(Publicados en 19 enero, 2010 -y después- por Feroz. PAQUITA) lagrimasen.blogspot.com/
El zapatero y la de administración. (I)
Erase que se era en un antiguo feudo, un hacendoso zapatero por sobrevivir a los cuarenta. Vivía en la trastienda del taller, en una bonita casa junto a su mujer, a la que quería con locura desde los tiempos que se conocieron en la facultad de zapatería.
El hacendoso matrimonio fabricaba calzado muy hermoso, y tanto era así, que después de mucho trabajo y muchos años de dedicación, vendían zapato de caballero y señora a todos los bazares del reino.
El gustaba de las cosas sencillas de la vida, los amigos, leer un buen libro y volver a casa de la zapatería a cenar después de estar en pié desde las tantas. Ella llevaba las cuentas de la tienda, y le ayudaba con amor incondicional desde que decidieron hacerse autónomos. Las cosas iban bien aún en aquellos tiempos tan difíciles, y veían juntos con orgullo cómo el esfuerzo recompensaba tantos años de trabajo con algún domingo en los torneos de caballeros, o quitando hojas a la hipoteca.
Cuando por fin pudieron liberarse de un poco de trabajo estableciendo un departamento de gestión y pedidos, ella se volvía a casa a mediodía a cambio de pagar alguna nómina a las de administración. El zapatero seguía empeñado en atender la tienda cara al público, porque, aunque ya tenía dos chicos que despachaban, decía que como conocía él su negocio no lo conocía nadie.
El zapatero, admirado por todos, entraba y salía del almacén, del almacén a la fábrica, de la fábrica a la tienda, y de la tienda a visitar a clientes y proveedores.
Fue en administración donde conoció a una joven secretaria, recién salida de un cursito de gestión de empresas del Inem, que quedó fascinada por la experiencia, el don de gentes del zapatero, su carisma y personalidad. El jugaba su papel de maestro y jefe, y a veces de padre cariñoso, a veces de amigo sabio al que contar sus cosas, que al principio sonaban a chismes de adolescente y que él sabía interpretar y comprender como hombre que aún no había dejado atrás su juventud...
El zapatero y la de administración. (II)
Lo que más le gustó al principio fue lo sorprendente de encontrar un hombre inteligente y hermoso debajo de aquella fachada de vulgaridad y rutinarias costumbres. A él, la frescura y la oportunidad de verse otra vez en brazos de una esperanza que creía en el olvido.
Ella le amó, sin el freno que da la edad, y el, sin el que da el juramento que una vez hizo a su zapatera.
Y el fue feliz otra vez, sin pensar en la confusión que creía amor reencontrado, sin acordarse ni un minuto de lo que significaba para él el amor verdadero que tantos años le llevó forjar junto a su esposa, argumentando que, aquello que sentía, "no podía ser más que algo bueno".
Y ella soltó sus riendas, y aprendió junto a el qué era el amor, el de verdad, del que sólo te puede dar un hombre más sabio, más experto y más audaz por el simple hecho de dártelo.
La vida se derramó dulce por un momento. Todo era vértigo, mirada cómplice y ardor por encontrar el momento de amarse a escondidas.
Y en un instante se abrió como si fuera en primavera, y en un instante se cerró como si la realidad de los sentimientos del zapatero le empujara a abrazar otra vez a su mujer.
Porque vió que no era miedo al cambio. Porque recordó quién le llevaba de la mano, desde que era apenas un niño, igual que la niña que ahora se había enamorado de el ciegamente. Porque el amor adolescente duele, y porque el amor maduro templa y recoge...
20 enero, 2010. El zapatero y la de administración. (y III)
No hay moraleja. Todos salen heridos, ¿qué te esperabas?...
La irresponsabilidad y la inmadurez del zapatero cayeron como una bola de nieve por un barranco arrastrando todo lo que significaba su propia vida. Lo que creía que era amor reencontrado se convirtió en autodestrucción.
Su mujer, con el tiempo, aprendió a vivir en la realidad de ver a su marido como a un simple mortal. Y le vio capaz desde aquel acontecimiento de hacer cosas tan infames como la misma deslealtad, pero también tan sublimes como la de luchar por recuperar aquello que el mismo maltrató y que ya nunca iba a ser igual. Eso fue lo que ella decidió salvar.
El zapatero, al final, comprendió lo atroz de caer de bruces al suelo desde un pedestal hinchado por la vanidad y la arrogancia, empujado por una frase tan demoledora como indiscutible: “Eres igual que todos los demás”, y se resignó a saber que era el culpable de mancillar la juventud de una mujer que le quiso con amor verdadero.
La de administración, con el tiempo, supo enterrarlo todo con rescoldos de desconfianza.
Y todo volvió a empezar...
Érase que se era un amor maduro...
Caminante dijo... 8/2/10
Tras las felicitaciones... llego yo y... ¡te lo copio! y si no tienes inconveniente ¡me lo pego! para republica-rlo en mi blog en un tiempo no lejano -no en exceso... más allá de 3 mese?-.
Como ya te dicen, la historia de puro verosimil parece no tener otra salida, esta fue la lógica dadas las volteretas hormonales que tenemos que soportar en ocasiones.
¿Qué crudo lo pinta el gato?... meter en el mayor nº de agujeros posibles... y las mujeres ¿qué queremos? digo yo que... creernos que nos quieren y que, además, nos follen bien -mientras se sigue hormonando/practicando-
¡A qué me meto yo en estos menesteres que me superan! Besos y gracias: PAQUITA
No creo en zapateros....remendones ¡¡¡
ResponderEliminareh! Salgo donde mi prima Paqui!
ResponderEliminar¡otra vez!
cómo me gusta salir aquí. Se está agustito. Gracias, muchas. Muchísimas.
¿qué piensas cuando ves que alguien desconocido lee lo que escribes?
A mi me da un poco de vergüenza, pero me anima a escribir más. Además, si alguien desconocido opina que no le gusta lo que ha leído, casi que me lo tomo más en serio que a alguien conocido que sí. Me encantaría saber escribir bien... Poco a poco.
"¿qué piensas cuando ves que alguien desconocido lee lo que escribes?"
ResponderEliminarPues -a Feroz y cualquier otr@-... esa es una labor anterior a la publicación, puesto que todos los que utilizamos este medio de expresión lo hacemos porque queremos exhibir públicamente nuestras reflexiones, divagaciones, creaciones, construcciones varias.
Para que gusten, para que ¿ayuden? a alguien si pasa por aquí en el momento oportuno, para colaborar con su memoria utilizando la mía, para aprender, para crecer, para aunar, para divulgar, para... todo en sentido de suma, positivo, que para restar y dividir... ¡nos sobran tantos!
Besos y, me parece que fue Quevedo el que dijo -habrá muchos más en sentido parecido- que de nada sirve lo que sabes si no lo compartes ¿sería eso?
PAQUITA