Los Afectos y los Lomos

Fue hace algunos años cuando empezó a llevar uno, en las excursiones, con la idea de compartirlo. No sabe a ciencia cierta si desde el principio se lo dejó al que más cerca tuviera, siempre que estuviera dentro de su amplio círculo de afectos. De ahí pasaría a comprarlos específicamente para darlos, aprovechando la oportunidad que se pusiera a tiro, porque ¿A quien le amarga un lomo ibérico?
Le pareció una buena tarjeta de presentación ¡y mucho más sustanciosa!
¿Por qué, preguntaron y siguen preguntándose algunos de los destinatarios?
Porque me parece bien, por agradar -parece claro-, por provocar una sonrisa, porque el hecho de darlos no me supone ninguna carencia sustancial en mi economía -nací en el seno de una familia modesta y estoy marcada a hierro y fuego por ese estigma-, porque mis caprichos no se elevan por encima de mis posibilidades, y, seguramente, y sobre todo, porque quiero que me quieran. Y porque he tenido la oportunidad de conocer, a lo largo de mi vida, a gente generosa, gente que me enseñó con su comportamiento generoso, a no echar cuentas innecesarias, a no pesar, medir y calcular cada uno de los actos que realizamos a lo largo del día.
Porque, en suma, es muy gratificante y disfruto con ello.
Esta explicación vale para todos los receptores, en general, y para ti Rosa, en particular -que me lo dijo un pajarito, este sábado pasado en las Lagunas de Ruidera-.

Besos, muchos, que no cuestan. PAQUITA