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mayo 15, 2021

AYUSO CRUZA EL RUBICÓN, de Javier Nix Calderón

 

Javier Nix Calderón    2/5/21    AYUSO CRUZA EL RUBICÓN



Isabel Díaz Ayuso es un animal político casi perfecto para estos tiempos que padecemos. Aunque muchas veces he sucumbido a la tentación de reírme de sus comentarios y exabruptos, en el fondo siempre he sabido que Ayuso es una representación tangible del sino de esta época tan líquida y volátil, tan propicia para las huidas hacia delante. Ayuso es un cascarón vacío al que se puede rellenar con cualquier cosa. Más populista que nadie, ha sabido marcar los tiempos del debate de manera magistral. Hace un año exacto, al comienzo de una pandemia que ha asolado el mundo, en Madrid hablábamos de la portada que el diario El Mundo sacaba sobre la figura de la presidenta, que se mostraba como una especie de virgen barroca, vestida de luto riguroso, con los brazos cruzados sobre el pecho y un rostro que denotaba tristeza y/o un tránsito intestinal insuficiente. Esa es Ayuso: todo emociones, oportunismo, desvergüenza. Eso es Ayuso: un cascarón vacío que se arrastra hacia la infinita catarata neoliberal. Eso es Ayuso: una emoción con patas. Lo mismo pasa con su discurso, pura emoción descafeinada. Porque una idea es rebatible, pero una emoción no.
Ayuso ha sabido leer perfectamente nuestro tiempo. Un tiempo de identidades en un siglo, el XXI, que por ahora solo ha intentado parecerse al XIX. Su identidad madrileña pasa por reivindicar los atascos de madrugada en el centro de la ciudad, pasárselo bien en la terraza de un bar y no encontrarte a tu ex cuando sales de copas. Su defensa del casticismo chamberilero sonroja pero tiene gancho. Y aunque Madrid es mucho más que su Chamberí natal, que la calle Ponzano, testigo de sus noches de pasarela entre la cayetanía más chic, es innegable que la sombra del centro madrileño es alargada. La voz de la periferia se ahoga en la ciudad más desigual de Europa, pero el centro canta a voz en grito, envalentonado. Pero, ¿qué se grita? ¿Qué se puede gritar en este tiempo de pandemia y pobreza galopante?
No hay nada más eficaz en política que coger una palabra potente y desposeerla de contenido. Convertirla en otro cascarón vacío y rellenarlo después de cosas fatuas, inocuas, estériles e inofensivas. Ayuso ha cogido la palabra libertad y le ha puesto hielo, ginebra, pedazos de lima, frutos silvestres, frambuesas y una rodaja de pepino y nos la ha servido en una copa de balón. Ese es su grito: libertad. El grito de las manifestaciones de Núñez de Balboa de hace un año, cuando una multitud bien peinada, con posibles, se lanzó a la calle para ejercer su legítimo derecho de manifestación exigiendo el fin de las restricciones sanitarias impuestas por el gobierno socialcomunista de PSOE y Podemos. Aquel grito del barrio de Salamanca hoy es una parte del slogan electoral de su partido político, el PP. Con esa palabra tan hermosa, hoy tan vacía, Ayuso va a mejorar de forma radical sus resultados de hace dos años. Para acabar de rizar el rizo, Ayuso acepta el choque de la política de bloques y contrapone la libertad con el comunismo, a pesar de que la izquierda española hoy (y desde hace treinta años) no pasa de defender una tímida socialdemocracia de corte, si queremos, nórdico. Nada mejor que agitar los fantasmas del pasado para que una ciudadanía infantiloide se crea todos los cuentos.
Nos falta un factor en la ecuación, el que constituye Vox. La parte populista de las elecciones de Madrid ya ha sido explicada, pero ahora falta la parte experimental. Madrid es un laboratorio político. Ayuso es la bisagra que le faltaba a la derecha española para converger con Vox. Es una apuesta arriesgada: aunque Vox vaya a moderar su discurso una vez entre en las instituciones, su moderación no será nunca de la misma intensidad que la previsible radicalización que sufrirá el PP en los próximos meses. Desde su propio partido se la cogen con papel de fumar a la hora de mostrar sus apoyos a Ayuso en esta campaña. La candidata no ha realizado ni un solo acto con otros dirigentes populares durante estas semanas. El resto de barones del Partido Popular asisten al experimento desde lejos, con prudencia, observando atentos, esperando el pitido final de las elecciones. Al fin y al cabo, Vox es una escisión del PP, una suerte de hijo pródigo que regresa de su viaje a la Siracusa del trumpismo. Ahora les toca esperar con qué ánimo vuelve a la casa familiar: si a matar al padre o a honrar, con las mieles del éxito compartido, la noble tradición cortijera de España.
El trumpismo español está a punto de cruzar el Rubicón. Alea jacta est.


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