La mayoría de las historias que cuenta Liana Badr tienen voz de mujer. "Las mujeres palestinas son muy fuertes", recalca a Público, "ellas son "las guardianas del hogar", en el que "todo se preserva: los niños, el agua, el alimento". Son sus experiencias las que plasma en novelas y cuentos. Su habilidad para retratar la realidad palestina la ha llevado a recibir varios premios de relevancia internacional, como el homenaje en el Festival Internacional de Cine de El Cairo del año 2000. Por eso, el pasado 24 de septiembre, la Casa Árabe la invitó a dar la conferencia inaugural del ciclo Aula Árabe Universitaria 6.

En una de las salas de juntas de esta institución, Badr ha atendido las preguntas de todas las periodistas españolas que han desfilado frente a ella a lo largo del día. La de Público es la séptima y última de todas las entrevistas. La fatiga no le impide sonreír afablemente. Liana Badr se sienta, agarra un vaso de agua y, tras beber un trago largo, se lanza.

"El olivo es muy importante para nosotros", dice mientras señala el tatuaje de este árbol que tiene una de las personas presentes en la sala. No espera a la pregunta y continúa: "después de dar a luz las mujeres bañan a sus hijos en aceite de oliva durante varios días". "Es una tradición muy antigua", asegura. "Ahora los israelíes queman o arrancan los olivos".

Exactamente como se aprecia en el vídeo que se ha viralizado en redes recientemente, en el que un hombre palestino grita y llora desesperado al ver cómo un colono israelí amputa las ramas y troncos de sus árboles con la permisividad de los militares israelíes allí presentes. Es fácil concluir que, con ese humillante gesto, los colonos no sólo buscaban defenestrar el sustento material de las familias, sino, también, el simbólico: desligar la identidad palestina de las tierras que hasta ese momento poblaban.

"En uno de mis documentales cuento la historia de cuatro mujeres tratan de evitar que la ocupación israelí destruya los olivos de sus antepasados". Esta fue "una película muy premiada" se enorgullece. Zeitounat, como se llama el documental del que habla Badr, fue la segunda película que estrenó. Fue en el año 2000, y tras esta se sucedieron otras cinco. La última fue Al Quds, My City, en 2010.

Su producción artística la ha llevado a ser una de las escritoras y cineastas palestinas más prolíficas de su tiempo. Asegura que el talento es abundante entre las mujeres de este pueblo: "Te sorprenderías al ver la cantidad de mujeres [de la Franja de Gaza] que han recibido una buena educación o tienen estudios académicos". "Antes [del 7 de octubre] vi cosas increíbles en Gaza". Por ejemplo, los bordados tradicionales palestinos, considerados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Añade también que los de la Franja de Gaza son los mejores pintores de la región. Cree que se debe a los colores que se ven  esta pequeña porción de tierra, que son "más ricos en el sur" debido "a la calidez del clima". Desde Gaza se puede ver "el mar, los pájaros" y se percibe "más felicidad". "Gaza era un lugar lleno de gente talentosa", concluye. Habla en pasado porque ahora el polvo gris de los escombros baña toda la Franja.

Este paisaje de destrucción es lo que van a contemplar algunos sionistas radicales desde los cruceros que se apostan frente a la costa de Gaza. "Los que hacen viajes en barco para ver Gaza arder son monstruos, no seres humanos", afirma Badr.

Por eso considera que la actual intervención militar sionista "va mucho más allá de un genocidio". "Están destruyéndolo todo", afirma tajante. Y ese "todo" abarca una concepción amplia de la sociedad palestina. Una sociedad con la que Israel, asegura, "está acabando". Desde las más de 40.000 personas –la mitad de ellos niños y niñas–, hasta sus hogares, los universidades, centros culturales o "museos privados espectaculares", con los que Israel, cree la escritora, se ha ensañado. Algunas de las piezas y joyas romanas que albergaban, explica, han sido robadas. "Digámoslo claramente: [el de Benjamín Netanyahu] es un Gobierno de extrema derecha muy extremista con sed de matar".

La noción antropológica de genocidio incluye también la destrucción del legado cultural de un grupo étnico y/o político, real o percibido. Esto es, no sólo la aniquilación física de los miembros de este grupo, sino también, de sus formas de vida y de los productos culturales que se generan fruto de ellas. Esta definición encaja con lo que trata de transmitir Badr cuando afirma que el ejército de Israel "trata de borrarlo todo, sí. (...) No dejan nada vivo".

Pero no siempre fue así, recuerda. Hubo un tiempo en Jerusalén, donde "si alguien hacía una tarta, la compartía con sus vecinos", independientemente de su identidad religiosa. "Esto lo vi desde que era pequeña, las personas no preguntaban a los otros cuál era su religión". Y es que tampoco cree "que lo que está pasando ahora tenga ninguna relación con la religión. "Esa es sólo la excusa", asegura. Considera que la única razón por la que se perpetúa esta guerra es porque recientemente han descubierto yacimientos de gas y petróleo en Gaza. Se refiere a las reservas encontradas en sus costas en los últimos años. Especialmente la de Leviatán, descubierta en 2017 y cuyas instalaciones se pusieron en marcha en 2020. Este yacimiento podría satisfacer el consumo de Israel durante 40 años, según publicó la revista de Ecologistas en Acción.

Esta visión de una convivencia relativamente pacífica entre la población musulmana y judía que poblaba Jerusalén a mediados del siglo pasado no niega la existencia del conflicto. Aunque, según relata, "muchos de los ataques provenían de las fuerzas represoras del Mandato Británico". Es difícil saber cuánto de relato hay en esta afirmación, ya que Badr nació en 1950, dos años después que Reino Unido retirase sus tropas de dicho territorio y las milicias israelíes se hicieran con Jerusalén –y el 78% del territorio hasta entonces considerado Palestina– y fundasen Israel.

Ahora, Liana Badr no puede volver a la ciudad que pasó su infancia. A pesar de su jovialidad tiene 74 años y dice estar "cansada" de tener que pasar por el checkpoint que le separa de su familia. Atravesarlo supone exponerse a esperar horas de pie para que, finalmente, un soldado israelí decida si puede pasar o no. Algo que a veces depende "de si se encuentra de buen o de mal humor". Todos los palestinos que, como ella, viven en Ramala, así como en cualquier otra ciudad de la Cisjordania ocupada o en la Franja de Gaza, tienen que atravesar esta carrera de obstáculos si quieren llegar a Jerusalén.

Además, los riesgos a los que se exponen durante esta travesía son muchos. "Siempre que viajas de un sitio a otro cualquier persona puede pararte". Lo sufrían a menudo sus compañeros del Departamento de Arte del Ministerio de Cultura palestino, donde Liana Badr estuvo trabajando hasta hace unos meses. Algunos de ellos tenían que viajar a menudo desde Hebrón, donde vivían, hasta Ramala, donde se encuentra la sede de la mayoría de las instituciones de la Autoridad Palestina. Los 62,5 kilómetros que separan ambas ciudades pueden recorrerse en poco más de una hora, cuenta. "Pero en muchas ocasiones, los soldados los paran y los dejan toda la noche en la calle, dentro de sus coches. Y no tienen siquiera la posibilidad siquiera de ir al baño".

En otros casos, "cualquier colono puede detener todos los coches palestinos". Así le ocurrió a unos familiares suyos que viajaban desde Ramala hasta Nablus en autobús. Según relata, unos colonos detuvieron el automóvil, los sacaron del autobús y les golpearon. Dado el contexto dice no querer arriesgarse a viajar. Tampoco sus familiares, algunos de los cuales "son mayores" o, incluso "están operados del corazón"

Cuenta que viajar de una ciudad a otra era relativamente más fácil hasta principios de este siglo, cuando iba a menudo a visitar a los familiares que vivían en la ciudad santa. Pero todo cambió después de la Segunda Intifada (2001-2002), durante el Gobierno ultraderechista de Ariel Sharon (Likud). En respuesta a la sublevación popular y de las milicias de Hamás, el entonces primer ministro de Israel impuso aún más restricciones de movilidad a los palestinos. Desde entonces, los checkpoints, tanto fijos como temporales, se han multiplicado.

Mientras Israel avanzaba en la burocratización del apartheid palestino, la comunidad internacional, absorta en el trauma del 11 de septiembre de 2001, miró para otro lado. Parecieron despertar todos a la vez el 7 de octubre de 2024. "Israel dice que hace todo esto por venganza, pero es mentira ¿Es vengarse asesinar a un niño?" se pregunta. En su boca, la realidad de Palestina cabalga entre el horror y el absurdo.

"Fue [Benjamín] Netanyahu quien permitió la existencia de Hamás para dividir a la población entre ellos y la Autoridad Palestina". E ironiza, "¿es que antes eran buenos y ahora son malos?". Se responde a sí misma: "No". Desde este lado del Mediterráneo, los medios hacen una descripción monolítica de Hamás: simples terroristas fundamentalistas que actúan sin razón ni lógica. Esta reducción es fruto de la islamofobia, subraya Badr.

La realidad es más compleja: "Para Hamás, la religión es un componente esencial de la identidad palestina y eso es algo que también puedes ver en otros países". Pone como ejemplo a Italia, donde los democristianos resurgieron en 2019 bajo el paraguas de Unione di Centro y cuyos principios se amparan bajo la doctrina de la Iglesia Católica.