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junio 23, 2024

CTXT. Carta a la comunidad 360 | Álex Blasco

 1/6/2024

El gran agotamiento


ÁLEX BLASCO                                                              Querida comunidad:

 

Esta carta se envía siempre los sábados a última hora de la tarde, por lo que hablarles de algo que no sepan es casi imposible. A estas alturas de la semana ya sabrán que Trump puede ir a chirona, que a Netanyahu el concepto genocida se le está quedando pequeño, que Abascal es un sinvergüenza y que Taylor Swift casi se carga a varios votantes del PP. Entonces, ¿qué es lo que nos vas a contar?, me preguntaréis. Pues un cuento.

 

        La calle del Pez de Madrid, situada al borde del barrio de Malasaña, fue reconocida en el pasado por distintos casos de exorcismo que se vivieron en el convento de San Plácido a principios del siglo XVII. El más famoso, una posesión diabólica (guiño) de veinticinco monjas (guiño, guiño) y el confesor del convento (guiño, guiño, patada), que, por lo que sea, a la Inquisición no le hizo mucha gracia. En el presente es más famosa por sus fiestas, por ser una de las principales calles en las que se movían los protagonistas de la movida madrileña y por una investigación en la que se sugirió que dos cuerpos momificados que se encontraron bajo un altar de la iglesia podrían ser de Diego Velázquez y Juana Pacheco, su mujer. Esto último se desmintió. ¿De quiénes eran los cuerpos? No se sabe. Sin embargo, la semilla de la cultura alternativa unida a la publicidad del fantasma de Velázquez sirvió para que brotaran no pocas galerías de arte en la zona. Y en una de ellas, de pie, sujetando una lámina serigrafiada tamaño Din A3, se encontraba Chemi.

 

        Chemi, como muchos en la capital, nació y se crió fuera de la Comunidad de Madrid. El sueño de la clase media de titularse para conseguir un trabajo deseado, o por lo menos lucrativo, y una vida estable le llevó a migrar. Tras más de diez años, el sueño se transformó lentamente en una realidad de precariedad que poco tiene que ver. Y en esa precariedad se situaban sus pensamientos en ese momento: “¿Me puedo permitir una lámina?”.

 

        La lámina era normalita. ¿El gramaje? Normal. ¿Trazos de pan de oro? No. ¿El autor o autora era conocido? No. Una lámina normalita. Sin embargo, por la cabeza se le pasaban varias ideas: ¿es un capricho innecesario? Si la compro, ¿cuánto podré ahorrar este mes? Porque necesitarla, no la necesito. Si la compro, ¿cómo la pondré en casa? Porque como ponga un clavo más, adiós fianza. La lámina solo era una cosa más que le producía un desgaste mental sobre cómo debía o podía vivir. “Esfuerzo” y “ahorro” eran las palabras clave que durante las últimas semanas las redes sociales habían elegido para seleccionar el contenido que iba a consumir. Los gurús de la autoexplotación le provocaban cansancio con sus burpees y angustia con sus discursos. Los comentarios de los economistas de cierta edad sobre la decadencia de la juventud le dolían aún más. Su meta era poder acceder a una vivienda en propiedad, con un precio fijado y no tener que volver a ver un casero. No volver a tener miedo a una llamada. Desprenderse de esa sensación de estar de paso, de no tener un hogar.

 

        Mientras seguía sujetando la lámina, Chemi sacó el móvil con la otra mano y con una búsqueda rápida se hizo a la idea. Estudio de 15 metros cuadrados, 92.800 euros. Dos Fiestas. Chemi medía todo en Ford Fiestas. ¿Cinco metros más? 97.000 euros. Menos de tres Fiestas. Si hablamos de 30 metros ya nos vamos a 150.000 euros. Para que se hagan a la idea, este coche ocupa en torno a siete metros cuadrados. Por lo que en una calle en la que antes nadie quería vivir por las ocupaciones demoníacas ahora muy pocos pueden vivir o lo hacen en el espacio de dos o tres coches pequeños. La situación en la periferia madrileña no es mucho mejor, y en el resto de grandes urbes donde se centraliza el trabajo en nuestro país tampoco.

 

        Esta realidad le desespera. Su liquidez es casi nula, su trabajo no le produce ninguna satisfacción, la distancia a la que se encuentran su familia y amistades de la infancia en ocasiones le producen una sensación de soledad y una crisis/guerra/Euribor más podría provocar que todo esto se derrumbase. El informático y escritor Carl Newport denominó esto como ‘el gran agotamiento’. Un concepto que define un contexto social en el cual todo el mundo está quemado, con la sensación de que no le da la vida, y que la OMS ya incorporó como síndrome de desgaste profesional (burnout) al listado de enfermedades relacionadas con el trabajo.

 

        Después de casi siete años ahorrando, a Chemi no le da ni para la mitad de la entrada. Tras una cuenta rápida de varias vueltas entre pulgar y pulgar, Chemi se dio cuenta de que debería ahorrarse en torno a unas 230 láminas para poderse permitir la entrada para uno de los zulos. La única solución sería un préstamo familiar, algo que nunca se plantearía.

 

        La escritora Beatriz Serrano atribuye este sentimiento, aún más presente en los menores de 35, a la precarización extrema al inicio de la vida laboral, como consecuencia de la crisis de 2008, y al frenazo que supuso para muchos la pandemia, y con ello la toma de conciencia durante esa pausa. Según el INE, las tasas de parcialidad, temporalidad y paro de los jóvenes de 16 a 29 años duplican a la de la población total. Esto ha supuesto que muchos y muchas hayan decidido desertar, dejar sus trabajos o, simplemente, no aceptar condiciones que no consideran dignas.

 

        Creo que no hay necesidad de continuar la historia. Como ya se habrán dado cuenta, Chemi no es una sola persona. Es una construcción de vivencias y sentimientos. Franco Berardi Bifo analiza esta deserción como una consecuencia de una generación que “espera, consciente o inconscientemente, un empeoramiento irreversible de las condiciones de vida, un cambio climático irreversible, un largo período de guerra y el peligro inminente de una precipitación nuclear de los conflictos que están en curso”. En resumen, una generación que ante la catástrofe ha decidido interrumpir, poner freno al sistema y, como Bartleby, decir “preferiría no hacerlo”. Plantear alternativas con movimientos que no solo van en contra de la precariedad laboral, sino que paralizan universidades para exigir que se detenga el genocidio, que plantan cara a los fascistas en las calles, que no temen reclamar nuevos modelos de consumo sostenible y de políticas afectivas. Por fin, parece que la deserción se ha convertido en un movimiento colectivo y es posible pensar una alternativa a este capitalismo de tierra quemada.

 

        En definitiva, tan solo quería decirles que hay motivos para la esperanza y que siempre que no quieran pasar por un aro lo pueden mandar a la mierda y no resignarse con lo que hay. Nosotros, mientras, les seguiremos contando cómo va el mundo.

 

        Gracias por estar ahí y hacer esto posible.

 

         P.D.: Chemi se compró la lámina. Lo último que sé de ella es que la pegó con celo a la pared. 

Álex Blasco

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