La
final de la Copa del Mundo de ayer fue un resumen de las
contradicciones culturales de Europa. La ganó un equipo armado por
emigrantes africanos y españoles, en un país en el que crece el racismo y
la intolerancia. La perdió un equipo de un país pequeño, Croacia, lleno
de entusiasmo y capacidad de jugar colectivamente. Lo movía Luca
Modric, un inteligente jugador, ingeniero hídrico, que vio fusilar a su
abuelo por los serbios y ahora fabrica brazos para niños amputados y a
rticula
el campo de juego como nadie. Las Pussy Riots, heroínas de la
resistencia en Rusia, se atrevieron a entrar en el campo delante de
Putin. Putin: una especie de (Ras)Putin de la geoestrategia, que se
reúne con su compi Trump y que, al dar los premios bajo un chubasco
terrible, permitió que su escolta solo le pusiera a él un paraguas
mientras se empapaban Macron y la hermosa presidenta croata Kolinda
Grabar-Kitarovic, que abrazaba con empatía y calidez a vencedores y
vencidos mientras su peinado se arruinaba con la lluvia, pero ella, en
camiseta de la selección, reía y celebraba la gesta de su equipo. Trump
acaba de decir en la CBS que la UE somos los enemigos de Estados Unidos.
El partido de ayer y sus alrededores puede que le dé la razón. Estas
contradicciones pueden hacer de Europa, Latinoamérica y África, los
grandes perdedores de la geoestrategia, los lugares de esperanza en el
mundo.
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