De
la deprimente lectura de la prensa y repaso a las redes de buena
mañana: lectura deprimente porque empiezan a vislumbrarse otras víctimas
de la pandemia. La primera y más notoria, que merecería una estadística
diaria, es la perdida de sentido común. Es global, ciertamente pero, al
igual que el virus, está afectando gravemente a Europa (países
acumulando medicinas, peleas de gallos en la cumbre), a España con
especial intensidad (la política española parece necesitar ya un
entubamiento de óxigeno urgente). La segunda es la solidaridad: ¿cómo
alguien puede oponerse a una renta básica de emergencia? Me llegan por
la red llamadas desesperadas de profesoras de primaria en barrios
dañados pidiendo ayuda económica para que puedan comer los hijos de las
familias que están ya en situación extrema. Barrios de emigrantes y, en
general, de toda aquella gente que no puede acceder a ningún tipo de
ayuda o vivía de la economía informal. Necesitamos ya bancos de
alimentos porque las autoridades regionales y municipales, de las que
dependen los servicios sociales de urgencia, especialmente en Madrid,
capital de todas las crueldades, están a sus guerras con el Gobierno.
Más sobre el sentido común en peligro: he leído últimamente anticipaciones sin cuento de lo que ya ha quedado destruido. Leo que mucha gente afirma con alegría que Europa ha muerto. Supongo que piensan en una economía española más o menos autárquica como la que vivieron mis padres y llegué a vivir yo en la niñez, porque si uno echa una mirada a la economía española, que depende de las exportaciones de productos agroalimentarios y montaje de automóviles y del turismo exterior a los Países europeos, no veo qué ventaja tiene perder el ochenta por ciento de nuestro mercado exterior (un influyente periodista proponía hace dos días basar la economía española en los bares. Buen plan, no habíamos caído). .
Otros hablan del fin de la globalización, como si la falta de mascarillas hubiese acabado con un sistema de interdependencias tecnológicas, informacionales, energéticas, materiales, financieras, comerciales y culturales pudiese acabar por unas cuantas políticas populistas en algunos países. Otra gente, más optimista si cabe, habla ya del fin del capitalismo. Como si un modelo de producción, distribución y consumo, con una potente ideología que lo sostiene como el neoliberalismo se pudiese cambiar sin un alto grado de conciencia y organización sindical, política y cultural internacional (malo es no poder imaginar el fin del capitalismo, pero no es mejor imaginarlo como si el socialismo tocase por lotería biológica).
Más: el índice S&P 500 bursátil refleja una subida del 23% en un momento de colas de centenares de millones de trabajadores esperando en el paro. Muchos fondos se han lanzado a comprar todas aquellas acciones que se han venido abajo: energía, shoping centers, ...
En un paisaje de fin de batalla el cielo se llena de buitres.
Al menos en mi barrio, por las tardes sigue y aumenta la gente en las ventanas aplaudiendo. Parece que algo de la salud mental está resistiendo.
Más sobre el sentido común en peligro: he leído últimamente anticipaciones sin cuento de lo que ya ha quedado destruido. Leo que mucha gente afirma con alegría que Europa ha muerto. Supongo que piensan en una economía española más o menos autárquica como la que vivieron mis padres y llegué a vivir yo en la niñez, porque si uno echa una mirada a la economía española, que depende de las exportaciones de productos agroalimentarios y montaje de automóviles y del turismo exterior a los Países europeos, no veo qué ventaja tiene perder el ochenta por ciento de nuestro mercado exterior (un influyente periodista proponía hace dos días basar la economía española en los bares. Buen plan, no habíamos caído). .
Otros hablan del fin de la globalización, como si la falta de mascarillas hubiese acabado con un sistema de interdependencias tecnológicas, informacionales, energéticas, materiales, financieras, comerciales y culturales pudiese acabar por unas cuantas políticas populistas en algunos países. Otra gente, más optimista si cabe, habla ya del fin del capitalismo. Como si un modelo de producción, distribución y consumo, con una potente ideología que lo sostiene como el neoliberalismo se pudiese cambiar sin un alto grado de conciencia y organización sindical, política y cultural internacional (malo es no poder imaginar el fin del capitalismo, pero no es mejor imaginarlo como si el socialismo tocase por lotería biológica).
Más: el índice S&P 500 bursátil refleja una subida del 23% en un momento de colas de centenares de millones de trabajadores esperando en el paro. Muchos fondos se han lanzado a comprar todas aquellas acciones que se han venido abajo: energía, shoping centers, ...
En un paisaje de fin de batalla el cielo se llena de buitres.
Al menos en mi barrio, por las tardes sigue y aumenta la gente en las ventanas aplaudiendo. Parece que algo de la salud mental está resistiendo.
The S&P 500 is up 23 percent from its low last month. Opportunistic…
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