Marisa Peña · 16/2/2019
El
16 de febrero de 1936 mi abuela tenia 27 años. Era maestra de corte y
confección en una escuela de artes y oficios, y militante
anarcosindicalista comprometida con la alfabetización y la educación
sexual y sanitaria en compañía de otras compañeras del Ateneo
libertario. No estaba casada ni tenía novio formal. Era una mujer libre y
comprometida con la causa de un mundo libre, que leía a Malatesta, a
Emma Goldman y a su querida Federica Montseny. Ante el avance del
fascismo europeo y el desastre que
supuso para los avances sociales el gobierno de la CEDA, decidió ir a
votar ese día, votar " para parar a las derechas y a los facciosos",
para evitar que el infierno que ya vivían en Alemania o Italia llegara
para arrasar lo poco que ya habían conseguido. Como era una mujer brava
con las ideas muy claras discutió mucho con la facción que quería seguir
absteniéndose en aquellas elecciones en las que se jugaba poder seguir
haciendo camino o caerse por el precipicio. Se pintó los labios de rojo y
se puso su vestido de florecillas amarillas, porque ella pensaba que
nada de eso estaba reñido con la revolución. Mi bella miliciana siempre
tuvo claro que la educación, la cultura, el trabajo de barrio,
silencioso y anónimo, la organización entre vecinos, y ayudar a todo
aquel que lo necesitara, especialmente a las mujeres explotadas, era el
verdadero objetivo, y siempre antepuso las necesidades del pueblo a los
purismos ideológicos. Sabía diferenciar entre la utopía y la praxis.
Entre lo que hay que soñar y lo que hay que hacer para sobrevivir y
resistir en tiempos de penurias y decisiones difíciles. De ella aprendí
muchas cosas y sé bien qué me diría ahora. Son muchos los que desde el
descontento comprensible o la convicción respetable no votarán el 28 de
abril. Pero tal vez deberían escuchar la voz de los viejos luchadores
que, en tiempos de alerta casi "sanitaria", dejaron a un lado las
disquisiciones ideológicas para apuntalar la resistencia al fascismo. Yo
he de reconocer que no tengo su fortaleza,y que no sé si me jugaría la
vida como ella se la jugó, o si me marcharía lejos para evitar vivir lo
que ella vivió, pero sí sé que haré lo que tenga que hacer, en defensa
propia contra lo que se nos viene encima. Y mientras tanto seguiré
haciendo lo que siempre he hecho: educar, concienciar, enseñar, escribir
y denunciar lo que considero injusto desdemi pequeña trinchera. Y a los
que no les parezca suficientemente revolucionario, que se vayan a poner
en marcha su plan infinito que cambiará el mundo, que ya van tarde.
©Marisa Peña.
Paquita Caminante Qué estupenda que eres Marisa Peña. Tienes un bagaje que te fortalece y un verbo que te arropa. Un abrazo
Marisa Peña Y
que conste que yo creo que hay que luchar cada día, en cada pequeño
acto, convencer, plantar semillas, mejorar la vida de nuestro entorno.
Yo no me conformo con dejar todo en manos de las instituciones. Pero no
dejaré que me quiten el camino para hacerlo y me empujen por el
precipicio y ya sólo podamos sobrevivir. Las palabras de mi abuela
golpean mi memoria. A partir del 39, los que nos quedamos aquí ya sólo
pudimos sobrevivir, nada más, sobrevivir... Y se le caían las lágrimas. A
mí eso no se me olvida, nunca.
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