Septiembre, sábado día 3, nos dirigimos en coche hacia Pandébano, donde llegamos al caer el día. Aprovechando el frescor del atardecer iniciamos la aproximación hacia la Vega del Urriellu. El sol da ya poca luz, aunque sí la suficiente para admirar esos atardeceres rojos tan impresionantes que nos brinda la roca de los Picos de Europa.
Es la segunda vez que Alicia (nacida en Tui el 11 de junio del 2011) realiza una marcha de montaña tan larga y, en particular, con tanto desnivel. Semanas antes se hacía con una ruta tan interesante como agotadora, el espolón oeste de Peña Ubiña. Nos surge la duda de cómo va a hacer para gestionar sus fuerzas y llevar a buen puerto la ascensión. En su mochila lleva poca cosa: su equipo de escalada que consiste en un arnés de cintura, el de pecho, sus pies de gato, una placa para rapel y su cantimplora. El casco se lo llevamos nosotros. Puede parecer poco, y lo es, tanto como su peso. Con 15 kilos, llevar 3 encima es una relación bastante más alta que si se tratara de un adulto.
Llegamos ya bien entrada la noche, poco antes de que la gente del refugio se recoja. Son cerca de las once. Es agradable ver cómo las personas, algunas mostrando su perplejidad, aplauden su llegada con palabras de ánimo. Obviamente por aquí los peques son poco frecuentes.
El primer largo se le hace un poco complicado
Alicia llega muy cansada, sin fuerzas. Es lógico, máxime considerando que es poco habitual acostarse más tarde de las diez de la noche, que lleva desde las nueve de la mañana de pie, cinco horas de coche y otras de tres de caminata.El domingo lo dedicamos a pasear, recuperar fuerzas y hacer amigos. Alicia es una niña sociable y su carácter extrovertido le invita a saludar, intercambiar impresiones e, incluso, presumir de su primera “meta”, que es la de llegar hasta la base del Picu.
El lunes amanece como el resto de los días, despejado y cálido, muy cálido. Son las siete de la mañana y al poco de salir del saco ya le sobra a uno la ropa. Si acaso una chaqueta para no enfriarse demasiado antes de empezar la subida por la Canal de la Celada.
A las nueve empezamos la escalada. Alicia irá acompañada de su madre, en los primeros largos delante de ella. Sin embargo sus manos, todavía pequeñas, le impiden recoger el material que voy colocando. Y es que sacar un empotrador muy apretado es difícil, pero un friend se le antoja imposible. ¡No le dan las manos!
Alicia tiene cinco años, es de cuerpo menudo, complexión atlética y muy ágil. Su pelo es lacio, gallega de pura cepa. Sus ojos claros siempre observan lo que le rodea, sin perder detalle. Alicia es una niña inquieta, habladora, comunicativa. “Una revieja”, le han dicho alguna vez. Sin embargo, Alicia es pequeña, no demasiado para su edad, pero sí algo justa para la meta que se le plantea. Sus ojos le invitan a observarlo todo y parar una y otra vez para preguntar acerca de “esto” y de lo “otro”, sin pausa, en un diálogo constante.
El primer largo se le hace un poco complicado: a la dificultad de V+ hay que sumarle tener que sacar material y el reto de “arrancar” la escalada. Es algo que siempre cuesta un poco cuando no estás familiarizado con la fabulosa caliza del Picu.
“Todos nos cansamos y, a veces, nos resulta difícil seguir”
En el segundo largo Elena, su madre, decide ir por delante de ella. De este modo Alicia evita tener que extraer ella el material y se puede centrar en la escalada. Que ya es bastante. Hay momentos en los que se ve incapaz y se enfada, otros en los que “vuela” sin dar apenas tiempo de recuperar cuerda. Es una niña que juega en un patio donde, como dice ella, “se busca sus propios agarres” y en el que su carácter le invita a ir por sí misma y mostrarse reacia a que le “canten” los pasos.Al tercer largo de vía, mientras se sienta de cara al vacío, Alicia nos pide bajar (hemos hecho los dos primeros en uno). Le gusta disfrutar de las vistas. El sol, presente en todo momento, la longitud de la vía y la aproximación previa van haciendo mella en Alicia y cada vez se le hace más complicado continuar. Una cordada que baja la anima. Solo ver la cara de asombro y admiración, por igual, le hace sacar fuerzas para seguir. También le ayuda el comentario de un miembro de dicha cordada cuando le dice: “Todos nos cansamos y, a veces, nos resulta difícil seguir”. Es algo normal, lo asume y sigue.
En este momento recogemos las cuerdas para continuar en ensamble. Estamos en el último largo. Es de fácil trepada (III) y en él Alicia va por delante de mí a “unos metros de cuerda” para evitar sustos innecesarios. Ya en los últimos metros, antes de la arista cimera, le pido que deje pasar de primera a su madre. Es su regalo. Elena se conmueve mientras que Alicia no da crédito: - “NO-ME-LO-PUE- DO-CRE-ER”, dice pausando las palabras, sílaba a sílaba.
Su madre, embargada de la emoción, llora al ver cómo su hija es capaz de superar tamaña dificultad y le dice: “perdona, cariño, por hacerte sufrir, pero es que así aprenderás muchas cosas”. Sobran más palabras.
Alicia la abraza, la besa, le da las gracias. Incluso le dice “mamá, estoy orgullosa de ti”. Su madurez es extraordinaria. A pesar del cansancio y la dificultad, Alicia se muestra contenta, emocionada y, como es habitual en ella, empiezan de nuevo las preguntas. “¿Que es esta figurita tan bonita?, ¿porqué está aquí?”...
Pasamos un rato comiendo algo para reponer fuerzas, hidratándonos con el agua que nos queda. Dos litros han sido más bien escasos. Una cordada que aparece de la norte nos da un poco de agua, con lo que podremos bajar algo más cómodos. El calor ha sido exagerado en todo momento.
Alicia ya no es pequeña, la montaña la ha hecho grande
La bajada es sencilla, Alicia canta, habla, pregunta. Se le hace fácil y sensiblemente más llevadero. Primero destrepar, luego rappel. Nada que reseñar salvo un momento en el que uno de los dos mosquetones que la unen a la cuerda está semiabierto y grita “Stop. Esto está mal”. Sí, son cinco años, pero muy bien llevados.A unos metros de la cara sur hay tres escaladores que, para incredulidad nuestra, nos estaban esperando. Son tres jóvenes aguerridos que se preparan para subir, con la fresquita, la cara este. Conscientes de lo meritorio de escalar el Picu, se alegran al ver como una persona tan joven alcanza la tan deseada cima de los Picos de Europa.
Nos piden una foto, de recuerdo. Quién puede negarse. Es el momento en el que Alicia recoge las mieles del triunfo, la alegría de compartir una cima tan entrañable, la emoción y el esfuerzo, y nos hace partícipes de su ilusión y felicidad.
Ya sólo queda bajar hasta la Vega para brindar por la hazaña. Son las cuatro de la tarde. Ha sido un día largo, intenso y lleno de emociones. Un par de claritas para nosotros y un “zumo de gas de limón” para Alicia son los elementos con los que brindamos por el éxito.
En el “libro de piadas” del refugio queda registrada su ascensión. Es septiembre, día seis. Alicia tiene poco más de cinco años y ha podido ver el mundo desde un lugar reservado para unos pocos, menos aún si son peques. Se lleva a casa la lección aprendida del esfuerzo, la lucha y el tesón. Del compañerismo y la solidaridad. De compartir y enfadarse, de ser humilde y de estar acompañada. Se lleva nuestro deseo de que esta experiencia permanezca siempre en ella sea cual sea la meta que se proponga.
Alicia tiene cinco años, es menuda, pero ya no es pequeña, la montaña la ha hecho grande.
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Bravo por Alicia!
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