COPIADO de la pág de fb de Enrique Gracia Trinidad el 29/8/2015
Son esos días en que tras el repaso de los periódicos, tienes la sospecha de que no hemos cambiado nada en miles de años, que sigue apareciendo el cavernícola que la humanidad lleva en el forro de la conciencia. Esos días en que las matanzas tribales y las domésticas se amontonan en las noticias. Esos en los que los sinvergüenzas y la corrupción campan por sus respetos, sin freno, con el descaro acumulado durante siglos. Esos mismos días en que los periódicos barren para casa, manipulan, tergiversan y nos muestran la misma realidad pero desfigurada, no desde puntos de vista diferentes sino desde ideologías opuestas —ya se sabe que cuando las ideologías entran por la puerta, las ideas saltan por la ventana—.
Estoy hablando de esos días en que la realidad te asalta como una fiera
hambrienta sin tener la más mínima consideración por tu propia hambre
que es tanta como la suya. Y no sólo es la realidad amplia, universal,
aparentemente ajena, sino la otra, la más íntima, la de tu ámbito
privado. Esa que te pone delante tu propia inconsecuencia, la que te
demuestra que hagas lo que hagas y presumas de lo que presumas, todo
será inútil pasado un tiempo y que nada perdura, que cualquier grandeza o
menudencia terminará como el Ozymandías de Shelley, en decadentes
ruinas cuando no en polvo.
El abatimiento y la depresión no están en mis agendas, pero esos días son de una amargura considerable. Las razas humanas, tan arbitrarias taxonómicamente, seguirán tirándose los trastos a la cabeza, y hasta los cuchillos o los misiles; y lo mismo harán las religiones fundamentalistas y las ideologías políticas y hasta los miembros de una misma familia con ocasión de una boda o una herencia. Las fronteras seguirán dividiendo a esta especie depredadora que es un cáncer para el planeta. Los nacionalismos de baratillo seguirán insistiendo en abrir brechas y establecer diferencias absurdas. La ambición de grandes y pequeños seguirá trepando por encima de las costillas de cualquiera que esté más abajo. La abundancia de unos cuantos continuará apoyada en la indigencia de la mayoría. La xenofobia, la homofobia, la misoginia, la androfobia, el maltrato y hasta la simple mala educación seguirán siendo moneda corriente en gran parte de las sociedades del mundo.
Y lo que es peor, la indiferencia, la dejadez y la ignorancia de los mejores, seguirán facilitando la maldad de los peores.
De la prepotencia, la vulgaridad, y la estupidez en el arte, la ciencia y la cultura en general, es decir de todo lo que me toca más de cerca, ya ni comento porque se me cae la cara de vergüenza.
Insisto en que lo mío no es pesimismo, es que hoy debiera haberme quedado en la cama y no ponerme al teclado del ordenador, porque el sentido común se me ha puesto borde.
El abatimiento y la depresión no están en mis agendas, pero esos días son de una amargura considerable. Las razas humanas, tan arbitrarias taxonómicamente, seguirán tirándose los trastos a la cabeza, y hasta los cuchillos o los misiles; y lo mismo harán las religiones fundamentalistas y las ideologías políticas y hasta los miembros de una misma familia con ocasión de una boda o una herencia. Las fronteras seguirán dividiendo a esta especie depredadora que es un cáncer para el planeta. Los nacionalismos de baratillo seguirán insistiendo en abrir brechas y establecer diferencias absurdas. La ambición de grandes y pequeños seguirá trepando por encima de las costillas de cualquiera que esté más abajo. La abundancia de unos cuantos continuará apoyada en la indigencia de la mayoría. La xenofobia, la homofobia, la misoginia, la androfobia, el maltrato y hasta la simple mala educación seguirán siendo moneda corriente en gran parte de las sociedades del mundo.
Y lo que es peor, la indiferencia, la dejadez y la ignorancia de los mejores, seguirán facilitando la maldad de los peores.
De la prepotencia, la vulgaridad, y la estupidez en el arte, la ciencia y la cultura en general, es decir de todo lo que me toca más de cerca, ya ni comento porque se me cae la cara de vergüenza.
Insisto en que lo mío no es pesimismo, es que hoy debiera haberme quedado en la cama y no ponerme al teclado del ordenador, porque el sentido común se me ha puesto borde.
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