Publicado por Jesús Urceloy en lunes 17 de mayo de 2010 urceloco.blogspot.com/
El otro día, revisando algunos cartapacios de la era de Cleón VII, el tirano más conocido de la galaxia M38p45, cuya capital curiosamente siempre estuvo en el minúsculo planeta Dorxis, encontré la siguiente historia. Y aunque me temo que pueda ser un plagio de otras miles –lo que me asegura que la literatura es pura repetición, aunque repetición entretenida- quiero aquí rescatarla:
El relato del robot grasiento
Una nave comercial de la Confederación de Antarés, que hacía la ruta Antarés – Gildeon IV, tuvo que detenerse en la estación de tránsito Apogea por un pequeño problema de sobrealimentación. Los circuitos vectoriales de magaespacio estaban al rojo vivo: nada que no pudiera arreglarse con unas horas de descanso con los motores a cero. Una vez que estacionaron la nave, sus dos tripulantes, el piloto y el maquinista, bajaron a la cantina de la estación a pasar el tiempo. Apogea es una estación de tipo 5, ni buena ni mala, sus carburantes geosólidos no son gran cosa y el servicio que dan sus androides raya con lo habitual.
Cuando llevaban unas horas descansando y se acercaba el momento de retomar la marcha, uno de los robots de protocolo, que hasta entonces había estado en silencio sobre un pequeño charco de grasa, se les acercó y les dijo:
- Mi nombre es Fix, soy un robot de protocolo de novena generación pluviana. Pertenezco a la nave Doffler, de Asínor, en la confluencia externa de Gildeon. El comandante de mi nave tuvo que dejarme aquí por problemas arancelarios con el anterior gestor de la estación. Prometió volver a buscarme cuando la dirección cambiase. De eso hace ya nueve años y no ha vuelto. Sé que mis funciones están obsoletas y que necesito una buena revisión, pero me gustaría regresar junto a los míos. Mi carga de litio enriquecido se está acabando y no sé si veré otra generación. Según les he oído hablar sé que pasan cerca de mi planeta. No les pido que me acerquen a la superficie, sin embargo, ¿podrían dejarme en su exterior? Desde allí puedo enviar un mensaje para que alguien me recoja.
El maquinista, que era hombre de gran corazón, sin pensárselo dos veces contestó que no habría ningún problema. Efectivamente, dijo, su ruta pasaba cerca y además el proceso de proximidad, frenado y retropropulsión, del que hacía meses no hacia un test exhaustivo, le serviría a las mil maravillas a la hora de, en un futuro, pasar las pruebas de puesta a punto de la nave. Sin embargo, el piloto era de otra opinión.
- No te das cuenta – le dijo al maquinista- que estos robots siempre van perdiendo grasa. Aún peor, con que sólo rozasen una de las paredes de nuestra nave, las emisiones ultravioleta de sus cerebros microgénicos podrían alterar nuestro mecanismo de proyección bilateral. Es más, nuestras relaciones comerciales con Asínor están en su peor momento. Desde que sufrieron aquel macromaremoto de fuerza seis su economía ha caído en picado y no tienen un mal tornillo con que pagar siquiera un envío de piroxita. No hacemos ningún negocio con ello. Incluso si se enteran en la Confederación seremos el hazmerreír de toda la galaxia.
El maquinista le dijo que tenía razón, pero que en el fondo no les costaba nada acercar al olvidado robot a su casa.
- Además –dijo el maquinista- si le encerramos en el hangar de la basura a gravedad cero y luego lo soltamos con una eyección simple no tiene porqué tocar ninguna pared, y la grasa que suelte permanecerá siempre a su lado.
A regañadientes el piloto aceptó. Una vez llegados a las cercanías de Asínor, el maquinista comprobó los diversos mecanismos con un resultado más que satisfactorio, abrió el hangar de la basura y eyectó con toda limpieza al viejo robot al espacio. Durante unos segundos escucharon en la radio de corto alcance una pequeña sinfonía de ruidos y ondas bien temperadas con que el robot les mostró su agradecimiento. Después se hizo el silencio y siguieron su viaje hasta Gildeon IV, donde arribaron varios días después, sin ningún percance que reseñar en el cuaderno de bitácora.
Sin embargo el piloto no había dejado en ningún momento del viaje de amonestar al maquinista por su actitud. Y nada más tomar tierra en el espaciopuerto, sin esperar siquiera a la firma de entrega de material, salió corriendo hacia el salón de convenciones, donde sabía que su jefe comercial los esperaba, para contarle con todo lujo de detalles la historia del robot y el maquinista.
El jefe comercial, que era persona de pocas palabras y de una experiencia famosa en varios miles de parsecs a la redonda esperó pacientemente a la llegada del maquinista.
- A partir de hoy –les dijo- trabajaréis por separado. El maquinista podrá elegir siempre el vuelo y la nave que desee, y tú, piloto, sólo los viajes que yo te asignaré.
- ¿Porqué? – dijo el piloto, sabiendo que aquella decisión ponía un borrón en su hoja de servicios.
- Porque el maquinista, aunque en principio no sacó para nosotros beneficio alguno, cumplió su palabra y dejó al robot en Asínor. Tú, sin embargo, aún lo llevas encima, con toda su grasa cayendo sobre ti.
Caminante dijo... 28 de julio de 2010 12:43
Te lo copio. También. La escenificásteis en la Carlos III, de Getafe, en la lectura poética de Ficción, con ocasión del día del Libro (to´esto pol´si ta´vias olvidao) Abrazuelos: PAQUITA
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