(Texto publicado por Los pasos que no doy -alias Fanny Herrera- el día 5.7.09. Datos personales: Mujer, Madrid. Además tiene otros blogs, compartidos algunos con blogueros conocidos -por mí, por este medio, además de por ella-, como es Las batallas del abuelo cebolleta, ya recomendado aquí hace... Para más información pasad por sus páginas, está más bonito: vídeos, fotos... Y LA HE CONOCIDO. Acudí -hace un mes- a un recital en la sala Bukowski y pude escuchar lo Bien que Decía sus poemas. PAQUITA) lospasosquenodoy.blogspot.com/
Lina Antunez era aún una mujer bella, a pesar de que ya había dejado atrás los cuarenta, y a pesar del país, del hambre y de sus miserias. Nunca fue una belleza excesiva de rasgos perfectos, la suya era más bien de las que salen de dentro, de las que saben a serenidad y complacencia con uno mismo. O tal vez era solo resignación. O tal vez solo era orgullo. Porque Lina tenía motivos para sentirse orgullosa. En la España de aquellos años ella, una mujer sola, había sabido labrarse un presente que le aseguraba un futuro más o menos estable. Eso se decía a sí misma, más o menos, que en aquel país nunca se sabía bien qué iba a pasar al día siguiente o quién iba a llamar a tu puerta, por muy buenas relaciones que una tuviera con el Régimen.
Y Lina las tenía, y eso que sus orígenes eran de los que podrían calificarse de peligrosos en una dictadura militar. Su padre, un conocido líder sindicalista de la provincia, y su madre, una maestra feminista y rebelde que abandonó el cortijo para irse con el amor de su vida (a Lina le encantaba contar esta historia a sus chicas, adornándola con detalles que hasta ella misma llegaba a creerse), habían sido asesinados en los principios de la guerra, en la famosa matanza de la plaza de toros de Badajoz. Leales a la República, campesinos ignorantes, obreros, sindicados y no, mujeres, niños, ancianos, todos toreados como simples animales en una orgia de sangre y horror. Si Lina pudo librarse fue porque su embarazo la tenía retenida en el pueblo de su padre, cerca de Huelva, donde su madre la había mandado en cuanto las cosas se pusieron feas. –Al pueblo no van a llegar los tiros- fue lo último que le oyó decir, pero sí llegaron, y cuando lo hicieron Lina supo lo que era perder para siempre la alegría de vivir. Su niño, su pequeño, dos años de salud a pesar de la pobreza, dos años de juegos y risas, mimos y besos, y risas, caricias y nanas, nanas y preocupaciones, y risas y sueños, su niño, su pequeño, aquel hijo del socialista burgués que cuando supo que estaba embarazada le salió la vena revolucionaria que nunca tuvo y se marchó al frente –para luchar por la Patria, proclamó-, su niño, su pequeño... Se lo mataron una noche de borrachera y celos el hijo del nuevo alcalde y sus amigos falangistas, -para que puedas lucirte por las calles sin la carga del niño, como la puta roja que eres-, se reían mientras disparaban, después de haberla violado y golpeado. Los mataron a todos, a la abuela, que no sabía ni leer ni escribir la pobre, al abuelo que nunca dejó de segar aquella tierra extremeña, yerma y seca, nunca suya, y a su niño, a su niño de dos años yaciendo en sangre, su niño…
Esa misma noche salió del pueblo sin más ropa que la puesta, huyendo a través de la dehesa, con su hijo muerto en brazos hasta que pudo enterrarlo bajo una encina, arañando la tierra con sus propias manos, durmiendo entre los cerdos, robándoles la comida, hasta que llegó al pueblo más cercano, sucia, rota, enferma y se lo encontró. Allí estaba. A toda máquina en un cochazo negro por mitad de la calle principal junto a lo más granado de la ciudad. El padre del hijo que aún sentía entre los brazos, ahora vacíos, vacíos para siempre, de viaje del socialismo a la Falange, y entonces Lina supo que la guerra estaba perdida para siempre.
Trabajó en lo que pudo, ¿quién sabe qué la agarraba a la vida?, cosió uniformes, sirvió bebidas en la cantina del cuartel mientras dejaba que le tocaran el culo los soldados y suboficiales ufanos de su victoria, hasta que una tarde entró un comandante alemán, respetado como se respetaba todo lo alemán en aquel ejército que se hacía llamar “nacional”, y se encaprichó de ella. Así de fácil. Nadie más volvió a tocarle el culo. Se acabó la cantina y el olor a uniforme y sudor. La llevó a Madrid, le puso un piso con varias habitaciones en mitad de la calle de San Bernardo y le insinuó que lo mejor que podía hacer era admitir señoritas en su casa, una especie de pensión, discreta y con buena reputación, donde se podían hacer buenos negocios sin que apenas nadie lo notara. Incluso podrían ir a medias, él tenía buenos contactos, ella energía e instinto de supervivencia. Y Lina decidió seguir su consejo. Estos alemanes son la mar de listos, se dijo, con razón son la primera potencia mundial. Al finalizar la guerra, el comandante volvió a su país, a su familia y a su gente, pero nunca olvidó que ambos tenían una buena amistad, y negocios comunes, hasta el día de su muerte en el sitio de Stalingrado unos años después, muerte que Lina lloró durante semanas. No le había amado pero era la única persona en la que había confiado durante aquellos años y sabía que echaría en falta sus cartas, tan divertidas, tan vitales, escritas en aquel español que había aprendido entre los soldados andaluces y extremeños y que a Lina le hacía tanta gracia.
-Yo creo que tu enferma está como una cabra, hijo, ¿qué quieres qué te diga?-, miró a Linden a los ojos mientras hablaba, taza de café en mano y olor a ropa limpia secándose en la cocina, -ese crimen tiene toda la pinta de ser más clásico que la reina de Inglaterra- Lina puso voz de radionovela, -joven pobre mata en un ataque de celos a la novia, elegante y rica, de su amante y luego se vuelvo loca porque no soporta perderle-. Sonrió con un brillo de maldad en los ojos -y ahora aparece el joven doctor dispuesto a salvarla de las garras de la justicia. Ya estoy viendo a Ana Mariscal en el papel principal, con esas caras de loca que pone desde luego es la ideal-.
Había conocido a Jaime Linden el día que el muchacho cumplía 18 años. Iba con otro amigo, algo mayor que él, recomendados por un tío de ambos, un rico empresario, o eso dijeron, a quien Lina apreciaba de veras y a quien debía algún que otro favor. -Un joven encantador-, pensó cuando le vió, discreto, elegante, maduro a pesar de su edad. Tonto no era, eligió a la chica más guapa de la casa y no salió de la habitación en toda la noche más que para ir al baño. El resultado fue que a Lina le costó semanas convencer a su pupila que no debía enamorarse de sus clientes, por muy amables que fueran con ella.
Pero, era innegable, el encanto de Jaime Linden era tal que hasta la propia Lina le había tomado cariño, no podía decirle que no cada vez que volvía, a veces solo para charlar con ellas en la cocina, el único lugar verdaderamente caliente de la casa, y contarles historias y cuentos infantiles que hasta era capaz de escenificar, como un titiritero de carromato y blusa de colores, o para llevarles regalos, algún paquete de café, leche en polvo, a veces hasta cajas de fruta que algún paciente agradecido le regalaba y que él hubiera desaprovechado, o eso decía. Jaime era el único que conocía la historia de su hijo, se la contó una noche de esas que llegó sin avisar, tan normales en él, y la encontró tirada en el suelo, borracha perdida, llorando abrazada a la botella de ginebra, solazándose en su propio vómito. Linden no preguntó nada, la bañó, la secó con cuidado, preparó café y la llevó a la cama. Lina pensó que si no tuviera el corazón seco se hubiera enamorado de él en aquel mismo instante. Después se lo contó todo. Luego se durmió como una niña bien arropada.
Jaime rió con ella y, por un momento, la risa quedó flotando en los rincones de la estancia, casi iluminándola a pesar de la lluvia que no cesaba de caer fuera. -Bien no está, eso está claro, pero ¿loca?, no lo creo. Simplemente no quiere hablar y cree que con eso basta para engañarme, -Lina, sabia en naturalezas humanas, hizo una mueca burlona ante la vanidad de "Doctor en Psiquiatría" que desplegaba siempre que podía Jaime-, pero hay cosas muy raras en este caso, Lina…, la autopsia, por ejemplo, no he conseguido en todo este año que me den una copia del informe de la misma, y eso a pesar de pertenecer al Cuerpo y tener muy buenos contactos entre los médicos, como ya podrás imaginar. Que Lupe Losada era una chica sana y buena, que dejemos a los muertos descansar en paz, solo eso he podido sacarles, -sin darse cuenta, Jaime había alzado la voz- pero me parece imposible que una mujer delgada y pequeña como Clara haya podido causar tales heridas en una mujer más alta y más fuerte sin que esta se defendiera, a no ser que estuviera tan drogada que no pudiera hacerlo… y si estaba tan drogada ¿por qué Clara no se limitó a matarla para luego largarse lo más rápidamente posible de allí?, ¿y quién le dio las drogas?, ¿no era Pepe Cruz médico?,- Linden suspiró rendido-, tampoco he podido conseguir la declaración del doctor Cruz, al parecer se da por bueno que no estaba en la ciudad la noche del crimen y ni siquiera se ha designado un policía para la investigación. Un hombre de su posición, ¡por dios!, -me dijo Soto cuando se los pedí-, tú limítate a cuidar a tu enferma para que sane lo antes posible y pague su crimen.
-Soto, ¿el comisario?-, Jaime asintió, -hace tiempo que no viene por aquí aunque antes era un asiduo, no puedo decir nada malo de él, siempre me pareció un buen hombre, de los que no paran hasta que no saben la verdad.
-Yo también soy de esa opinión, Lina, por eso me intriga todo este misterio, todas estas ocultaciones. Soto parecía estar presionado, deseando que esta historia pasara, que Clara desapareciera entre los legajos y papeles y nadie volviera a darle más la lata.
-No sé, cariño, -Lina, pensativa, daba vueltas en su cabeza a algo, -¿dices que te chocó la decoración de la casa, los cuadros de las paredes, el olor a incienso y lilas?, eso tiene toda la pinta de juegos prohibidos y peligrosos, hijo, y, te lo aseguro, no sería la primera vez que se les va la mano a la gente practicando esos juegos, yo en mi casa desde luego no los quiero, como mucho alguno que otro, y te podría dar algún nombre famoso, de los que les gusta chupar tacones o que les aten mientras se los tiran, porque si no no se ponen. Al revés, no lo permito. Aunque sí conozco casas donde obligan a las chicas a hacer de todo, pero claro, así están las pobres, malnutridas, con más cardenales que el palio de Franco, y hechas cisco a los veinte años. Encogió los hombros, un gesto de comprensión, -claro que si necesitas ciertas cosas has de visitar ciertos lugares-.
-¿Conoces burdeles que se dedican a esas prácticas?-, Linden fumaba con su parsimonia habitual, no estaba sorprendido pero le picaba la curiosidad, eso no podía negarlo, y se sentía a gusto allí, la pensión era su hogar más que su propia casa, desangelada y fría, más que nunca aquel invierno tan frío en Madrid.
-Bueno, si vas preguntando, y curioseando, alguien te hablará de Marlene, un piso de Fuencarral, donde hasta han visto un ministro, creo que paisano de la propia Marlene, que no se llama Marlene ni de coña, sino Paca, aunque a ella le encante parecer una diva, se haya inventado un pasado glamouroso y vaya por ahí como la Mae West de España, -Lina encendió un cigarro mientras hablaba,- pero lo cierto es que si salió del hoyo de Carabanchel fue por ser la alcahueta de todos los capos fascistas de Legazpi, que bien que sabía engatusar a las niñas del barrio para llevarlas a las fiestas de la zona alta, que la mitad ni volvían, ¿para qué iban a volver? y se quedaban por ahí, por las calles, por los portales, que a mí me lo contó precisamente una de esas chicas que quiso trabajar para mí y yo no quise porque estaba hasta arriba de grifa y opio, que conocía bien a la Paca porque se había criado con ella en el barrio. –Lina sintió la rabia crecer en su interior-, niñas que ni habían cumplido los 14, Jaime, pobres, huérfanas, las del hospicio, así se asciende en el escalafón y se consigue ser la madame del burdel más sórdido del todo Madrid.
Se acercó al doctor y le acarició la mejilla con ternura, -supongo que ya te he convencido para visitarlo-.
Gracias...
ResponderEliminarUn beso grande¡