Escrito por Toni Sagrel que lo publicó en 30 Mar 2011 blogs.ideal.es/la-rosa-del-desierto/
Paseando por la plaza de Bib-Rambla, entre tilos, olmos, palomas y estorninos (y con la esbelta Torre que los preside) me encontré con mi querido amigo Alfonso. Amigo de ahora, amigo de antes, amigo de siempre. Lo hallé pálido, delgado, más o menos escuálido y demacrado, aunque también dubitativo, un poco vigoroso y por supuesto, sonriente. Le pregunté por cómo se encontraba y qué era de su vida, y él me confió:
"Por unos cuantos días he asistido en primera persona a un hospital. Por lo visto nada grave, pues de lo contrario no estaría aquí para contártelo. En los momentos inciertos de espera he reflexionado bastante sobre mi escasa experiencia como usuario de hospitales, en donde afloran numerosas batas de colores: verdes, azules, blancas (y no es precisamente por la primavera). El nosocomio (hospital, en lengua española antigua, me dijo) es ese lugar al que normalmente nos dirigimos para ver a nuestros amigos y familiares enfermos, pero es también el nido en el que la cigüeña aterriza con un bebé que nos da la luz; y al contrario, ese lugar donde el barquero Caronte se lleva las almas para navegar a través de la laguna Estigia, tal y como creían los antiguos griegos.
Pero asistir al hospital en busca de asistencia y curación, y por una enfermedad -en apariencia más o menos grave- es un ejemplo desconcertante para un neófito como yo. Cuando ya te has leído todos los periódicos, aciertas a creer que las noticias están como repetidas. Consuela bastante a los enfermos sabernos muy lejos de Japón. También de Libia, aunque menos lejana. Pasan, entran y salen constantemente de la habitación, esas sombras blancas con taconeo de zuecos no tan blancos, casi siempre, con una bandeja llena de termómetros y sonrisas :). Pero también, con algunos mohínes displicentes. Pocos, afortunadamente. Y si te encuentras en estado de sedación y en ese lugar tan atípico e inconcreto llamado de "observación", podrás "observar" como las luces se confunden con las personas que por allí pululan. Es como si, las luciérnagas iluminaran la entrada en el paraíso de la tranquilidad. No sé. Todo se convierte en algo tan fugaz.
Contrariamente a la frialdad de ciertos funcionarios de ordenador (estreñidos por no desayunar con all-bram), y quienes dan por supuesto que todos los usuarios han de conocer el extraño mundo de las máquinas (habrá que ver el día en que un pc sea capaz de sentir, de sufrir o incluso parir), los sanitarios de toda graduación y color (me refiero a las vestimentas) se convierten por lo general en seres didácticos, serviciales, y a veces, afectuosos. En granaíno: mu apañaos.
No obstante, el nosocomio tiene una pequeña y atemorizada crueldad, inevitable si hay que conocer el interior de nuestro cuerpo. Un pinchazo para sacar sangre provoca a más de un paciente una comprensible aprensión a la aguja. El roce gélido de las pantallas de rayos X nos asemeja a las ovejas a punto de matadero. La circulación (nunca sobrepasa los 110) a bordo de las camillas nos quita el escaso pudor que aún nos queda. Y es que, no es fácil tener que taparse hasta del aire que se introduce por entre las miradas (propias y ajenas) y hacia nuestra anatomía, tan pobre, tan desguarnecida. Y es que, literalmente, te encuentras siempre con el culo al aire.
A veces, al cabo de unos días, alguna enfermera o algún médico se apiadará de nuestro nerviosismo y nos dejará caminar hasta el pasillo de enfrente, ahí donde dicen que el alma es como una nube de esperanza. Será por las vistas y esas ventanas tan esplendorosas. En el vestíbulo se suelen arremolinar familiares de todo tipo y condición que esperan noticias de los ingresados en la UCI. Por la noche suelen ser muchos, porque las familias de gitanos se ven en la obligación de estar todos ahí para dar consuelo al enfermo a través de las paredes. De vez en cuando se asoman ruidos y bastones, no pudiendo precisarte si es por la presencia del patriarca o la irrupción del consiguiente Dr. House.
Las horas aquí se cuentan siempre hacia atrás. La gente recuerda lo que ha vivido y analiza, si ha merecido la pena. Mirar hacia adelante es una actividad desconocida, porque el cuerpo humano suele ser una caja de sorpresas. Hay pacientes nonagenarios que no quieren ver que aquellas van a ser probablemente las últimas paredes de su vida. Otros que, consideran que su estancia allá es un simple error de diagnóstico y que, tal vez, un médico de cabecera les hubiese ofrecido una alternativa algo más "saludable".
Y cuando vuelves a salir, es como si volvieras a nacer. O a respirar; y es que los asmáticos sabemos cuánto cuesta el kilo de aire. O eso es lo que dicen. Ahora bien, volver a nacer significa pisar -nuevamente- sobre lugares ya conocidos, pero como si fuésemos unos meros extraños, y de nueva creación. Porque ya sea de día o de noche, las luciérnagas seguirán ahí, brillando -en el campo o en la ciudad-, y continuarán aleteando, ofreciendo, la luz de la tranquilidad."
PAQUITA dijo 03 Abril 2011, 11:17
Pasar por un hospital te da perspectiva ¡si es que llegas a estar consciente!
Pasar, en primera persona.
A los allegados también les sirve algo, pero no con la fuerza que lo siente el paciente, sea inglés o castellano.
Como tozudos que somos los humanos, casi siempre necesitamos de varios viajes a ese universo que son los hospitales, en donde te ves desarropado, en donde te acabas desarropando porque descubres, o crees ver, la futilidad de tantas y tantas cosas, actitudes, comportamientos, personas.
Si sobrevives a la experiencia "religiosa", puesto que es un reencuentro contigo mismo, puede que lo aprendido, o atisbado, te deje finalmente marcado de por vida.
Y, por fin, hayas aprendido esa lección de vida, fundamental, que es saber valorar las cuestiones que se te presenten, sin dramatizarlas, sólo solventarlas, intentarlo, o aparcarlas por insolubles.
Un abrazo desde este domingo nubladogetafense. PAQUITA
Gracias Paquita, muchas gracias, por publicar, republicar, esta entrada.
ResponderEliminarTodo merece la pena, aunque no seamos conscientes de ello. Incluso la vida merece la pena. Si bien, la pena es no saber qué es la vida, después de los aconteceres que nos alumbran (o deslumbran) en la vida.
Un abrazo.