En
mi vida he sentido varias veces, demasiadas quizá, el zarpazo cruel de
la impunidad. La impunidad política, la impunidad familiar, la impunidad
laboral y la impunidad literaria.
La impunidad política se cebó
con mi familia: aquellos que asesinaron a mi bisabuelo y a mi tía,
encarcelaron y torturaron a mi abuelo, arrastraron y golpearon a mi
abuela hasta hacerla perder a su segundo hijo y les quitaron sus bienes
y trabajos al resto de mi familia, quedaron impunes al abri
go
de un país que hizo de la impunidad fascista su bandera.
La impunidad
familiar: personas que me hirieron gratuitamente con hechos y palabras
que ya ni puedo recordar (ni tampoco hace falta), y personas que siguen
haciéndolo y continúan, como si nada pasara, impunemente, porque la
vida sigue y es mejor no enmendar ciertas planas ni airear trapos
sucios.
La impunidad laboral: jefes y jefecillos que al amparo de su
cargo presionan ningunean y alardean de su absurdo poder hasta que tú
te trasladas y ellos siguen allí, impunemente.
Y la impunidad literaria:
personajes y personajillos de mayor o menor valía con mucho ego y
mucha mala baba, que un día ya muy lejano decidieron poner tu vida
patas arriba, amenazarte, difamarte, insultarte y cerrarte puertas con
la esperanza de que nunca más asomarías la cabeza en su Parnaso, y que,
por las ya conocidas reglas de la impunidad, siguen su vuelo sin que
nada cambie sus plácidas carreras literarias. Impunidad...
Allá por
donde pasa deja un viento frío. Hoy, no sé por qué, he sentido ese frío
en algún rincón oscuro de mis entrañas. Mañana será otro día. Hoy,
permitidme la debilidad.
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: EEUU: trabajadores agrícolas obligados a llevar pañales ante la prohibición de ir al baño