Guillermo Prudencio 15 de septiembre de 2024
Este verano ha concluido con la muerte del ficus de San Jacinto, en Sevilla, un ejemplar de 111 años que había sido declarado Bien de Interés Cultural. Aunque la tala masiva ordenada por la parroquia de San Jacinto fue paralizada en 2022 por el juzgado de lo Contencioso-Administrativo, el árbol no ha sobrevivido.
Uno de los principales argumentos para talarlo era la seguridad de las personas, ante un árbol de 24 metros de envergadura en plena ciudad. El caso se ha convertido en un símbolo del maltrato a los árboles urbanos.
Sin embargo, el arbolado sano en las ciudades es fundamental para bajar las temperaturas en verano, reducir el efecto de isla de calor y dar sombra, entre otros muchos beneficios. Hemos preguntado a algunos de los mejores especialistas en árboles qué hace falta para que las ciudades dispongan de estos refugios climáticos, es decir, de una buena sombra. La respuesta es: ejemplares muy grandes, como el ficus de Sevilla, que tengan muchos años.
El botánico Bernabé Moya, estudioso y defensor de los árboles monumentales, asegura que en primer lugar se trata de respetar la naturaleza de cada ejemplar. “Hay que diseñar las ciudades para que acojan árboles respetando su biología y su forma de crecimiento, el espacio que necesitan a nivel aéreo y subterráneo”, explica.
Viendo los raquíticos árboles que se alinean al borde de muchas calles, sobreviviendo a duras penas en un alcorque de un metro cuadrado, resulta difícil imaginar las dimensiones que pueden alcanzar algunas de esas especies si se las dejara crecer.
Mariano Sánchez, del Real Jardín Botánico, pone como ejemplo un plátano de sombra, uno de los árboles más extendidos en las calles por su capacidad para resistir podas y otras hostilidades. En un entorno urbano, un ejemplar podría alzarse unos 10 pisos –30 metros de altura– con una frondosa copa de 25 metros de diámetro. Dos personas lo tendrían difícil para rodear su tronco, aunque quizá lo más impresionante está por abajo: sus raíces llegarían a un metro y medio o dos metros de profundidad, y cubrirían la misma superficie que la copa o incluso un tercio más, para mantenerse en pie y buscar los nutrientes y el agua que el árbol necesita. El problema es que ni los alcorques ni las calles se diseñan pensando en ese potencial gigante. “Si plantas un plátano de paseo cada cuatro metros, es como si metes a Marc Gasol en una tienda de campaña. Lo estás matando”, dice Sánchez, que también es presidente de la Asociación Española de Arboricultura.
“La ciudad es un medio hostil para el árbol y las plantas, porque están diseñadas y pensadas en otras coordenadas que no son las de la naturaleza”, explica Francisco Bergua, responsable municipal de Parques y Jardines en Zaragoza. “En la ciudad consolidada, las tramas urbanas del casco antiguo, con calles muy angostas y la típica placita, hay claras limitaciones de espacio”, explica Bergua.
“Además, en el entorno de la ciudad tenemos muchas canalizaciones subterráneas: el agua, el gas, el saneamiento, los tubos en vacío para la fibra óptica…”. En esos espacios, dice Bergua, hay que pensar “en un traje a medida”. “No todo tiene por qué ser un árbol con una gran copa. A lo mejor, en el espacio que hay en esa callecita o esa plaza, un árbol pequeño o mediano, o un arbusto u otro tipo de planta, aporta mucho”, defiende el gestor. Pero en los nuevos desarrollos urbanos, un lienzo en blanco donde podría diseñarse una verdadera ciudad naturalizada, la situación no es muy distinta, pues no se piensa en el desarrollo o las necesidades del árbol.
“Generalizando, el proyectista, un arquitecto o ingeniero de obra civil, realmente ve los árboles como unos dibujitos que quedan muy bien en un papel”, asegura Bergua. “En España y en muchas ciudades de Europa, los árboles son de usar y tirar. Lo puedes maltratar como quieras, a los 20 años lo talas y pones otro. Hay que preguntar a los urbanistas cuándo diseñarán las ciudades para que los árboles puedan crecer durante 100 años”, defiende Bernabé Moya. Para descubrir cómo podrían llegar a ser si se les dejara crecer, Moya recomienda visitar los jardines botánicos y admirar los plátanos de sombra en el de Gijón o los majestuosos robles en el de Valencia. Pero también hay gigantes que han sobrevivido en las calles, como los inmensos ficus centenarios que cubren la Alameda Principal de Málaga bajo un techo vegetal, algunos con más de 150 años.
Frente a ese potencial, la vida media de los árboles en las ciudades europeas es de tan solo 30 años, explica la directora de comunicación del Centro de Biociudades del Instituto Europeo de los Bosques, Livia Podesta. “El problema es la negligencia y la falta de un mantenimiento y gestión adecuados, con todos los beneficios perdidos que ello implica”.
Para acabar con un árbol urbano no hace falta cortarlo, también pueden condenarlo una poda mal hecha que pudra parte del tronco o unas raíces arrancadas al levantar una acera. Un daño imperceptible que se pone al descubierto con cada vendaval y cada tormenta, como la masacre botánica que causó la borrasca Filomena, que cubrió buena parte de la Península Ibérica bajo un manto blanco en enero de 2021. En los parques de Madrid casi un tercio de los árboles –un total de 269.166 ejemplares– fueron dañados, y uno de cada cinco en las calles de la capital, según el balance que realizó el ayuntamiento.
El miedo a los árboles caídos o las ramas tronchadas es otra de las causas de que haya menos árboles maduros en las ciudades, según Mariano Sánchez. “La gente se asusta y se ha decidido que los árboles pequeños no tienen riesgo. Pero los árboles grandes, si los has cuidado bien, tampoco lo tienen. Si los has estado machacando con la motosierra, sí que habría riesgo en el futuro”, defiende el arboricultor.
Ni toldos ni castaños para veranos cada vez más calurosos
Además de fenómenos extremos como Filomena, otra amenaza creciente para las arboledas urbanas es el aumento de temperaturas y las sequías más recurrentes que trae el cambio climático. En el campo ya hay incontables árboles muriendo de sed y calor. En Catalunya en 2023, hasta 66.482 hectáreas de bosques perdieron las hojas, se secaron o murieron por culpa de la sequía, un récord histórico en los registros del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).
“La supervivencia puede verse reducida en las próximas décadas. Hay que reflexionar más sobre qué especies sobrevivirán mejor en los climas futuros de las distintas ciudades”, asegura Alison Munson.
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