El voto Publicado el lunes, 28/05/07 en la Sección: Vasto mirador de Pastor Antón y en el blog http://www.elpobrecitoveedor.net/blog/
No,/ jo dic no,/ diguem no./ Nosaltres no som d’eixe món….
Como pudimos, llegábamos, no veníamos, de la dictadura. La nueva trova cubana o el diguem no eran contraseñas para guiñarnos los ojos de la esperanza a través del voto. El socialismo, pensábamos, estaba a un tiro de piedra. La huelga general, la rebelión de obreros y estudiantes, las luchas armadas y los guerrilleros, aunque en otras latitudes, eran el referente de la honradez para clamar contra las injusticias, en las cárceles no iban a quedar ni los ratones, el triunfo electoral de los pocos iba a ser el futuro de los muchos. El regreso de los exilidados, la matanza de atocha, la nitidez entre la izquierda y la derecha, los curtidos en la lucha, los universitarios y la alianza científico-técnica con el movimiento obrero, todo el poder para los soviets, era la hora del pueblo. Habla pueblo, habla, echa la papeleta en la urna.
Luego llegó la travesía del desierto y la sed. Para los más.
La trama de los acontecimientos que se encadenaron desde entonces sucedieron, acelerándose en nuestro cerebro, la ficción pasó a ser la realidad y los deseos se quedaron en el pretexto de unas malas novelas, los best-seller del consumo dominical de las asociaciones de vecinos.
Era tan irreal todo, que la anécdota, elevada al poder, se fundió con las notas de los diarios personales y con la historia sentimental de la inmensa mayoría desterrada al sueño de la modernidad, se abrazaría la pana y el lino.
La declaración del amor compartido de los amantes acostados en la colchoneta de la tienda de campaña, allá en la montaña serrana, dejó paso al impacto de conocer la dura verdad de lo que estaban contemplando juntos, habían confundido la luz de las farolas con el resplandor de un rayo de luna becqueriano, por haberse quitado las gafas al desnudarse.
Los cuentos chinos fueron de lectura obligatoria y soñar fue penalizado con imposiciones fiscales negativas, la posibilidad de entrar en la intimidad de otras personas y ponerlas a hablar, con micrófono, fue el detonante de la basura mediática, sin derecho a la devolución de lo pagado por adelantado, como la hipoteca de toda una vida.
Ni la educación recibida le dio suficientes fuerzas al electorado para que se riera de muchas de las cosas que acontecerían después de las que, naturalmente, sería posible y necesario reirse, por obligación reglamentaria, así lo entendió bien la sexta, qué risa devendría en el dos mil siete. Las cosas se conectaríann solas y los poemas, que aún alguien seguirá escribiendo, tendrían mucho de una mera reunión de palabras agrupadas para causar espanto o dolor en las conciencias desclasadas, las que invertirían más tarde en el ladrillo depredador.
Más que la ausencia de los que se iban yendo, nos comenzó a pesar la presencia de los que venían a ser como padres o a ocupar su lugar de preeminencia. Esa presencia opresiva de los que gobernaban, en una época de descreencias, creó una atmósfera inundada de sonidos agudos que martirizarían nuestros tímpanos para siempre. Teorías de la fabulación, para perpetuarse en el machito, donde fuese.
Era la nueva música rítmica de la globalización, de privatizaciones y neoliberalismos, que vendrían a ocupar el pretexto de tanto hip-hop de éxito, importado del imperio. Los ruidos que se podían hacer delante de los que mandaban eran distintos que los que se hacían en su ausencia, se trataba de la impostura dominante elevada a los altares de la vida cotidiana. Se socializaría la escasez del reparto de las plusvalías, a beneficio de las fortunas insolidarias que no repartirían ni con su padre, mientras cohechaban para el campito de golf.
Decidieron por nosotros no sólo el ambiente íntimo de cada hogar sino el ambiente de los sonidos que deberíamos compartir, en privado, para sobrevivir al terremoto de las ideologías desfallecidas, siempre resucitadas con formas reformadas, como adosados a la abultada cartera de los fondos de inversión.
El poder lo abarcaba todo y todo lo decidía, sin exclusión. La opinión particular no era expresada libremente, simplemente no existía para el colectivo, si lo retransmitía la televisión.
La ciudadanía perdió su virginidad y no llegó ni a ser madura, pues le fue hecha la ablación de su potencia revolucionaria y la dejó sin capacidad de reproducirse o gozar de la profundidad democrática.
Finalmente, por otra parte, nos impusieron, como en los conventos medievales, un orden del día sobre el que giraría cualquier discusión de aquellos siervos de las nuevas plazas que se atrevieran a lanzarse sus improperios, en aras de la nada. Menos mal que nos quedó la siesta, su reparación ha sido fundamental para que sigamos, en secreto, atreviéndonos a soñar. Y qué sueños. Ninguno de los presentes seríamos más un sujeto transformador de la realidad. Cuando durante los años en que envejecimos la vida nos fue ordenada en torno a la figura de los ausentes, comprendimos que nadie más tendría una influencia decisiva en cómo pensaríamos a partir de entonces.
No tenemos ya corazón rebelde, ni ganas de votar.
Archivo histórico
Tantas cosas les compramos que al final nos convencieron de que aquel no era el camino.
ResponderEliminar