22/10/2015 Mateo Santamarta "Soy nacionalista de un país ideal, que brotó con la República, que iba muy en serio y que por eso hubo que dar un golpe de Estado para hundirlo. Yo nací en el barrio de Triana, en Sevilla, tengo ascendencia catalana y vasca y mi mujer era de origen catalán. Tengo en mi biblioteca no menos de 500 libros sobre Historia de España. Sé muy bien el país al que desearía pertenecer." http://www.diariosur.es/sociedad/201510/05/emilio-lledo-gota-infelicidad-20151005132722.html
-¿Usted
ha odiado alguna vez a alguien? Emilio Lledó (Sevilla, 1927), uno de
los mayores humanistas españoles en el último siglo, que recogerá el
premio Princesa de Asturias en unas semanas, fija su mirada serena y
azul en un punto de la biblioteca de su salón –una de ellas, porque las
hay en cada habitación y casi en cada pared de su casa– y repite la
pregunta como si hablara para sí mismo.
– ¿Odio?No, odio no. Sería más exacto hablar de desprecio. Un
sentimiento de rechazo cuando veo una injusticia, pero siempre se
refiere a algo que sucede con otros, porque personalmente nunca me he
sentido agredido.
Lo
dice después de haber reiterado a lo largo de una conversación de
varias horas que ha sido feliz. Feliz, a pesar de que durante la guerra
presenció tanta violencia que cubrió el cupo de toda una vida;feliz,
aunque confiesa que pasó hambre de la de verdad, no una metáfora para
enriquecer el relato de sus recuerdos, durante los años cuarenta;feliz,
incluso frente al dolor de haber visto morir a su mujer muy joven, un
recuerdo –no hace falta que lo diga, se nota en la conversación– que es
aún una herida sin cerrar 46 años después;feliz, en definitiva, viviendo
en un país tan alejado de aquel en el que le gustaría vivir. Porque la
de Emilio Lledó es una voz que clama en el desierto. La de una persona
sabia e indignada que rechaza de plano ese dicho conformista de que
«cada país tiene los gobernantes que se merece». «Eso es una falsedad,
una frase propia de señoritos satisfechos», asegura, tajante. «Lo dicen
quienes están en el poder. Este país se merece otros gobernantes.
Vivimos con siete u ocho frases hechas que pervierten la vida
intelectual».
– Soy nacionalista de un país ideal, que brotó con la República, que
iba muy en serio y que por eso hubo que dar un golpe de Estado para
hundirlo. Yo nací en el barrio de Triana, en Sevilla, tengo ascendencia
catalana y vasca y mi mujer era de origen catalán. Tengo en mi
biblioteca no menos de 500 libros sobre Historia de España. Sé muy bien
el país al que desearía pertenecer.
– Empecemos por sus años jóvenes. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia sevillana?
– Apenas nada, porque nos marchamos de allí cuando tenía cinco años.
Mi padre era militar republicano y lo destinaron primero a La Coruña y
luego a Vicálvaro (Madrid). Él tenía una gran afición cultural y cuando
estábamos en La Coruña me regaló un caballete para que pudiera pintar
junto a la ventana de la casita donde vivíamos, que daba al puerto.
Recuerdo de entonces los primeros baños en el mar.
– Pasó la guerra en Madrid, que sufrió un asedio interminable.
– Tengo recuerdos feroces de aquellos años, pero en cambio creo que
fui feliz. Tuve maestros excelentes, que me inculcaron la pasión por la
lectura y el conocimiento. Pero vi muchísima violencia y por eso la
odio. No me gustan las películas que se recrean en ella porque ya he
olido la pólvora y la sangre, y he presenciado mucha crueldad. Lo de
Madrid fue una lucha continua contra el fascismo. Por eso, cuando
algunos hablan de Madrid en tono despectivo, como el punto donde se
concentran todos los males, me molesta.
– ¿Y la postguerra? Para muchos fue peor incluso que la guerra.
– Yo también pienso que lo fue. De 1940 a 1949, en Madrid se pasó
mucha hambre. En mi casa fue así. Fueron años de miseria. No sé si lo
creerá, pero cuando hice la mili yo pesaba poco más de 50 kilos. Era un
estudiante de Filosofía muy flaco, pero manejaba muy bien el ‘mauser’
porque era hijo de un militar, aunque me cuidé mucho de contarlo.
– ¿Cómo fue su paso por la Universidad?
– Tengo recuerdos muy buenos de mis compañeros, aunque la tristeza de
la ciudad era terrible. En cuanto a los profesores, hubo alguno
maravilloso, pero en general no lo eran. Luego llegó un estupendo grupo
de profesores de Filología Clásica, una cosa que no se podía esperar
siquiera, pero como le digo fueron la excepción. Eso sí, teníamos la
esperanza, incluso el entusiasmo, de pensar que aquello acabaría, que no
podía durar una situación así.
–
Al acabar la carrera, con un dinero que había ganado dando clases, se
fue a Heidelberg sin apenas hablar el alemán. También aquel país acababa
de salir de una guerra y el silencio cubría las responsabilidades
colectivas por lo sucedido. ¿Qué impresión le causó?
– Había grandes diferencias. Allí se notaba una tristeza, un
reconocimiento de que algo habían hecho mal. Nunca vi esa altivez de la
que tanto se acusa a los alemanes. Y en las clases nos encontrábamos con
alumnos mayores que iban retrasados porque también a ellos les habían
robado años de su vida, al enviarlos a la cárcel o a campos de
concentración.A la izquierda, Emilio Lledó se abraza a un árbol en el parque del Retiro. Junto a estas líneas, meditando una respuesta, en un momento de la entrevista. / José Luis Nocito
– Eso era lo malo. ¿Y lo bueno?
–
¿Vivió esa caída del Muro con la conciencia de que estaba asistiendo a
uno de esos momentos destinados a entrar en los libros de Historia?
– Estaba claro que era uno de esos momentos fundamentales en la
Historia de Europa. La unión de las dos Alemanias era útil y hermosa y
ya vemos qué fecunda ha sido. Antes de la reunificación llamaba la
atención la pobreza y el ascetismo del Berlín oriental frente al lujo
aparente del occidental. Vi algo parecido en Leipzig:una ciudad limpia
del caos que dejan siempre las peores manifestaciones del capitalismo.
De Alemania a España
Vivió en Alemania en tres épocas distintas:primero en Heidelberg,
adonde fue a doctorarse para regresar una breve temporada a España,
casarse y volver a aquella ciudad. Luego, ejerció la cátedra de
instituto en Valladolid y después estuvo en la Universidad de La Laguna,
Barcelona y en la UNED, para iniciar una tercera etapa en Berlín a
finales de los ochenta. De esa última estancia recuerda su amistad con
Luigi Nono, con quien coincidió en el Instituto de Estudios Avanzados.
Fue el compositor italiano quien le introdujo en la ópera, un ámbito de
la música que no había frecuentado. «Lo del Liceo –dice con ironía– era
cosa de los Pujoles de turno. Mi mujer y yo ni nos planteábamos ir en
aquellos años de nuestra estancia en Barcelona». Y eso que a ambos, como
luego a sus hijos, les gustaba mucho la música. Dan fe de ello los dos
pianos que tiene en su casa de Madrid –uno de ellos, un Steinway de
pared– y una importante colección de discos que pugna por hacerse un
espacio entre los 10.000 libros de su biblioteca.
–
Estaban en Heidelberg, viviendo felices casi como si fueran estudiantes,
participando de una intensa actividad cultural, y deciden regresar a
aquella España gris de comienzos de los sesenta. ¿Por qué?
– Cambiar Heildelberg por Valladolid fue muy duro, y espero que mis
amigos de esa ciudad lo entiendan. Pero queríamos trabajar en nuestro
país y se dio la circunstancia de que mi mujer sacó una plaza allí y
también hubo una vacante en un instituto y yo pude solicitarla porque
antes había renunciado a una plaza en Calatayud. Así que era una
tentación, y nunca me he arrepentido de volver. Allí nos hicimos amigos
de Delibes, Valdeón y otros.
– Tuvo que despedirse de aquellos obreros andaluces a los que daba clase de alemán en Heidelberg...
– Sí. Me reunía con ellos en un café y explicaba gramática del alemán
a quienes nadie había enseñado la del castellano. Fue mi mejor
experiencia docente. Por eso no acepto el tópico de la pereza andaluza
que alguna vez he escuchado de boca de algún político catalán. Eso es
odioso. Este país tiene que liberarse de tópicos de una vez por todas.– También se despidió de Valladolid y luego de La Laguna y Barcelona. Hubo alumnos que firmaron una carta pidiendo que no se fuera. ¿Cómo se sintió?
– Imagínese, me emocionó. Salió la noticia de que iba a marcharme y algunos estudiantes escribieron una carta diciendo que no podía dejarlos de esa manera, que querían seguir siendo mis alumnos. La firmaron varios cientos, y renuncié a la cátedra de Madrid, aunque luego en 1978 terminé por venir a otra plaza. Aún mantengo el contacto con algunos de esos alumnos.
–
En sus libros habla muchas veces de la amistad. Pero la amistad está
detrás de la tupida red de corrupción que se extiende por el país. Se
han dado negocios a los amigos, lo son quienes financiaban a los
partidos y quienes se enriquecían a cuenta del erario público. Una bella
palabra, amistad, en la base de la corrupción.
– Eso no es amistad. Yo uso el término ‘amigante’, que tiene que ver
con ‘mangante’. La corrupción es una de las cosas más vergonzosas que
han pasado en este país. La corrupción de las mentes, del cerebro. Esto
ha sido también puro ‘gentucismo’. Frente al concepto de ‘género humano’
habría que inventar el de ‘desgénero humano’ para calificar a algunos.
La amistad nada tiene que ver con eso. Los ‘amigantes’ son una forma de
degeneración.
– ¿La más grave?
– Lo grave es que haya ignorantes con poder que organicen nuestras
vidas; que existan fanáticos con poder;los corruptos poderosos. Eso es
grave. Eso solo se corrige con educación, porque, si no, a la larga los
corruptos hunden el país.
La amistad y el futuro
Habla el profesor Lledó de la amistad y el amor mientras recorre su
casa mostrando en cada rincón fotos de sus nietos, dibujos hechos por
algunos de ellos, retratos de su esposa de niña y en los años felices de
Heidelberg, entre discos de Gleen Gould y Maria Joao Pires, sus
pianistas favoritos. Ylibros, muchos. Libros hasta en la cocina. «Son mi
vida. Los veo y me descubro en ellos. Recuerdo dónde los compré. Me
hablan. Kant anda enfadado estos días porque hace mucho que no releo la
‘Crítica de la razón pura’», explica con una sonrisa.
– ¿Nos hace más felices el amor o la amistad?
– Son la misma cosa. Es la evolución del mismo sentimiento. Somos comunicación y ambas cosas lo son.
–
¿Se puede ser feliz mientras el mundo se derrumba a nuestros pies o por
el contrario estamos más obligados que nunca a intentar serlo?
– Por supuesto, cuando abro el periódico me llega un golpe de
infelicidad. La idea de felicidad se basa en tener. Surge en un país
pobre, como Grecia, donde tener agua o vestido hacía felices a sus
poseedores. Pero hay un momento en esa misma cultura en el que se
descubre que la felicidad ya no está en tener sino en ser. Hay límites
en el tener. Hay una gota de infelicidad en tener más de lo que se
necesita. En mi caso, si me quitan mis libros me quitan la vida. No
aspiro a tener nada más.
– ¿Para qué sirve la filosofía en un contexto así?
– La filosofía no es un lujo, como no lo es el arte, pero ¿cómo vas a
ponerte a enseñarla a gente que está pasando hambre?¿Cómo ser feliz en
un mundo infeliz? Eso es algo que tiene que arreglar la política. Si
hubiese políticos decentes, no sé si se podrían salvar todas las
injusticias, pero creo que sí.
– ¿Y la educación? En este país los políticos parecen incapaces de ponerse de acuerdo sobre una reforma real y duradera.
– No les preocupa la educación. A un pueblo se le domina mejor
llenándolo de ignorancia. La mayoría de los planes de estudio que se han
aprobado en estos años iban contra la educación. Ese ha sido uno de los
mayores problemas de este país desde el fin de la dictadura.
– Usted ha reflexionado y escrito mucho sobre educación. ¿Le han llamado alguna vez de algún gobierno para pedirle consejo?
– Nunca.
– ¿Cuál es su mayor temor a día de hoy?
– No sé qué país van a heredar mis hijos y mis nietos. Temo por ello.
– ¿Qué reforma fundamental de la vida española le gustaría alcanzar a ver?
– Una que terminara con la ignorancia y el desprecio a la enseñanza
pública. El 99% de la enseñanza en Alemania sigue siendo pública. Me
parece monstruoso que haya universidades privadas que se anuncien
diciendo que como sus profesores trabajan todos en la empresa los
alumnos encuentran trabajo con facilidad. ¡Estamos creando
universitarios tarados! Es fundamental crear la pasión por el estudio,
por el conocimiento. Eso se logra con una educación en libertad que
desmantele tópicos y frases hechas conducidas por la ignorancia, que
suelen desembocar en violencia.
– A estas alturas, ¿cómo se lleva con el mundo?
– Muy bien. Me gustaría ser maestro de escuela para enseñar a los
niños a mirar los árboles, o una naranja. Ver la belleza que hay en la
naturaleza. Me encanta pasear por las calles. Sé que me quedan pocos
telediarios, y por eso desearía ser más joven, porque me sobrecogen los
atardeceres y los amaneceres. La vida es tan hermosa...
– A un inventor de palabras como usted, ¿se le ha ocurrido algo para su epitafio?
– No. No es algo que me preocupe..........................................
ADEMÁS: Agencia EFE – mié, 21 oct 2015 https://es.noticias.yahoo.com/lled%C3%B3-terrible-ignorante-poder-determine-vidas-152100186.html Lledó: "Lo terrible es que un ignorante con poder determine nuestras vidas"
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