El funeral de mi admirado Anguita. Las manifestaciones, cada vez más y menos (numerosas y cautelosas), de los borjamaris. La Barceloneta convertida en un gimnasio al aire libre. Los paseos que me doy con mi hijo y en los que me encuentro cada vez más porcentaje de bocas sin mascarillas y corrillos más numerosos de personas sin distanciamiento. Las terrazas recuperando la normalidad con una velocidad temeraria. Todo eso, y más, contrasta con un mensaje optimista que decidí adoptar al principio de esta pandemia, ese de que son los menos, que los más somos los que mantenemos pulcramente la distancia, que salimos lo mínimo imprescindible, que tomamos todas las medidas que conocemos y, sobre todo, que podemos. Lo escucho mucho en los medios, estamos teniendo un comportamiento ejemplar. ¿Seguro? Luego escucho, y leo, a médicos, enfermeros, sanitarios en general y personal de primera línea, que nos afean la conducta, porque esos pocos son mucho, o incluso porque no son tan pocos como los optimistas (al menos en esta materia) habíamos mantenido, y dudo (marca de la casa) y mucho (tendencia muy actual). Mi visión es muy subjetiva, vivo en un pedacito de mundo muy limitado, y la realidad bien pudiera ser otra, pero tengo la impresión de que nos hemos relajado hasta tal punto que los muertos, que siguen lastrándonos cada día, ya han hecho callo; hay costra, y mientras el repunte no nos obligue a medidas retroactivas, vamos camino del verano soñando con una normalidad ficticia que nos va a pasar factura. ¿O soy yo? A lo mejor es que me he vuelto un timorato, o lo he sido siempre y no había tenido, hasta ahora, una pandemia, para demostrarlo. Me gustaría pensar que me equivoco, pero, o me equivoco, o nos estamos dejando llevar demasiado pronto…Ojala que no me equivoque en que me equivoco.
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