Transcurrieron otros tres años. Esta vez volvió, exclusivamente, para las fiestas. Había cambiado, su cuerpo había cambiado, no supo cuanto hasta que le vio.
Cuantas veces había soñado con este momento y ahí estaba, hecho un renacuajo. Como en los cuentos pero a la inversa, su príncipe se había convertido en renacuajo.
Ya no era requeteguapo, tampoco le veía gracioso -él también se tuvo que quedar de piedra-, pero, además, no había crecido, al menos no tanto como ella. Porque ella era alta, muy alta, por encima de los cánones habituales por estos pagos, le venía de familia, en esto salió a su padre.
Su gozo en un pozo, pese a ello, las fiestas fueron divertidas.
No recuerda si para entonces -1970- el retrete seguía siendo la cuadra. Ecológico, ahora lo llamarían servicio ecológico, porque no se consumía agua ni papel y todo, todo, era reciclable, de esta tarea se encargaban las gallinas.
En este periodo, además, en el pueblo, habían descubierto, bajo otras cuadras, unos hermosos mosaicos romanos. Tiene entendido que, actualmente, hay un Centro de Interpretación, incluso, en la Casa-Palacio han puesto una casa de Turismo Rural. Tiene que acercarse a verlo cualquier día, más pronto que tarde.
En cuanto a la casa de la abuela, los tíos decidieron venderla poco después de su muerte, a principios de los 80, eran ocho y ninguno quiso quedársela. La compró el médico, que vivía al lado.
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PAQUITA
Los encuentros, después de un largo tiempo sin verse, suelen ser frustrantes. Los espejos en que nos miramos están tan desgastados como nosotros y nos devuelven una imagen borrosa y deformada.
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