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septiembre 13, 2020

Los olores que se aprenden a discriminar como buenos y malos en la niñez serán determinantes para toda la vida, de Fernando Broncano

 
Fernando Broncano R ·    3/8/20
Pocos libros tan entretenidos e ilustrativos como "Smells. A Cultural History of Odours in Early Modern Times", escrito por el historiador cultural Robert Muchembled. Nos informa de un torrente de datos sobre la vida cotidiana de la modernidad, pero también sobre el olor: ¿sabían que el olor es el único sentido que no viene con programación genética? Todo es aprendido en los olores. El bebé comienza a sentir en el útero materno. Su primer y más importante olor es el pezón de la madre, que asociará a su apego emocional con ella (antes de verla, la huele). Hasta los cuatro o cinco años su caca le olerá bien, de hecho no le olerá mal (la propia) a lo largo de su vida. Aprenderá a distinguir olores malos y buenos dependiendo de su cultura. Los olores que se aprenden a discriminar como buenos y malos en la niñez serán determinantes para toda la vida. La modernidad fue, entre otras cosas, una educación de los olores. Hasta prácticamente el siglo XIX avanzado, no se desarrolló el sentido de que los orines y la mierda fueran malos olores, o que orinar y defecar en público fuese algo malo. Por el contrario, los médicos usaban y aconsejaban usar las deposiciones propias y de otros animales para diversos tratamientos. Las ciudades, hasta el XIX avanzado, eran un paisaje de lo que ahora para nosotros sería un lodazal de mierda. El libro es un recorrido escatológico que incluye las variaciones culturales del sexo y el olor. Nos informa (aunque ya se conocía) de que antes de otros afectos, el olor de la pareja es el determinante fundamental en las relaciones eróticas. En fin, dado que el olor es también el sentido que produce impactos emocionales más profundos, aprendemos en este libro algo muy importante sobre la variación cultural.
Quienes se han criado en una cultura rural, por ejemplo, no sienten que estiércol huela demasiado mal y, sin embargo, aborrecen el olor de la gasolina y gasoil quemado de las ciudades. Aprendemos, por ejemplo a reconocer que cuando entramos en una casa ajena lo primero que notamos es el olor, algo que será central para cómo nos sintamos en esa casa. Y aprendemos también a dudar de que sea tan bueno llenar los espacios de perfumes o de intentos de eliminación de todos los olores (pero no es necesario dejar de ducharse todos los días después de haber leído el libro)


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