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julio 29, 2009

Horas Lectivas... (+ Larrey)

(Copiado del blog de Larrey que lo publicó el lunes 29 de junio de 2009. Etiqueta: el trastero en llamas. Lo último que le copié, y publiqué, también ardía, echaba chispas, quemaba. Aclaro que los temas que toca son mucho más amplios que esto que presento... ahora. PAQUITA)
eltrasterodelaimaginacion.blogspot.com/

Le gustaría esconder que esto lo hace porque la asignatura es una maría. Porque sabe que la aprobará. Porque prefiere unos litros en la pradera o magrearse con su chico en algún banco de la facultad. Pero va camino de casa, en la moto que al fin le sacó a su padre a cambio de que dejara al pardillo, así lo llama él. Ahora tiene a ambos. Surca la ciudad con suficiencia, es el camino de siempre, ida y vuelta todos los días. Pero hoy se siente más excitada. Sabe que regresa a casa antes de tiempo, por sorpresa, por ella, por la chica, la asistenta, o la chacha, como la llama la abuela. Fantaseando con encontrarla, tal vez, por el verano incipiente, ligera de ropa pasando el aspirador con alguna música de su tierra a tope en el equipo, en el intocable equipo de papá. Entra por el garaje para no hacer ruido. Sube las escaleras pensando en las caderas de Mariola, que llegó a casa hará unos ocho o diez años, de Argentina, con apenas 20 tiernos añitos de carnes apretadas y labios dolorosamente carnosos. Nunca le había gustado una mujer, había fantaseado en la soledad de su habitación con escenas de película con alguna compañera del colegio o de la facultad, pero nada que se atreviera a reconocer después del aturdimiento masturbatorio. Pero ahora siente deseos por esta muchacha, se atrevería a pensar que casi desde que llegara, cuando ella apenas si sabía entender lo que le pasaba algunas noches entre las piernas. En el gran salón no está, que luce limpio. Busca en la cocina con el mismo sigilo y con igual fortuna. Repasa las habitaciones, una a una, como una ladrona haría en casa ajena. No está, y el silencio la invita a pensar que se ha marchado antes de tiempo. Queda la bohardilla, el santuario de su hermano mayor, el gran arquitecto en proyecto requiere de un espacio más grande en la casa. Sube las escaleras y escucha algo parecido a una respiración, quizá entrecortada, por no llamarla gemido. Alza la vista por encima de la barandilla y la ve, con esa ridícula bata blanca que su madre la fuerza a ponerse, la pierna derecha sobre una silla, la mirada perdida en la mesa, donde descansa una de las revistas porno que su hermano cree clandestinas, curiosamente con una mano, por que la otra, para su tremenda sorpresa, está entre las piernas. Cuando se recupera de la onírica visión, cuando sus latidos vuelven a ser medianamente razonables, se acerca sigilosamente a ella, irracionalmente excitada, sin saber realmente que va a hacer hasta que la abraza por los pechos con fuerza y por sorpresa. Mariola, instintivamente, se da la vuelta zafándose de las manos que se asían a sus tetas y le propina a la joven un sonoro bofetón, con tan mala suerte que el anillo rasga el labio, que comienza a sangrar profusamente. Perdoná, mi niña, perdoná, se disculpa con el acento porteño que aun le queda. Pensé que era su hermano, no esperaba que vos…Ahora las dos están desconcertadas, y aun así, la excitación de la joven no decrece. Sangrás, vamos al baño. Van de la mano, y siente la electricidad de la argentina adentrarse en su cuerpo. Se sienta en el lavabo, con la minifalda, las piernas ligeramente abiertas, mientras Mariola rebusca en el botiquín. Perdoná, mi niña, perdoná, pero viniste así, de sorpresa, pero no es nada, es solo un cortecito, ¿no ves? Mariola se ha colocado entre las piernas. Se miran a los ojos. Ahora las dos están descentradas, el corazón les late a mil por hora. Mariola no sabe que le ocurre, pero siente unos irrefrenables deseos de besar a la señorita. No tiene tiempo, porque es ella quien lo hace. La sangre va de un labio a otro, dándole un especial sabor a los gemidos. La joven abraza con sus piernas la cadera de Mariola y se agarra a ella con fuerza. Sus pechos se fusionan y sus sexos se preparan, con humedad, para la batalla. Ven, le dice a Mariola. La porteña se deja llevar, incapaz de racionalizar lo que le está ocurriendo. La llevan a la gran habitación de sus padres. Túmbate en la cama. Ahora la adolescente universitaria pareciera la experta y la argentina que va camino de la treintena la novicia inexperta. De un cajón de una de las cómodas saca un vibrador de su madre y lo deja sobre la cama. Después se desnuda y se tumba sobre Mariola. Se besan, con lascivia, con la lengua como indiscutible maestra de ceremonias. La va desnudando entre las manos y la boca, hasta que ambos cuerpos fusionan sus pieles sudorosas. Se siguen besando, los pechos, el cuello, la cintura, hasta que la universitaria se coloca entre las piernas de Mariola, que tiene un acceso de timidez que se queda en eso, y comienza a comerle el coño. El sabor la embriaga, y el calor y los gemidos de Mariola, la transportan a lugares donde el pardillo jamás la había llevado. Después introduce el vibrador y sigue besándola. Mariola no puede contener su excitación, y gime en palabras ininteligibles. La señorita deja su lengua y se sitúa frente a ella, mientras el vibrador sigue haciendo su trabajo, vamos a corrernos juntas, le susurra al oído. Con una pericia increíble recoloca sus cuerpos para cruzar las piernas y que los sexos, fuera ya el vibrador, comiencen la danza definitiva. Mariola está descentrada, algo mareada incluso por la respiración. Pero ella no, ella se siente segura de la situación y comienza a moverse, frotando su coño contra el de Mariola. Se buscan las manos, las tetas, se agarran a la cama para poder darle más fuerza a sus pelvis. Hasta que el orgasmo, maravillosamente sincronizado, llega para ambas. Mariola se pone la almohada en la cara para ahogar los desesperados gemidos y la señorita los lanza sin remilgos al aire. Gemidos desesperados que las dejan a ambas derrotadas sobre la cama, todavía latientes y húmedos los coños. Madre mía, suspira Mariola llevándose la mano a la boca, hemos manchado la colcha de tu madre, Dios mío. Se levanta como una acróbata, buscando su ropa mientras la señorita se deja caer, exhausta y feliz, más feliz que nunca, sobre la mancha que acaban de dejar, oh Dios mío, sus coños en la colcha de la señora.


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