofármacos: “Tenemos tendencia a culpabilizarnos, a echarnos mierda encima, a magnificar las cosas malas, a ponernos en lo peor ante la incertidumbre… Lo que puede reducirlo es poner las cosas en una perspectiva sana: asumir lo que me pasa y no tener miedo a decirlo. Eso ya es una reinterpretación”.

Tanto es así que el hecho de que sean siempre más varones que mujeres los que acaban consumando el suicidio tiene bastante que ver con la (in)capacidad para verbalizar y compartir los problemas. Entre los niños y adolescentes, a quienes tanto puede doler un rechazo o acoso del grupo, sentirse solos, indefensos e incomprendidos, suele pasar igual: “A ellas”, corrobora Gonzalo Jiménez, “se les permite ser más expresivas emocionalmente, no está mal visto que compartan sus sentimientos. Los hombres, a pesar de los tiempos modernos, hemos tenido siempre como mandato ser duros porque expresar sentimientos se asociaba a la debilidad”. Para las chicas, las autolesiones y los intentos fallidos de quitarse la vida “son formas de pedir ayuda; ellos acumulan más por dentro”, lo rumian más en soledad, “hasta que, cuando toman la decisión, la llevan a cabo de manera más frecuente”. 

En cualquier caso –y el matiz es esencial–, quien contempla la idea de matarse no es porque quiera morir, sino dejar de sufrir. El suicidio es sólo el aullido último, extremo, clamando por una vida distinta: una vida que el suicida no cree ya posible. Que esto esté sucediendo con cada vez más frecuencia entre los jóvenes, a veces en puros niños, debiera ser, como dicen los expertos, un asunto prioritario en la agenda de cualquier sociedad que se considere “desarrollada”. Empezando por poner cortafuegos a los hábitos que exciten formas de vida nocivas.

“Hay que promover el ser por encima del tener”, concluye Gonzalo Jiménez. “Hay que fomentar la conexión con uno mismo y con valores que sean propios, que conecten con los talentos y vocaciones de cada uno. Es importante cuestionar los modelos de éxito que se difunden, basados en la riqueza y el atractivo físico, porque siempre es más rico quien tiene tiempo para estar con sus amigos, para hacer deporte o tocar un instrumento, para pasarlo en familia o en la naturaleza, y no pendiente de una cámara. Faltan vínculos seguros para que los chicos puedan sentirse vistos y reconocidos en sus casas, y que se pueda compartir con ellos actividades satisfactorias. Parece que es obligatorio llevarlos a Port Aventura, pero ir de acampada o bañarse en un río puede ser igualmente bueno o más, y está al alcance de cualquiera. Hay que bajar el ritmo, desconectar de tanto aturdimiento de estímulos. En vez de estar pendientes de los likes externos, del interno: si a mí me gusta y me nutre lo que estoy experimentando. De ahí que se estén poniendo de moda el mindfulness, la meditación, el yoga…”: para aprender a estar en el aquí y el ahora, y no en la ansiedad por éxitos tramposos y presuntas amenazas que, en la mayoría de casos, no existen.

Enlaces de interés

Movimiento Adolescencia Libre de Móviles

Fundación ANAR para la ayuda de menores en riesgo

Fundación Española para la Prevención del Suicidio

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PERROFLAUTAS DEL MUNDO:  Donatella Rovera, investigadora de Amnistía Internacional: “Israel sabe lo que está haciendo en Gaza y el mundo lo permite”, de Icíar Gutiérrez 


octubre 18, 2024

PSICÓPATAS DE QUINCE AÑOS, de Rafael Narbona

 Mateo Santamarta Paniagua  16/9/2024

PSICÓPATAS DE QUINCE AÑOS


Una chica de 15 años y un joven de 16 han agredido brutalmente a un vecino de Ferrol por quejarse del ruido que hacían en la calle a las cinco de la madrugada. Algunos medios se refieren a los agresores como niños, pero no son niños. Digan lo que digan los tratados internacionales, la niñez se acaba a los 12 años. Después, comienza la adolescencia, un período donde ya existe un discernimiento claro de lo que está bien y lo que está mal. Todos los que hemos pasado muchos años como profesores en las aulas de secundaria sabemos que a los 15 años muchos, muchos adolescentes ya están familiarizados con el alcohol, las drogas, el sexo y la violencia. Muchos padres prefieren vivir en el limbo e ignorarlo, pero eso no ayuda a sus hijos. Mi generación se educó a base de capones, bofetadas y golpes de regla en la punta de los dedos. Sería monstruoso volver a esa pedagogía negra, pero no es menos perjudicial sobreproteger histéricamente a los hijos, impidiéndoles madurar.
La sobreprotección solo alimenta la inmadurez, el egoísmo, la inutilidad y, en ocasiones, la violencia. El problema es que muchos padres de 40 o 50 años se han estancado en una inmadurez crónica. Padres que fuma porros con sus hijos o que cambian de pareja cada poco tiempo después de separarse. Padres que no les exigen nada a sus hijos y que les dan la razón incluso cuando deberían recriminarles ciertas conductas. Padres que se enfrentan a los profesores por las notas o por sanciones justificadas. Cada vez hay más casos de profesores agredidos por esos niños y niñas de 15 años que a veces ya han superado el 1’80. Y lo que es más grave, hijos que maltratan a sus padres. De palabra y físicamente. Es un problema que ya afecta al 12% de las familias. Casi 5.000 casos al año. En los últimos diez años, las denuncias de padres contra sus hijos por agresiones se han incrementado un 400%.
Los agresores del vecino de Ferrol no son niños, sino adolescentes perfectamente responsables de sus actos. La víctima teme que el juez los deje en libertad e intenten vengarse. De hecho, conocen su domicilio. Al parecer, hay más adolescentes implicados. El incidente se produjo cuando un grupo de chicos y chicas salía de los locales de ocio de la zona y comenzaron a lanzar gritos y destrozar el mobiliario urbano. Un vecino les pidió un poco de civismo y le contestaron con insultos y cortes de mangas. Indignado, les arrojó un vaso de agua y la reacción de los adolescentes consistió en romper a golpes la puerta de su portal. Tras acceder al edificio, golpearon la puerta del vecino hasta que este cometió el error de abrirles. A partir de ese momento, sufrió una avalancha de puñetazos y golpes en la cabeza que le fracturaron la nariz y le rompieron el pómulo y el labio. Además, sufrió daños en los ojos y múltiples contusiones.
Una vez detenidos, los agresores fueron interrogados en presencia de sus padres. Imagino que en ese momento adoptaron conductas infantiles, con la intención de inspirar lástima y manipular a los agentes. Pedirán ser tratados como niños y no como adultos, pese a que actuaron con crueldad y malicia, sin ignorar la indignidad de su comportamiento. La familia tradicional se asentaba sobre la hegemonía masculina, lo cual era inaceptable, pero no ha sido sustituida por algo mejor. Ahora solo hay vacío y desorientación. Abundan las familias desestructuradas y gravemente disfuncionales. Un niño necesita un entorno estable para madurar. Si no sabemos crearlo, seguirán surgiendo psicópatas de quince años a los que algunos imbéciles llamarán “niños”. El futuro da miedo.
Rafael Narbona

Save the Children alerta del grave riesgo para la salud mental que sufren todos los menores gazatíes. Por CTXT

 ctxt 18/09/2024

Un año antes de que se iniciara el conflicto actual, un 84% de los niños declaró sufrir miedo, un 80% ansiedad, un 77% tristeza y el 78% tenía síntomas de estar experimentando un duelo

Unos niños inspeccionan una vivienda destrozada por las bombas israelíes, 1 de diciembre de 2023. / M. M.


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Un informe realizado por la organización internacional Save the Children hace unos meses ponía de manifiesto el grave deterioro en la salud mental que están sufriendo todos los menores de edad atrapados en la Franja de Gaza, sobre la que Israel ha mantenido una situación de bloqueo sostenido durante casi dos décadas y que desde el pasado 7 de octubre ha desembocado en la guerra total contra la población civil de la Franja. 

De acuerdo con el informe, ningún niño de Gaza ha conocido la vida fuera de la interminable violencia cíclica y el bloqueo terrestre, aéreo y marítimo impuesto por el Gobierno de Israel. Todos ellos han sido testigos y experimentado eventos traumáticos, así como una violación sistemática de sus derechos humanos fundamentales. Esto ha generado un fuerte impacto en la salud mental y el bienestar psicosocial de los niños que viven en La Franja. 

Sin embargo, tras el inicio de la guerra hace ya casi un año, la vulnerabilidad de estos menores se ha visto fuertemente agravada. Todos los padres y cuidadores que fueron consultados para la elaboración del citado informe aseguraron que el deterioro en el estado de salud mental de los niños no se parecía a nada que hubieran visto anteriormente. Los participantes en el estudio lo atribuyeron a la intensidad y duración de las hostilidades y a los desplazamientos forzosos continuos, así como a la destrucción generalizada de los servicios públicos y la falta de acceso a los recursos necesarios para la supervivencia. 

Para los niños, esto se tradujo en una destrucción de los principios fundamentales de la infancia. Los participantes informaron de que los niños no conocen ya una realidad diferente a la de la guerra, no tienen rutinas estables y saludables y carecen de las mínimas oportunidades necesarias para aprender, jugar y desarrollarse. Los expertos en salud mental y protección infantil de Save the Children afirmaron que estas carencias provocan trastornos mentales graves y duraderos, que suelen extenderse hasta la etapa adulta. 

En la actualidad, los niños están manifestando ya síntomas de grave daño emocional, así como ansiedad, trastornos alimentarios, enuresis, hipervigilancia y problemas de sueño. También se notificaron cambios de comportamiento tales como tendencia a la introversión, ansiedad por separación o cambios en el estilo de apego con los padres, regresiones (consistentes en volver a etapas del desarrollo de la infancia que ya estaban superadas) y agresividad. Por encima de todo, los niños han desarrollado un gran temor a morir o ver morir a sus familias. 

Por otra parte, algunos padres señalaron que sus hijos tienen ahora aspiraciones y sueños vitales muy limitados. Los niños han dejado de pensar en el futuro y se centran exclusivamente en la supervivencia inmediata. Incluso, al ser preguntados por sus aspiraciones laborales para la etapa adulta, muchos mencionaron querer realizar actividades relacionadas con la guerra. Por ejemplo, un padre cuenta que sus hijos han dejado de decir que quieren ser ingenieros para afirmar que desean dedicarse a repartir ayuda humanitaria en un carro tirado por un burro, un deseo nunca antes expresado. 

Tanto los padres como los colaboradores de Save the Children destacaron el agravamiento del problema debido a los múltiples ciclos de violencia sufridos, que han erosionado la capacidad de resiliencia de los niños. Esta situación se ve igualmente exacerbada por la incapacidad de los propios padres y cuidadores para hacer frente a la situación y dar una respuesta adecuada a sus hijos debido a los graves daños en la salud mental que también están padeciendo los adultos. 

Antes de la actual escalada de violencia, que comenzó el pasado 7 de octubre, ya existía una crisis de salud mental a la que se enfrentaban los niños de Gaza. Save the Children llevó a cabo una investigación sobre el impacto que genera en los niños vivir bajo el bloqueo entre los años 2018 y 2022. 

Entre los hallazgos más significativos, el informe señala que ya en 2022 un 84% de los niños declaró sufrir miedo, un 80% ansiedad, un 77% sentía tristeza y el 78% de los menores mostraba síntomas de estar experimentando un duelo. La angustia de los niños se manifestó en comportamientos preocupantes como mojar la cama o el mutismo reactivo, y la mayoría no encontraban maneras positivas de enfrentar su situación. En ese sentido, en el año 2022, más de la mitad de los 164 padres y cuidadores consultados declararon haber observado una tendencia al empleo de mecanismos de afrontamiento perjudiciales entre los niños y los jóvenes, como el abuso de sustancias, las autolesiones o la ideación suicida. Este tipo de mecanismos de afrontamiento negativos tienden a agravar aún más la angustia, generando nuevas cascadas de problemas físicos, mentales y sociales. 

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PERROFLAUTAS DEL MUNDO:   Ilustración del día: Sólo aportan muerte Por Pedripol



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