Aprieta el bastón, de elegancia antigua y regia, en el que
más que apoyarse parece arrastrar como un testimonio indiferente al
óxido de los años, y señala una puerta de cristal. Tras ella, un pequeño
patio, unas sillas, zarzas que se muerden: "Podemos hablar allí. Hoy
hace buen día y así podré fumar un par de pitillos". Acaba de salir el
sol en una mañana fría en un céntrico hotel de Madrid. Antonio Gamoneda
(Oviedo, 1931) se sienta, coloca su portátil en la mesa, sus notas, un
paquete de tabaco de liar, un periódico. "Hoy me he equivocado y me he
llevado al desayuno un diario que detesto", explica con cierto enfado
infantil, acaso militante. "Aunque también es importante saber qué dice
el enemigo, ¿no?". Gamoneda lía el pitillo con una agilidad profesa y
automática. Ordena los papeles y se estira con la confianza manifiesta
de quien ha encontrado en la libertad su forma de patria. Lleva días sin
pasar por León, el feudo elegido en el que lleva toda su vida y donde
ha celebrado todas sus victorias. Porque Gamoneda ha saboreado el Premio
Cervantes, el Reina Sofía de Poesía y, sobre todo, la fidelidad de un
séquito de lectores exigente y el abrazo siempre de la crítica. Acaba de
llegar de Nicaragua a Madrid para participar en una charla sobre Descripción de la mentira, su obra decisiva, el comienzo de tanto, que este año cumple cuarenta años desde su publicación.
Usted publicó Descripción de la mentira en 1977, después de muchos años sin escribir nada ¿Qué importancia tiene el silencio en esta obra?
Los largos silencios tienen que ver normalmente con
situaciones existenciales que suelen coincidir con momentos históricos
muy concretos. Yo era un muchacho mayor durante los últimos años del
franquismo. Y era muy consciente del tiempo que vivía. Entre 1960 y
1975, no publiqué nada. Y lo poco que escribí se topó con la censura.
Estos largos silencios se corresponden con circunstancias en las que no
liberas la ocupación subjetiva de tu conciencia y no liberas tus
impulsos poéticos. Esa fue mi forma de silencio. Mi tiempo me impedía
liberarme. Hasta que estallé coincidiendo con la muerte del dictador y
de ahí surgió este poemario.
Muchos se abrazaron a una lectura muy situada
históricamente, identificando la mentira del título de su libro con la
que la dictadura había impuesto de alguna forma durante años.
Y siempre he compartido esa lectura. Aunque, más allá de
posibles simplificaciones, para mí este poemario, como todos, se sitúa
en un espacio que intenta huir de cualquier circunstancia previa al
poema. Yo defiendo cierto estado de inocencia a la hora de escribir. Y
ello siempre viene de una especie de vaciamiento del pensamiento, de un
alejamiento de cualquier juicio anterior a la palabra. El poemario está
situado históricamente, pero no necesariamente la palabra está situada
en ese contexto histórico.
Estos largos silencios se corresponden con circunstancias en las que no liberas la ocupación subjetiva de tu conciencia y no liberas tus impulsos poéticos
Atendiendo a la crítica, suele haber cierto
consenso sobre que su tarea poética es una especie de desocupación, de
deconstrucción. Quería preguntarle si comparte eso.
Sí. Aunque prefiero llamarlo liberación. Hay en ti algo
que desconoces pero que te desazona o te angustia. Al convertir ese
malestar, esa forma de pensamiento, en objeto estético, en palabra, hay
una liberación. Aunque sea transitoria. Es una especie de
transformación, siempre entre comillas, de la naturaleza del
pensamiento. Y que te sacia. Y eso me ocurrió con Descripción de la mentira.
Para usted la palabra es algo que se revela.
La poesía que yo pienso que merece la pena es un acto de revelación, o al menos de descubrimiento.
¿Hay algo que de alguna forma sienta que no haya podido revelar con la palabra en todos estos años?
Aunque de forma puntual, hay muchas cosas que nunca he
conseguido decir. Aunque es cierto que con la edad esa despensa de
pensamiento impensado es menor: la actividad de hacer del pensamiento
palabra decrece. Es así, y quizás esto es lo que puede agotar la
posibilidad de ser poeta en la ancianidad. Claudio Rodríguez, mi gran
poeta de la segunda mitad del siglo XX, decía que los poetas somos como
los yogures, tenemos fecha de caducidad. Puede que esa caducidad
consista en que tal vez se han producido todas las objetivaciones de
aquello que el poeta lleva consigo. Y cabe que eso suponga un
agotamiento de sus posibilidades verdaderas como poeta. Cuando ya has
escrito demasiado, puede que acabes acudiendo a lo evidente, a
deliberaciones previas.Y yo he percibido algo de todo esto durante la
escritura de mi último libro.
Claudio Rodríguez, mi gran poeta de la segunda mitad del siglo XX, decía que los poetas somos como los yogures, tenemos fecha de caducidad
¿De ese agotamiento?
Sí. Aunque yo quisiera pensar que sea algo transitorio y
que, bueno... ahora entro en otro espacio existencial al que no termino
de acostumbrarme. Aún no he configurado mi subjetividad con la vejez.
Pero también puede que, efectivamente, mis posibilidades se hayan
agotado.
¿La poesía le ha ayudado a comprender la vejez?
Ciertamente. Me ha permitido objetivarla, y eso es muy importante.
Algo que preguntamos siempre los periodistas es la
supuesta relación entre la biografía del autor y la propia trayectoria
poética. Que creo que es algo, una relación, que usted siempre ha
intentado no establecer. Pero quería preguntarle si sus obras, sus
poemas de los últimos años tienen más de su propia biografía que en su
trayectoria anterior. ¿O sigue sin estar cómodo con esa relación?.
Sí creo que tienen mucha relación, no me incomoda
establecer este tipo de nexos. Pero actualmente tengo cierta perplejidad
porque noto que las vivencias acumuladas en mi memoria y que son mías
en cierto modo ya no están en mi perspectiva existencial. Noto que
muchos recuerdos ya no me pertenecen. Y eso puede ser otra señal de
agotamiento, claro.
También la crítica ha hablado de su poesía como
fragmentación. ¿El conjunto de su obra permite establecer cierta línea
narrativa o un relato que pueda vertebrar todo su contenido? No sé si
esta pregunta es contradictoria si comienzo afirmándole que precisamente
su poesía podría caracterizarse por su carácter fragmentario...
Se podría establecer cierta continuidad narrativa, pero
solo en cuanto a la estructura poemática. Creo que pesa la
fragmentación. No obstante, podría intuirse una continuidad no declarada
entre el curso poético de mi escritura y mi propia vida a lo largo de
estos casi setenta años. Aunque esto es algo que pueden decir mejor los
críticos y que a mí no me interesa nombrar.
Usted, si se ha movido en algún ámbito, ha sido
precisamente en el de las fronteras, el del extrarradio o las afueras,
por no terminar nunca de encajar en ningún grupo o generación.
Yo no me he sentido nunca muy inclinado a estar en una
tendencia o grupo definido ¿Cómo puedo acomodarme a un proyecto que ni
siquiera es mío si yo me ignoro a mí mismo como proyecto?
Nunca ha dado mucha importancia a esos grupos.
Jamás. Eso no quita que entre los poetas podamos ser amigos y solidarios.
¿Cómo le gustaría que la Historia defina el relato de su condición de poeta?
(Piensa unos minutos. Cierra los ojos con fuerza. Duda).
Aunque la definición es inalcanzable para mí, me gusta
pensarme como un poeta que está en la expectativa de descubrirse a sí
mismo para que se produzca una siempre esperada revelación. Me gustaría
que se me recordase como un poeta que quiso estar atento a eso y a las
posibilidades de convertirlo en objeto estético. Esto lleva a una cierta
veracidad con la vida, con tu propia historia y con la vida histórica
tal como es recibida o subjetivada por ti. No sé mucho más de mí.
Me gusta pensarme como un poeta que está en la expectativa de descubrirse a sí mismo para que se produzca una siempre esperada revelación
En cuanto a la utilidad social de la poesía, en un
período concreto del siglo XX la crítica ha establecido diferencias
entre generaciones según el supuesto compromiso o voluntad de
responsabilidad más o menos explícita para con la realidad social.
Intuyo y veo que puede existir cierto compromiso también en su poesía
con la realidad que lo rodea, aunque de otra forma.
Sin duda. Pero la crítica siempre ha dado por hecho que
para ser poeta ese compromiso debe ser de una naturaleza muy concreta. Y
yo discrepo. Naturalmente, además de poeta, soy ciudadano. Y de paso
comparto la conciencia histórica con aquellos ciudadanos que la tienen.
Pero el compromiso explícito, en tanto poeta, no me parece algo legítimo
porque esto supone la anulación de esas posibilidades relacionadas con
la inocencia inicial de la que antes hablaba. Ser explícitamente
comprometido con la experiencia es un proyecto ya en sí mismo. Yo niego
que la poesía pueda sujetarse a proyectos premeditados. Entiendo que
algo pueda ser entendido como proyecto por la sucesiva acumulación de
actitudes, de averiguaciones del propio poeta. Pero no es un proyecto
deliberado. La deliberación, la afiliación explícita a un modo, a una
significación o tendencia anula la veracidad poética que se da en la
inocencia. Y eso lleva a una poesía utilitaria, que efectivamente nace
de la explicitación siempre. Y la explicitación exige un lenguaje no ya
realista, sino convencional. Y ese lenguaje convencional es idéntico al
lenguaje convencional del poder opresor. En ese sentido, optar por un
lenguaje convencional o cotidiano que no se opone al lenguaje del poder
me parece una postura reaccionaria. El filósofo José Luis Pardo escribe
al respecto y afirma, refiriéndose al lenguaje, que aquella poesía cuyo
lenguaje difiere del lenguaje del poder ya es una forma de resistencia y
de oposición por la naturaleza de su lenguaje. Mientras que si adoptas
el mismo lenguaje que el del poder siempre acabas pactando con él. Y
esta postura me vale algunas discusiones. Hay quien no me lo perdona.
¿La poesía realista siempre acaba, entonces, estableciendo complicidades con el poder?
La poesía realista acabó con el Renacimiento, al menos en
la lengua y en la historia españolas. Tenían la premisa de "no vamos a
razonar demasiado, vamos a observar simplemente", lo que llevó a un
vaciamiento poético de España que tiene su apogeo en los siglos XVIII y
XIX con la poesía realista. Para mí este vaciamiento permanece en casi
todas las manifestaciones realistas posteriores !porque la poesía no es
realista, es real! Que no es lo mismo. El realismo es una opción
estilística e ideológica, pero no es una opción poética. Hasta que llega
la generación del 98 --que sí tiene posibilidades de ser una
generación--, ¿qué hay en la poesía española? !Absolutamente nada! Y de
la Guerra Civil hasta la actualidad, las propuestas realistas han
predominado. Y he encontrado a muy buenas personas. Pero no a muy buenos
poetas entre las propuestas más realistas.
El realismo es una opción estilística e ideológica, pero no es una opción poética
En su poesía lo simbólico casi siempre pasa por lo
material y lo carnal ¿Convertir lo material en símbolo de sí mismo es
una forma de objetivar ese pensamiento impensado del que nace la
palabra?
Te lo aclaro rotundamente: yo soy un materialista. Que sea
un materialista visionario, eso ya no lo sé. Pero originalmente soy un
materialista. Para mí unas manos pueden valer como símbolo, pero ese
símbolo lo es de sí mismo, de su carnalidad, de su materialidad.
Escribe en Descripción de la mentira:
"Ahora mi paz está en avergonzarme de la esperanza" ¿Llega un momento en
la vida en el que inevitablemente hay que avergonzarse de la esperanza?
Quizás, en sentido literal, avergonzarse sería una
afirmación excesiva. Al referirme a la esperanza, prefiero otros versos
que pueden ayudarme a explicar lo que pienso de ella. Al final de un
poema escribo "ahora no tengo miedo ni esperanza", y "me preparo o nos
preparamos para una fraternidad sin esperanzas". La esperanza es un
bien, pero difícilmente disponible.
¿Y la esperanza en la fraternidad? ¿Está disponible?
Para mí está disponible la fraternidad, pero sin
esperanza. Aunque quisiera pensar que siempre hay gente que tiene
esperanza. Pero a mí eso no me va a tocar. No voy a razonar la esperanza
ni a usarla, no puedo hacerlo. Deseo que exista y persista, y si alguna
vez deja de existir es porque se ha realizado.
Al hilo de sus versos: "de la verdad no ha quedado
más que una fetidez de notarios / una liendre lasciva, lágrimas,
orinales / y la liturgia de la traición (...) / ¿Qué lugar es éste, qué
lugar es éste?" ¿Qué lugar es esta España en la que sobrevivimos?
Entiende esos versos como la perplejidad del que llega a
un lugar y comienzan a desaparecer las perspectivas y se pregunta de
alguna manera qué esquina existencial es ésta. Esa perplejidad no me ha
abandonado todavía. Si me preguntas sobre la actualidad de esa pregunta,
te diría que cuando lo escribí entreveía lo que podía pasar con este
país. Veníamos de una dictadura, se perfilaba una democracia, pero no
era la que nosotros esperábamos. Era una democracia falsificada. Me
pregunto ahora a qué hemos llegado. Tengo muchos amigos activos en las
nuevas formaciones políticas. Y tengo la sensación de que estas
formaciones, cuando han dejado de ser un movimiento ciudadano, cuando se
alejan de la calle, adquieren el lenguaje del poder. Y eso tiene sus
privilegios. En política, y no solo en España, creo que si hay algún
tipo de revolución, pasará por acabar con el consumo. Es necesaria una
vuelta a lo primigenio.
Usted lleva toda su vida en León. Permítame terminar pidiéndole una descripción de sus atardeceres.
No todos los atardeceres son iguales. Pero en los mejores
atardeceres hay algo que se parece a un silencio. Se pacifica la ciudad y
en sus líneas exteriores, sobre todo las occidentales, se advierte una
especie de peso de la cortina atmosférica que a su vez está incendiada.
Hay un peso de ese bloque luminoso que ahora aparece incendiado. Pero no
de una manera violenta. A lo mejor esto lo veo yo por la necesidad de
hacer simbología de la realidad.
¿El significado de los atardeceres cambia también a lo largo de la vida?
Claro. Más cuando no sabes cuál será el definitivo.
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