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febrero 06, 2024

Dormir y morir en una cueva: los precios de la vivienda dejan sin hogar a centenares de personas en Ibiza, de Pablo Sierra del Sol - Marcelo Sastre

 Pablo Sierra del Sol / Marcelo Sastre

Eivissa —

La cueva está en la cima de un acantilado. Junto al agujero hay una pequeña explanada. Es del tamaño del rellano de una escalera. En ese pedacito de tierra crecen unos matorrales que protegen la cueva del viento cuando sopla desde el mar. Los planes urbanísticos trazaron hace décadas una calle sobre el agujero y le dieron el nombre de Ramon Muntaner, cronista de la Corona de Aragón. Recorriendo la calle, por un lado se va hacia es Soto, el páramo costero que se extiende a los pies de las murallas de Dalt Vila. Por el otro, a ses Figueretes, un barrio marítimo que oscila entre lo turístico y lo popular.

En ese tramo en concreto, que asciende la colina que da forma al acantilado, la calle es realmente un camino. No está asfaltada, pero se levantaron varios edificios de tres y cuatro alturas con vistas a Formentera. La luz de invierno recorta con nitidez la silueta de la isla. Los veinte grados, que antes del cambio climático consideraríamos primaverales, animan al paseo, pero casi ningún caminante se fija en la cavidad que hay bajo sus pies. Un salto de más de un metro la separa del camino y la protege de miradas indiscretas. Para salvarlo hay que agarrarse a una cuerda, gruesa y llena de nudos. Ahora sólo lo hacen los excursionistas que quieren llegar a una cala virgen, treinta metros más abajo. Hasta hace un par de meses esa cuerda fue también la conexión entre el habitante de la cueva y el resto de la ciudad. 

Aquel agujero era el hogar de una persona. Su muerte le hizo aparecer en los medios locales el pasado 21 de noviembre. La tarde anterior los bomberos recibieron un aviso de emergencia, descendieron por la cuerda y rescataron el cadáver. Como epitafio, alguien abrevió un descanse en paz sobre una maceta.

200 personas sin techo

“Gueto es una palabra muy fea, pero no podemos negar que en Eivissa existen asentamientos chabolistas. La gente se mete a vivir donde puede o donde le dejan porque alquilar una habitación es imposible. Sin contar a las que viven en tiendas de campaña, edificios a medio construir o en vehículos, ya sea una furgoneta, una caravana o un coche, las entidades sociales calculamos que debe haber unas doscientas personas sin techo. La mayoría duermen en las calles de la ciudad, que, aunque sean muy limitados para abordar el problema, es donde se concentran la mayoría de los servicios sociales”, dice Gustavo Gómez (...)

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