(Publicado el 3 de febrero de 2010 en Fuego amigo, Blog de Manolo SacoTags: Esperanza Aguirre - Pedro Castro. PAQUITA) blogs.publico.es/manolosaco
Existe una moral pública y otra privada. Y pueden convivir en la misma persona aunque ambas apunten en sentidos opuestos. Sólo hay que tener un cuidado extremo en no utilizar la privada en la pública, y viceversa, porque fuera de contexto no funcionan. Es como esa incongruencia teológica que explica cómo el amigo invisible puede ser infinitamente bueno y a la vez condenarte a la tortura eterna de las llamas del infierno.
Puedes ser un asesino en la intimidad, como Pinochet o Franco, y reclamar piadosamente la comunión de manos del mismísimo Papa en público. Lo importante es el contexto: no puedes andar salpicando de sangre la sotana blanca del Papa cuando te está administrando la hostia. Ese no es el momento ni el lugar adecuado.
Cuando Pedro Castro, el alcalde de Getafe, se preguntaba a voz en cuello por qué hay tanto “tonto de los cojones que vota a la derecha”, estaba haciendo pública una pregunta que sólo es correcta en la más estricta intimidad. Como el catalán de Aznar, que públicamente sonaría a suajili pero que en la intimidad de la cama debe de parecer una página del kamasutra.
Los paladines de la moral pública le recriminaron en su día a Pedro Castro esa forma tabernaria de hablar. La primera que se apuntó fue Esperanza Aguirre, que le exigió su dimisión como alcalde y como presidente de la FEMP. Pero, pasados los años, cuando la lideresa madrileña llama hijoputa a quien todos sabemos, excepto el interesado, todo el partido la disculpa por tratarse de un comentario destinado a la órbita de la intimidad. “Las pequeñas cosas de la vida”, apostillaba Mariano.
La lección práctica que se extrae de todo ello es que puedes ser un asesino, un prevaricador, un golfo o un ladrón, siempre que no se sepa. Porque el verdadero pecado no es el pecado, sino el escándalo público.
No solo es que no se sepa, también sirve el "saber" quir¡tare hierro al asunto, por ejemplo, seguro que Esperanza, Aznar y otros que se les llena la boca o se les levanta el dedo, están seguros de que lo que ellos hacen es simplemente una gracieta, que los poco inteligentes rojos no saben apreciar.
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