Colectivizar, según el DRAE, significa transformar lo particular en
colectivo. Y, haciendo uso y abuso de tal definición, muchos, si no
todos, de nuestros afamados lumbreras patrios de estómago agradecido se
llevan teatralmente las manos a la cabeza ante la por otra parte poco fundada idea de
que, en el caso de llegar algún día a gobernar Unidos Podemos en España,
sus máximos dirigentes procederían de inmediato a colectivizar hasta el
último de nuestros calzoncillos
para
dejarnos en porretas. Y esto, claro, termina acojonando hasta al más
pintado. Nada dicen, en cambio, las mismas mentes preclaras acerca de la
mayor y más perniciosa colectivización acaecida de este lado de los
Pirineos desde la muerte del Genocida hasta la fecha: la perpetrada por
el Partido Popular mediante la materialización de ese milagroso misterio
consistente en la transustanciación de la deuda particular de nuestra
banca manirrota y usurera en un descomunal agujero colectivo. Lo mismo
de siempre en este emputecido mundo subyugado por el totalitarismo
financiero global: privatización de los beneficios generados en gran
parte por los trabajadores, y colectivización de las pérdidas que
acontecen de manera recurrente a las élites empresariales y financieras
como fruto de su insaciable codicia. Ante tamaño desmán, ¡bolivarianos a
mí!; ¿quién dijo miedo?
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