Si usted lee los periódicos, escucha la
radio y ve los informativos televisivos podría llegar a pensar que el
único país del mundo con problemas políticos es Venezuela. La atroz
dictadura del sátrapa Maduro. Un país hermano acosado
por el hambre, la falta de medicinas y la ausencia de libertades
democráticas. Diarios de la calidad, la solvencia y el prestigio de El Mundo, ABC o La Razón ilustraron
sus portadas del pasado 31 de julio con una imagen espeluznante: una
nube de fuego estaba a punto de engullir a unos policías en moto. “Nueve muertos y severa contención policial marcaron ayer el golpe de gracia chavista a la democracia venezolana”, decía ABC como explicación a tan pavorosa imagen.
Lástima que se tratase de una
manipulación: la fotografía que reflejaba todo el horror de la represión
de Maduro era en realidad la de un atentado contra una caravana de la
policía en el que resultaron heridos siete agentes. Ruido y propaganda.
Este post no pretende negar la crisis
democrática venezolana, la pérdida de credibilidad de un Maduro sin
futuro o la dura situación que vive la población de ese país. Ni mucho
menos. Este post solo quiere recordar al lector que existen otros países
hermanos que también están pidiendo cambios, que sufren dictaduras, y
que sin embargo son arrinconados por los grandes medios de comunicación.
No hablo de Guinea Ecuatorial o Arabia Saudí, que podría, sino de
nuestros vecinos más próximos. Y más trascendentes a nivel político y
social. Marruecos, un país que tiene la llave de nuestra tranquilidad, y
que puede causarnos grandes problemas, ha vivido en las ultimas semanas
situaciones que sin duda resultarán claves para su futuro. Y para el
nuestro.
Sin embargo, la mayor crisis en el reinado de Mohamed VI ha quedado escondida en las páginas interiores. Portadas y editoriales para Venezuela. Rincones escondidos para Marruecos. ¿El pulso de Alhucemas,
decenas de miles de personas frente al Palacio Real exigiendo justicia y
mejoras sociales, relegado a la categoría de anécdota? Eso parece. Y
resulta extraño, puesto que Marruecos, insisto, quizá sea el país con
mayor influencia directa sobre España (No se pierda en El País, si las encuentra, las magníficas crónicas de Francisco Peregil).
Algún antisistema podría pensar que
Venezuela es una dictadura no amiga. Y que Marruecos, Guinea Ecuatorial o
Arabia Saudí son dictaduras de las nuestras, de las que no renegamos, a
las que no exigimos democratizarse. Si no condenamos el franquismo,
pensarán algunos en Moncloa, ¿cómo vamos a criticar a Mohamed VI, Obiang y compañía?
Maduro no es nuestro hijo-de-puta. Es el
hijo-de-puta de Podemos. O al menos de eso tratan de convencernos el
Gobierno y los medios de comunicación ultraconservadores, pese a que la
Audiencia Nacional ha archivado todas las acusaciones sobre la
financiación ilegal bolivariana de los de Pablo Iglesias. “No
entiendo por qué Nicolás Maduro no se apresura y adopta la Constitución
saudí para que el gobierno de Estados Unidos esté contento con él”,
dice sabia e irónicamente Julian Assange, fundador de Wikileaks. O la de Marruecos, ese país lejano en el que nunca pasa nada.
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