Rafael Narbona, pág. de FB, 7 Octubre 2012...
Después de la guerra civil, mi padre trabajó como maestro en un colegio de Cuatro Caminos. Gracias a mi abuela Esperanza, logró una plaza en una escuela que fingió desconocer su pasado como combatiente en el bando republicano. Sus alumnos eran niños con los ojos acrecentados por el hambre y con una delgadez inverosímil, apenas disimulada por unos harapos llenos de piojos. Mi padre comprendió en seguida que lo esencial no era enseñar gramática, geografía o matemáticas, sino mitigar el dolor de unos niños maltratados por la historia. Cuando interrogo a mi madre, pidiéndole detalles sobre el trabajo de mi padre como docente en una escuela franquista, siempre repite la misma palabra: “Miseria”. Era la época de las alpargatas, el tranvía, los barrios de chabolas, la mendicidad en las esquinas, los programas radiofónicos de variedades, la tuberculosis, las vedetes, la Cabalgata fin de semana y el Carrusel deportivo. Era el tiempo de los sótanos de la DGS y los discursos afónicos de un Caudillo que atribuía a España “vocación de imperio”, pese a su decadencia política. Eran los años de Celia Gámez, Alfredo Mayo, Imperio Argentina, Juanita Reina y Bobby Deglané. Era un tiempo de mitos que apenas lograban enmascarar el infortunio de una sociedad intimidada, abatida, amordazada, desesperanzada.
Muy cierto
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