Ya estamos todos en Fase 1. Si nos costaba mantener las distancias cuando había que mantenerlas, ahora que hay que hacerlo, pero menos, más nos costará. Quienes apenas han cambiado, en una u otra fase, son los sanitarios. Esos no entienden de distancias. Ellos siguen empapados en sudor y ahogados en estrés. Pero ya no les aplaudimos; y eso da igual, en el fondo, porque los aplausos eran lo de menos. Y de poco van a servir si no aprendemos. Y parece que no, no lo hacemos. No es mi pesimismo natural, es la historia llamando a la puerta, como Sheldon Cooper en la de Penny. Va a repetirse, va a repetirse, va a repetirse…En cuanto puedan sacar la cabeza de la ponzoña, en cuanto puedan respirar, volverán a las reivindicaciones de siempre, a reclamar medios, tiempo, dignidad económica. Y volveremos, cuando esas mareas retomen su latir, a escuchar a parte de los que les aplaudían desde sus balcones, criticar lo bien que viven, que funcionarios tenían que ser, menuda vidorra, etc, etc. Porque es así. Nos han sacado de la mierda. Y no con una cuerda, desde arriba; no, no, metiendo las manos, los brazos, la cabeza y su salud en la mierda para rescatarnos. Les hemos abrazado, nos hemos limpiado el miedo y en cuanto caiga la tercera ronda en la terraza de siempre, los de las mareas volverán a ser los perroflautas de la bata y la mascarilla. Me quedan muy pocas convicciones en la vida. El amor a mis hijos. Mi ateísmo. Y el fanatismo que profeso a la sanidad universal y la educación pública y de calidad como elementos equilibrantes y de garantías de mínima humanidad. No he necesitado una pandemia para tener es principio marcado a fuego en mis creencias. Me va a bastar con seguir pensando lo mismo, solo que durante un tiempo, me sentí más acompañado en ese barco, y resultó agradable…
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